En un mundo que nos empuja a reaccionar antes que reflexionar, la oración puede llegar a ser es el “respiro del alma”. No solo es comunicación con Dios; también es un espacio donde nuestras emociones encuentran en muchas ocasiones dirección y sentido.
Desbordamiento emocional
Probablemente todos hemos vivido (por desgracia) la sensación de no llegar a todo, e incluso desear que el día tenga más de veinticuatro horas. La realidad es que vivimos en un mundo en el que la productividad está muy bien valorada y en el que el parar no se contempla. Esto es probablemente una de las causas del alto índice de ansiedad que tenemos en España, siendo el primer país a nivel mundial en el consumo de benzodiazepinas.
En ocasiones las emociones pueden desbordarnos, pudiendo llegar a no saber por qué nos sentimos agobiados concretamente. Pero… dentro del ruido y del día a día ¿dónde entra Dios? Personalmente tengo una frase que hace referencia a una realidad en mi vida: “Cuando no rezo, desvarío”. Cuando me centro en lo urgente, cuando no busco un espacio para la oración, mis conductas son más aceleradas, mi discurso menos amable y mis emociones son más difíciles de controlar.
Con esto, no quiere decir que las emociones sean malas y que debamos evitarlas: conviene atenderlas porque nos dan información acerca de lo que estamos viviendo y cómo esto nos está afectando. Jesús lloró, se enojó, tuvo compasión, pero siempre llevó esas emociones al Padre. En Getsemaní, cuando su alma estaba “muy triste hasta la muerte” (Mateo 26, 38), oró. Probablemente el pasaje en el huerto de los olivos sea uno de los más conmovedores que encontramos en los evangelios por el dolor que Jesús sentía en ese momento mientras oraba, y esa oración no cambió las circunstancias, pero le dio fortaleza para enfrentarlas.
La oración no elimina la emoción, la transforma
Cuando oramos, no estamos escapando de lo que sentimos, sino reorientando el corazón recuperando el foco. Entregarle a Dios nuestras emociones en la oración puede transformarlas, trayendo paz donde antes había tormenta, sin que necesariamente se resuelva la circunstancia que nos está causando esas emociones. Esa paz no siempre significa que todo se arregle enseguida; significa que ya no estamos solos cargando la emoción, sino acompañados por el Dios que comprende cada sentimiento.
“Nada os preocupe; sino que, en toda ocasión, en la oración y en la súplica, con acción de gracias, vuestras peticiones sean presentadas a Dios. Y la paz de Dios, que supera todo juicio, custodiará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús”. Filipenses 4, 6–7
La oración como espacio seguro
Cuando oramos con autenticidad, sin máscaras, Dios nos enseña a identificar, procesar y sanar nuestras emociones. Salvando las distancias, lo que la psicología llama “regulación emocional”, la Biblia lo llama “descansar en el Señor”.
“Descargad en él todo vuestro agobio, porque él cuida de vosotros”. 1 Pedro 5, 7
Ordenar las emociones
A veces identificar qué es lo que nos está agobiando o calmar las emociones intensas puede ser una tarea complicada. Una fórmula práctica para ordenar las emociones podría ser la siguiente:
- Para: tómate un momento para reconocer qué estás sintiendo.
- Nombra la emoción: reconoce lo que sientes sin juicio.
- Ver de dónde puede venir: qué situación o situaciones han podido hacer que te sientes así.
- Escúchalo: mira de qué pensamiento puede preceder esa emoción, las emociones siempre vienen de un pensamiento.
- Entrégala: confía en que Dios puede ayudarte.
- Actúa en paz: toma decisiones desde la calma, no desde la reacción.
Conclusión: orar es respirar con el alma
Es importante no tomar la oración como el momento de parar, lo ideal sería poder parar unos minutos antes de comenzar a orar, poneros en presencia de Dios y comenzar la oración; ahora bien, estamos rodeados de estímulos, hiperactivados por el trabajo, la familia, el día a día… Yo misma, el otro día me encontraba en el sofá de mi casa dispuesta a tener un momento de oración, pero mi atención se dirigió hacia el mueble del salón de mi casa, comencé a fijarme en todo lo que no estaba colocado correctamente, vi la mesa “donde todo se va acumulando” y empecé a pensar en qué momento podría ordenarla.
En general, trabajar la atención y volver constantemente a la actividad que estamos realizando es fundamental, y la oración no es menos. No siempre es fácil parar, pero lo cierto es que merece la pena; ordenar la estantería puede darme paz a corto plazo pero la realidad es que se nos olvida que la verdadera paz viene de Dios.
Cada vez que oras, le damos un espacio al corazón para volver a su ritmo adecuado. La oración no solo cambia lo que sentimos; cambia la forma en que sentimos. Porque cuando nos alineamos con Dios, las emociones se ordenan, el pensamiento se aclara y la vida encuentra propósito.
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