Recientemente se ha celebrado en Roma el encuentro “Párrocos para el Sínodo” promovido por la Secretaría General del Sínodo y el Dicasterio para el Clero en el cual 300 párrocos de todo el mundo se han congregado. Tras ese encuentro, el Papa Francisco ha escrito una carta dirigida a todos los párrocos en la que pone en valor su trabajo al frente de las parroquias y en la que, entre otras, cosas decía “…si las parroquias no son sinodales y misioneras, tampoco lo será la Iglesia.”

Una  afirmación que me parece totalmente cierta y que a la vez indica una necesidad completamente real si queremos que la Iglesia se defina con estas dos características: sinodal y misionera. Para mí también es un deseo que esto sea así. Sueño con una Iglesia de decisiones compartidas, en la que todos, de una forma u otra, aportemos y con una definida vocación a transmitir la Buena Noticia a todos aquellos que la necesitan.

Con los pies en la tierra

La cuestión es cómo poner en práctica estás intenciones. Fijándonos en la realidad de nuestras parroquias, al menos en España, el panorama que nos encontramos no es sencillo. Nada tiene que ver una parroquia que se encuentre en el el barrio de Moratalaz en Madrid con cualquiera en la que escojamos en la llamada “España vaciada”. Con poblaciones y necesidades muy diferentes y por lo tanto muy poco comparables entre sí. Con todo, sí que podemos extraer algunos puntos en común que nos pueden ayudar a comprender algunas de las necesidades que deberíamos corregir.

Nos encontramos en general con comunidades que giran en torno al párroco que es quien se encarga de definir la misión y las estrategias de la parroquia, para después intentar distribuir la carga de trabajo entre los parroquianos que encuentre más dispuestos. A la vez nos encontramos con que no son muchos los feligreses con la disposición de entregar una parte importante de su tiempo libre, de sus energías e incluso de su dinero.  Durante siglos el papel de los laicos en la Iglesia se ha basado en recibir sacramentos y colaborar puntualmente en algunas actividades de la parroquia. Casi siempre de una forma muy pasiva, con poco espíritu crítico y menos iniciativa.

Esta nueva deriva de la Iglesia impulsada por el Papa Francisco hacía la sinodalidad y la misión compartida responde primero a una convicción personal y a una manera de entender y sentir el cristianismo. Pero también, no nos engañemos, a una realidad que con el descenso de las vocaciones al sacerdocio exige un cambio profundo de planteamientos y de organización dentro de la Iglesia.

Poniendo el foco en los curas…

Para empezar y pensando en los curas, protagonistas del encuentro al que hacía referencia al comenzar este artículo, necesitamos presbíteros santos con el carisma y las inteligencias necesarias para manejar un equipo humano amplio y heterogéneo, que sean dóciles al Espíritu Santo y con capacidad de escucha. Tendrán que ser capaces de delegar y confiar en la gente y de detectar las capacidades que tienen alrededor y potenciarlas, velando siempre por la santidad y el crecimiento de sus “parroquianos”.

Siempre es sencillo poner el foco en los curas y culparlos de gran parte de los males que nos asolan en la Iglesia. Sus defectos, su formación, sus manías… Nada diferente a los de todo el pueblo cristiano. Sin embargo, hoy es un buen día para mirar hacia los que no somos curas y ver cuál es la responsabilidad que tenemos los laicos en la situación eclesial que vivimos.

…y en los laicos

Y es que lo cierto es que para alcanzar a ser una iglesia, parroquia, comunidad o lo que quieras ser, sinodal y misionera hay algunas otras cosas que necesitamos y que no dependen directamente de los curas ni de los obispos. Dependen de cada uno de nosotros y de nuestra capacidad para convertirnos en personas enamoradas de Dios con una opción clara y decidida por el apostolado. Dispuestos a hacer que nuestra vida gire en torno al proyecto de esa parroquia o comunidad, sin miedo a asumir responsabilidades con la parte de éxitos y decepciones que eso conlleva. Cristianos fuertes para levantarse ante las caídas y para mantenerse firmes cuando aparentemente no haya resultados. Comprometidos en hacer un trabajo personal de discipulado aceptando poner su vida en manos de otros y a la vez siendo parte de la vida de los hermanos. Esto entre otras cosas.

Iglesia sinodal y misionera

Iglesia sinodal y misionera. Por supuesto que es absolutamente necesario que esta realidad se dé en nuestra Iglesia, pero nadie dijo que sería fácil. Llevará tiempo y esfuerzo por parte de todos. Por lo tanto, cuanto antes empecemos a trabajar en ese sentido, mejor. Se tardan años en que una persona se encuentre en disposición de vivir así y supongo que décadas en que una estructura como una parroquia (no digamos ya la Iglesia) pueda funcionar bajo esos parámetros. No podremos esperar resultados en una sola generación, ya que serán necesarias varias generaciones para cambiar la inercia y dirigirnos a ese nuevo modelo de Iglesia. Si nos fijamos bien ya se pueden ver algunas iniciativas que intentan dar respuesta a esta necesidad, pero necesitan respaldo y confianza, y una decidida voluntad para apostar por esos nuevos modelos.

Confío en que tú estés también dispuesto a iniciar este proceso preguntándole al Señor cuál es tu papel en él y acercándote a aquellas realidades que percibas que ya han comenzado ese camino para alimentaros mutuamente y dar pasos hacia una verdadera Iglesia sinodal y misionera.