Iglesia Católica e inteligencia artificial son dos conceptos que en principio no parece que puedan tener mucha relación ¿O tal vez si? Quizá en el futuro la inteligencia artificial también tenga su espacio de utilidad dentro de la vida de la Iglesia ¿Sería posible que una de estas tecnologías se encargase de hacer un comentario del Evangelio? ¿O una homilía? Y, siendo más osados, ¿qué pasaría si, utilizando la Sagrada Escritura, el Magisterio de la Iglesia, encíclicas, historia… toda la información que pudiésemos recopilar, hiciéramos una consulta en relación a alguna cuestión doctrinal en base a ello? Inquietante, ¿verdad? De momento aquí lo dejo, pero más adelante volveré sobre este tema. Vamos a dar tiempo a que algunos de los lectores recuperen la calma…

La Iglesia y los cambios

Últimamente pienso mucho en el futuro de la Iglesia, en cómo será en las próximas décadas. Durante su pontificado, el Papa Francisco ha seguido una línea de apertura y de reformas con el objetivo de que la Iglesia como institución adquiera una postura de cercanía a la sociedad y a los propios cristianos. No todo el mundo dentro de la Iglesia está de acuerdo con las ideas de Francisco, pero también es cierto que muchos católicos agradecen ese nuevo talante que el Papa está intentando consolidar. 

La Iglesia es un “organismo” de proporciones “mastodónticas” por volumen, historia y responsabilidad. Los cambios nunca han sido fáciles. Hay que tener en cuenta que intentar descifrar la voluntad de Dios para su pueblo no siempre es sencillo. Por otra parte, dentro de la Iglesia hay muchas realidades y sensibilidades con necesidades y aspiraciones diferentes y no es fácil elegir el camino a seguir en estas circunstancias. 

Y ante esta situación siempre aparecen dos opciones en principio contrapuestas: velar por la institución, en el sentido de cuidar y conservar todo lo aprendido y experimentado durante siglos, con la confianza de que el camino recorrido ha sido siempre bajo la tutela del Espíritu Santo y que hasta ahora ha servido para que la Iglesia sea lo que es hoy en día o, por el contrario, mirar hacia fuera, observar los cambios y las demandas sociales y tender puentes con la cultura actual con la esperanza de encontrar respuestas a las necesidades de las personas. 

Equilibrio

La solución es sencilla: encontrar el equilibrio ¿Verdad? Equilibrio entre aprovecharnos de toda la riqueza (no estoy hablando de lo material) y experiencia de la Iglesia y ponerlas con valentía y creatividad al servicio de la “gran comisión”. Y esto que parece tan fácil resulta que nos cuesta mucho. ¿Por qué? En mi opinión, porque no podemos tenerlo todo. Si queremos dialogar y tender puentes con la cultura actual vamos a tener que renunciar a cuestiones que hasta ahora nos parecían innegociables, pero que tal vez no lo sean tanto.

Un ejemplo: recientemente el Papa Francisco ha autorizado la bendición a parejas gays y a parejas de personas divorciadas con el consiguiente revuelo dentro de la Iglesia. Lo cierto es que en el caso de las personas homosexuales hace tiempo que la Iglesia tiene un discurso de acogida y comprensión hacia su situación, aunque en la práctica la realidad fuese siempre así. No hace tanto a esas personas se las condenaba y apartaba sin entrar a valorar sus circunstancias personales. Sin embargo, a pesar de ese cambio en el discurso, no era sencillo desenvolverse con naturalidad dentro de la Iglesia si eras homosexual. Es evidente que esa realidad lleva años cambiando y no sabemos hasta dónde llegará, pero lo que sí está claro es que hace cincuenta años nadie imaginaba que podríamos estar viviendo una situación como la actual. 

La persona en primer plano

Para ello ha sido necesario fijarse más en la persona y menos en la historia. Y muchas veces en la historia de la Iglesia esto no ha sido así, sino que ha pesado más la tradición que el corazón. Si hablamos de diálogo y de entendimiento tenemos que tener claro que es posible que tengamos que renunciar a ideas o costumbres que durante mucho tiempo han regido la vida de la Iglesia y que quizá no debieran haber sido tan centrales en nuestra forma de pensar y actuar. 

Si todo estuviera escrito sería muy sencillo regular la vida de la Iglesia, pero a lo largo de la historia, aunque ahora se nos haga extraño, la Iglesia ha ido evolucionando en su manera de pensar y actuar. Guiada por el Espíritu Santo, quien desde los inicios ha sido el encargado de  mantenerla en movimiento. La creatividad del Espíritu Santo siempre ha estado por encima de la rigidez y la tranquilidad en la que el ser humano se encuentra a gusto. Eso es lo que ha hecho que a lo largo de los siglos la Iglesia haya ido encontrando respuestas a las necesidades concretas de las personas en cada momento de la historia. 

Si hacemos que la Iglesia pivote sobre la tradición, la historia, el magisterio y queremos encontrar ahí respuestas a los tiempos actuales os aseguro que una inteligencia artificial sería mucho más certera en sus conclusiones que nosotros. Su capacidad para analizar datos y extraer patrones nos supera con creces, pero es muy probable que sus propuestas hicieran de la Iglesia una institución mucho más continuista. 

Sin miedo a nada

La Iglesia es rica en sabiduría, tradición, experiencia. Muchísima gente ha entregado su vida por ella en sentido literal y figurado. Somos herederos de un gran tesoro. Pero he de confesar que a veces me parece que, queriendo conservar ese tesoro, se nos van las fuerzas y la atención que deberíamos estar invirtiendo en “dar de comer a los hambrientos, dar agua a los que tienen sed”… 

Perder el miedo a dejar atrás normas o costumbres que durante mucho tiempo nos han ayudado a llegar hasta aquí. No hacernos esclavos de nuestra propia identidad. Encontrar caminos para que el amor de Dios pueda alcanzar a cuanta más gente mejor. Poner en el centro de toda nuestra actividad a cada persona que sufre. Confiar en que es Dios quien vela por nosotros y por su Iglesia. Creo que estas son líneas maestras que ayudarán a que la Iglesia continúe siendo un verdadero sacramento de salvación.