Comedor2
Juliana tiene 12 años y está cursando el 7° grado. Gloria Mora, su madre, es cabeza de familia y debe luchar muy duro para mantener a sus cuatro hijos, ya que su esposo falleció de cáncer hace cerca de dos años. Se puede afirmar, sin exagerar, que su lucha diaria es casi un heroísmo, porque para ello sólo cuenta con los pocos ingresos que percibe como ayudante de cocina en la escuela de la vereda El Hato de Choachí [1]. Sin embargo, haciendo malabares Gloria de alguna manera lo ha logrado; aunque claro, casi siempre a costa de su bienestar y el de sus hijos. Cuando hay para una cosa no hay para la otra, y ella, como todos, sabe que hay gastos que no dan espera. Aunque, para ser sinceros, ella y sus hijos han debido hacer esperar casi todo: la comida, la salud, el vestuario, la escuela, los uniformes, los útiles, la recreación… en fin.


Desde la muerte de su padre -quien tenía un nombre realmente bocomedornito: Miguel Arcángel- la situación se puso de verdad difícil. Ya no había dinero para nada, y mucho menos para que pudieran ir a la estudiar. ¿Cómo iban a ir a la escuela sin tener cómo pagar el almuerzo? ¿Y con qué útiles? Eso iba a tener que esperar. Aun así, su madre, con la terquedad de quien sabe que se desvanece la única oportunidad que tal vez les brinde la vida, la enviaba a la escuela con lo que había: uno o dos cuadernos, viejos y con pocas hojas en limpio, y con un lápiz gastado y sin borrador. ¿Y el almuerzo? Pues engañando el estómago de cualquier manera. ¿Hay peores cosas, ¿no?

La historia de Juliana y sus hermanos es, desafortunadamente, una constante entre las clases menos favorecidas de los campos colombianos, y los niños son los más vulnerables a sus efectos, dejando una marca imborrable que potencia el círculo vicioso de la pobreza. Una significativa porción de los niños enfrenta adversidades que los perjudican de forma directa en esta etapa del ciclo vital, que siguen repercutiendo negativamente en el resto de sus vidas y que se transmiten a las generaciones siguientes: la pobreza es el signo trágico del campo colombiano. Estas dificultades se relacionan con las condiciones materiales de vida, con el acceso desigual a servicios de distinta naturaleza, con el mínimo o nulo apoyo y estímulo proveniente del Estado, y con su exposición a riesgos, entre los que destacan la deserción escolar, la violencia y el abuso.

Por fortuna, esta vez no tendrán que pasar peores cosas. Hoy muchos niños como Juliana que  reciben ayuda para costear su alimentación en la escuela, y algunos de ellos, los más pobres, son beneficiados, además, con un completo paquete de útiles que les son entregados al inicio del año escolar.

El proyecto

El programa de comedores escolares surgió hace aproximadamente diez años por iniciativa estatal y con el apoyo de entidades como el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar, la Alcaldía Municipal de Choachí y las asociaciones de Padres de Familia de los diferentes entes educativos del municipio. Sin embargo, son tantos los niños necesitados, que ha sido necesario buscar el apoyo de particulares e instituciones, quienes con sus donaciones han permitido ampliar la cobertura a otros niños que de otra manera no hubiesen podido quedar cubiertos con el programa.

Ejemplo de ello es la Comunidad Fe y Vida, quienes con su buena voluntad desde el año  2007 han apoyado de manera importante y desinteresada el programa, ya que con sus aportes han garantizado el pago de los comedores escolares anuales de cientos de  menores de edad de escasos recursos, la adquisición de elementos básicos para su estudio, así como el suministro de elementos para dotar las cocinas de las escuelas.

En la actualidad la comunidad patrocina a cien (100) menores de edad. El valor de la mensualidad del comedor por niño es aproximadamente de €4,65; así que garantizarle a un niño todos los almuerzos durante su año escolar, que es de 10 meses, cuesta 46,56 €. No parece mucho, en verdad, pero para estos niños y sus familias puede ser todo.

Adicionalmente, y como un efecto no menos importante de la intervención efectuada, es que se ha logrado reducir la deserción escolar, evitando de esta manera el fenómeno de la desescolarización completa, que genera el riesgo de enclaustramiento, trabajo infantil, aislamiento  social,  delincuencia juvenil, consumo de alcohol y drogas prohibidas, así como el embarazo adolescente. Entonces, los comedores comunitarios se han constituido en una herramienta de inclusión e integración comunitaria que propende por la dignificación humana, propiciando la identidad y el desarrollo social y cultural de toda la comunidad.

Hoy cualquiera de los niños beneficiados, al igual que Juliana, puede llevar todos sus útiles a la escuela. Y cuando se dice todos, son todos: cuadernos, lápices, colores, bolígrafos, borrador, pegamento, sacapuntas, compás, témperas, plastilina, etc… nuevos y relucientes. Y, lo más importante, cada uno de ellos se podrá sentar todos los días a la mesa, junto con sus demás compañeros, y compartir entre risas un buen almuerzo, balanceado y nutritivo.

[1] Choachí es un municipio de 14.000 habitantes, localizado en las estribaciones de la cordillera oriental colombiana, a 36 kilómetros de la ciudad de Bogotá. De sus catorce mil habitantes un 60% devenga menos de un salario mínimo: $616.000 pesos colombianos, algo así como €228,14, con lo que se deben atender las necesidades básicas de una familia compuesta por entre 5 y 8 personas. 

Sandra Triviño
Responsable del proyecto Comedor de Colombia