En mi vida, el ecumenismo ha sido algo con lo que, en teoría, no participaba mucho ni estaba muy a favor. No obstante, mi experiencia en la práctica ha sido bastante diferente.

La teoría

Creciendo en el seno de una familia evangélica misionera, y siendo parte toda mi vida de iglesias evangélicas, mi opinión de la Iglesia Católica Romana era muy negativa: “Los católicos no eran realmente cristianos – decía la teoría – porque adoraban a la virgen y a los santos y porque creían que la salvación se conseguía por obras y mediada solamente por su Iglesia”. Además, al crecer en un contexto español en los 90 y observar a mis amigos hacer sus primeras comuniones con su álbumes de fotos de marineros, y a las abuelas devotas con sus estampitas de vírgenes de oro… parecía que se confirmaba esa teoría.

Por otra parte, la opinión que se tenía de nosotros, evangélicos, en España en una sociedad mayormente católica, tampoco era la mejor. Lutero era considerado hereje por protestar contra la Iglesia instituida por el Señor. A los evangélicos – o “evangelistas” como nos confundían –, se nos miraba con desconfianza y sospecha, como si fuéramos parte de alguna secta rara. Pensaban que veníamos influenciados por movimientos evangélicos de Latinoamérica, y que éramos algo parecido a los Testigos de Jehová. Definitivamente, unos herejes.

En medio de este panorama, no obstante, en la práctica tuve varias experiencias que me convencieron de que dichas teorías (por los dos lados), eran demasiado exageradas.

La práctica

Cuando estaba en primaria, mi amigo Andrés a los 9 años quería ser cura de mayor. Le encantaba el oficio religioso y lo decía con pasión y alegría, como quien anticipa algo emocionante. Aunque no tengo ni idea de si finalmente lo hizo, Andrés me enseñó por primera vez un deseo de servir a Dios que parecía genuino, aun desde niño. En el instituto mi amiga Luciana, al observar que yo me empezaba a tomar mi fe muy en serio, me confesó un día que ella también creía. Pero no solo por tradición por su familia católica. Ella creía mucho, y de verdad. Estaba de acuerdo, no solo con que Dios existía, sino con que era bueno y merecía que le dedicáramos nuestras vidas. Un mismo sentir.

En mis estudios en teología en la facultad protestante en Barcelona conocí a Fran, un católico apasionado que venía de la renovación carismática en Argentina. Colaboramos en una iniciativa de evangelización, pero más allá de eso, nos hicimos amigos. Esa fue la primera vez que vi cómo, en la iglesia católica, también había fieles con una experiencia impactante del Espíritu Santo, con un celo evangelizador apasionado e intencional…pero sobre todo, con una devoción personal admirable. Fran le dio un poco la vuelta a mis esquemas y prejuicios anticatólicos.

Más adelante fui a Boston a estudiar un máster en Formación Espiritual en otra facultad evangélica, y allí conocí una perspectiva de la espiritualidad católica mucho más realista y libre de los conflictos religiosos históricos. En ese campo de estudio sobre la espiritualidad cristiana, hubiera sido ridículo quedarse estancado en las disputas católico-protestantes del siglo XVI, o basarse solamente en autores evangélicos. La herencia de fe de la Iglesia Primitiva, los radicales Padres del Desierto, los sabios Padres de la Iglesia, los grandes místicos de la época monástica, los importantes autores católicos sobre espiritualidad y devoción personal… Parecía que todos existieron antes o independientes a los conflicto religiosos de la Reforma.

Por último, en mi trayectoria misionera mudándome a Cantabria para servir al Señor, conocí la comunidad católica Fe y Vida en Torrelavega. Este grupo de liderazgo laico, fruto del mover del Espíritu Santo a finales del siglo pasado y con un gran ejemplo de devoción sencilla a Jesús, me dio una imagen nueva de lo que puede ser una comunidad católica. Al conocerlos, además de recibir una hospitalidad y calidad humana admirables, a simple vista pude ver los principios sobre los cuales centran su existencia: la experiencia genuina de conversión, tener una relación personal con Jesús, orar y leer la Biblia, la evangelización personal…y todo eso desde el entendimiento de su responsabilidad como católicos.

Conclusión: ¿Teoría o práctica?

Con esto no quiero decir que la teoría doctrinal no sea importante. Yo mismo pasé años estudiándola, y en algunos puntos difiero totalmente con mis hermanos católicos. Como cristiano, tienes que saber en qué crees y por qué lo crees. También tienes que saber en qué no crees, y saber estar en desacuerdo respetuosamente con otros creyentes. Somos diferentes en nuestra forma de pensar, y eso influye en cómo vivimos nuestra fe.

Sin embargo, solo tu teoría es insuficiente para decidir si vas a compartir con otros cristianos o no. En mi caso, mis ideas fueron retadas por personas con experiencias reales que me enseñaron más claramente lo que Dios está haciendo dentro de la Iglesia Católica. ¿Y tú? ¿Conoces personalmente a cristianos de otra rama diferente a la tuya? ¿Has hablado con ellos sobre lo que creen y por qué lo creen? ¿O basas tu relación con otros tipos de cristianos solamente en tus ideas?

Tim