Quiero contaros la que ha sido mí (y mi familia), nuestra pasión particular. El 22 de marzo a Javi (mi marido) le empieza a subir la fiebre, acompañada de tos, mocos y otros síntomas. Al día siguiente empiezo yo. Nos mosqueamos un poco porque los dos estábamos enfermos a la vez, llamamos al número del covid-19 y nos mandaron, por prevención, estar confinados en la vivienda (como todos los españoles) sin salir para nada. Procurábamos no coincidir con nuestros hijos, hacíamos la comida y nos íbamos para no  contagiarlos, ellos salían comían y volvían a su cuarto. La verdad es que, viviendo en una misma casa, nos hemos visto muy poco.

 

Yo iba evolucionando, siempre conocía mis síntomas de antemano porque Javi me sacaba cierto tiempo de ventaja. Al cabo de tres días se me fue quitando la fiebre, la tos… aunque no estaba recuperada de todo, no estaba muy mal. Pero a Javi no. Le volvió la fiebre,  empeoró la tos, apenas podía hablar sin toser… así que el jueves 26 de marzo fue al centro de salud y le enviaron al hospital para hacerse unas radiografías, y allí se quedó.

 

Diagnóstico: Neumonía. Se quedó ingresado (protocolo) y poco después le hicieron la prueba del covid-19, dando positivo. Pero yo estaba relativamente con paz, se supone que ahí está controlado y medicado. Javi es una persona que no toma medicamentos, por lo que me hice a la idea de que los antibióticos iban a hacer rápidamente efecto y, en cuestión de dos días, él iba a volver a casa. Pero casi nunca pasa lo que tú quieres.

 

Viernes 27: Javi, apenas se comunicaba por WhatsApp, por teléfono menos. No podía hablar de la tos que tenía, y la verdad es que yo sabía poco de él y de su estado. Anhelaba la llamada del médico que me daba el parte. Ese viernes, un doctor me llamó sobre las 13:00 y me decía que Javi es una persona joven, no es de riesgo y no tenían por qué salir las cosas mal. Pero la realidad es que, a medida que pasaba el día, cada vez tenía más fiebre y le subía en intervalos más cortos. Poco a poco iba empeorando. Yo me auto-convencía de que era normal, ya que la neumonía existía (para aquel momento ya era bilateral) y antes de combatirla iría avanzando por sus pulmones.

 

No sabía más y Javi no tenía el cuerpo para escribir. Yo me pasaba el día hablando por teléfono dando partes médicos que repetía una y otra vez, y contestando WhatsApps.

 

Ese viernes tuve varios “regalos del Señor” quizás para recordar que Dios estaba conmigo, que no estaba sola.

 

  • El primer regalo fue un audio de Josué, dándome aliento y diciéndome que no tuviera miedo.
  • El segundo regalo: El Papa daba la bendición Urbi et Orbi. Ahí estuve escuchando y viendo a ese hombre de Dios. Todo lo que decía lo vivía en primera persona, es como si estuviera escrita para mí. Si os lo habéis perdido o bien queréis refrescar lo que dijo podéis verlo aquí. El Papa hablaba del Evangelio, Mc 4, 35-41 “Jesús calma la tormenta”. Sentía que, en el atardecer de este día, se desató una tormenta, todo esto nos había sorprendido y estaba agitando nuestra vida. ¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?
  • El tercer regalo fue la asamblea, era la primera que se hacía on-line y Luis encomendó a Javi antes de empezar la oración. Fue un detalle muy bonito que me emocionó enormemente. Una sensación de unidad aún en la distancia.

 

Esa noche me fui a la cama rezando: este año Señor, cumplimos 20 años de casados, ¿y si no llegamos, Señor?, ¿y si Javi se muere? Señor no me sueltes de tu mano, esto lo tenemos que pasar juntos. Pensé en todo lo sucedido en el día y que había un denominador común: No tengas miedo.

 

Sábado 28, día durillo. Ese día, Javi me escribía en la mañana diciendo que había tenido mucha fiebre y les ha costado bajarla, y ya no supe más. A las 14:15 me llamó la doctora del hospital dándome el parte: no era bueno. Javi estaba peor, había sufrido una crisis y aunque le habían estabilizado, no descartaban que se volviera a repetir, cosa que si sucediera le tendrían que bajar a la UCI.

 

Ahí, en ese momento, se paró el tiempo…

 

Recuerdo estar sentada en el sofá, con el teléfono a mi lado, por si llamaban del hospital. No sé si alguna vez habéis tenido la experiencia de que el tiempo va pasando pero tú no eres muy consciente. Empecé a orar: Jesús, siéntate en su cama del hospital, ponle tu mano sobre su espalda, estate con él y sánalo. Pero, sobre todo, que no se sienta sólo, que esté en tu presencia y que él lo sepa. Señor, pase lo que pase, sé que estás conmigo y acepto lo que venga. “Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo: tu vara y tu cayado me sosiegan” (Salmo 23, 4).

 

Muchas luces recibí para alumbrar este tramo oscuro, mensajes de aliento, reuniones espontáneas para interceder por Javi, canciones inspiradas… De repente, después de cinco horas en el mismo sitio, recibo un WhatsApp de Javi diciendo que su compañero de habitación es pastor evangélico. ¡Qué alegría saber algo de él! Se me caían las lágrimas al leer sus mensajes. Además, este hombre, le vio tan mal, que también organizó cadenas de oración. Javi estaba un poco mejor, le habían dado un medicamento experimental y estaba haciendo su efecto.

 

Poco a poco iba mejorando, el 6 de abril le dieron el alta en el hospital. Hoy en día da dos pasos para delante y otras veces uno para atrás. Ha tenido alguna recaída, pero ahí seguimos luchando. ¿Qué sería de mi Señor, si no te hubiera conocido? Es una pregunta que me revoloteaba una y otra vez por mi cabeza. Hubiera sido muchísimo peor, sin duda. Me siento muy afortunada por conocerte. Sin Ti, estaba segura que viviría en una oscuridad que no deseo por lo más remoto.

 

Cuando me llamaban mis compañeras de trabajo se admiraban de mi fortaleza, y yo, decía que tengo a mucha gente rezando detrás de mí. No me dejan caer, me sostienen desde la sombra. Mi fuerza es fruto de su oración. Y tú, Señor, das sentido a mi vida. He pensado mucho en la muerte y en la posibilidad que este final hubiera sido totalmente diferente, pero lo vivía con confianza. Me acordaba mucho de nuestra Melly. Se me venía a la cabeza la cantidad de gente que ha muerto en esta pandemia sin esperanza, rezaba por ellos y sus familias.

 

No quiero terminar sin deciros que muchos son los nombres que han vivido esta historia. Me habéis sostenido en este tiempo y por ende a Javi, habéis sido nuestros héroes sin capa, nuestra fortaleza, todos valiosos. De norte a sur y de este a oeste. Hermanos y amigos de Fe y Vida de Cantabria, Meco, Granada, Cádiz, de Salamanca, Zaragoza, Reus y Valencia, de Burgos, Parla, Villanueva de la Cañada y Barcelona. Muchas llamadas de teléfono, WhatsApps de aliento o para echarme la bronca por no parar, en ambos casos me he sentido cuidada. Hemos tenido ofrecimientos para hacer compra o traerme lo necesario. Me han deseado los buenos días cada mañana sin esperar una respuesta, otros las buenas noches con el fin de que supiéramos que no estábamos solos. Oraciones de intercesión inspiradas por el momento, quedadas para orar online, rosarios por los enfermos y en especial por Javi, eucaristías por su sanación… El ministerio de intercesión de la comunidad no ha parado ni un momento, y sé que otros tampoco. Me han regalado Evangelios, salmos, palabras y canciones inspiradas. NUNCA nos hemos sentido solos, siempre acompañados de todos vosotros. Gracias por esos innumerables detalles. Muchas gracias, cómo no, a nuestra familia que lo han pasado tan mal como nosotros, hemos llorado juntos, aunque en la distancia y nuestro corazón ha estado en un puño unos cuantos días. Muchas gracias a nuestros compañeros de trabajo, en especial a nuestros jefes que nos han llamado y han rezado por nuestra familia, realmente nos hemos sentido cuidados por ellos. Muchas gracias a los amigos que han estado ahí, al lado del teléfono por si había noticias nuevas. Mil gracias a todos, de verdad. Nos sentimos afortunados de teneros.

 

¡Cuánto nos tiene que amar Dios que nos ha regalado a todos vosotros!

 

Dios os bendiga. Un abrazo:

 

Eva