Fama de santidad

Al morir Teresa en 1897, más personas de las esperadas acudieron a su velatorio y entierro. Su juventud, la presencia de familiares en Lisieux y la cercanía de su pueblo natal podrían explicar este hecho. Su sepultura fue la primera en un terreno recién adquirido por el Carmelo en el cementerio municipal. Como había que sacar el máximo partido al espacio disponible, para así ahorrar costes, fue enterrada en un extremo de la parcela y a gran profundidad para poder colocar encima otros ataúdes en el futuro. 

Poco después, en 1898, se publicó en francés su obra Historia de un alma, escrita de su puño y letra entre 1895 y 1897. Lo que comenzó siendo una obra espiritual destinada a los monasterios carmelitas pronto traspasó los muros de la clausura. Aunque su existencia poco sublime no la convirtió en un ejemplo de santidad unánimemente aceptado, su fama de santa empezó a extenderse por Francia. La asistencia a la misa diaria en la capilla del Carmelo de Lisieux aumentó. La sacristana desvelaría que en poco tiempo el número de hostias consumidas pasó a ser superior al habitual. A Lisieux no sólo llegaban cientos de cartas pidiendo información sobre Teresa, intercesiones, reliquias o imágenes. También exvotos de personas que decían haber sido curadas por ella. Las religiosas del Carmelo, ante tanto revuelo, optaron por la prudencia. Depositaron los exvotos en un lugar apartado del monasterio y guardaron las pertenencias de Teresa en un discreto rincón. 

Mientras el gobierno municipal, como un gesto más de afecto hacia la joven santa, se oponía a colocar otros ataúdes encima del suyo, las muestras de contención de sus hermanas continuaron. En el proceso de beatificación una de ellas contó que, durante una de las oraciones del día, otra incluyó el nombre de Teresa en las letanías de los santos, aunque sin el adjetivo “Santa”. Que la comunidad dijera a coro “Ruega por nosotros” le pareció demasiado a la priora, que prohibió esa práctica desde entonces. Aun así, pronto empezaron a verse en el monasterio imágenes de Teresa, aunque sin la aureola de santidad. Algunas de ellas fueron dibujadas a carboncillo por su propia hermana Céline. Igual que sucedió con Historia de un alma, esas imágenes pronto verían la luz más allá de las paredes del Carmelo. 

La traducción de Historia de un alma al inglés (1901) y al español (1911) ayudó a extender su fama de santidad por medio mundo. Estas palabras de Teresa, leídas en retrospectiva, suenan a premonición: “para alcanzar la verdadera Gloria no es necesario hacer obras deslumbrantes, sino esconderse y practicar la virtud de manera que la mano izquierda no sepa lo que hace la derecha”. Pero, ¿por qué esa admiración por alguien que llevó una vida tan discreta como oculta, nada excepcional? 

El regalo de Navidad

Teresa capta nuestra atención porque aprendió a desprenderse. Perteneció a una familia acomodada y no le faltó nunca el afecto de los que la rodeaban. Estaba muy unida a sus padres y a sus cuatro hermanas. Sin embargo, dos separaciones la marcaron profundamente: la muerte de su madre cuando apenas contaba con cuatro años y medio de edad, y el ingreso en el Carmelo de Lisieux de su hermana Pauline, quien había sido como una segunda madre para ella, cuando tenía nueve. Esta segunda muerte hizo que pasara por un estado de debilitamiento prolongado que la mantuvo postrada en cama durante casi cincuenta días. Se llegó a temer por su vida y se especuló con que, de sobrevivir, su salud mental quedaría muy mermada. Nada de esto sucedió. Lo más probable es que Teresa viviera de golpe dos duelos, uno por la muerte de su madre —ella misma dice que no recordaba haber llorado mucho cuando murió— y otro por la partida de su hermana. Hoy en día lo que le sucedió se habría diagnosticado como TEPM (Trastorno por Estrés Post-traumático). 

Aunque no tuvieron el mismo impacto, su ingreso en el internado de Lisieux un año antes de la marcha de Pauline, la entrada de su hermana Marie en el Carmelo un año después de su convalecencia, y quedarse sola en el internado una vez que su hermana Céline terminó sus estudios, acrecentaron aún más su sensación de desamparo. Desde los cuatro años la separación fue una constante en su vida, lo que la convirtió en alguien “extremadamente sensible” y de lágrima fácil. Llegó a decir de sí misma que era “verdaderamente insoportable”. El día de Navidad de 1886, con 13 años, un comentario desganado de su padre sobre los regalos que recuerda al siempre desolador de “los Reyes son los padres”, propició un cambio inesperado en ella. Se entristeció y lloró, lo habitual, pero no sólo: “Sentí que entraba en mi corazón la caridad, la necesidad de olvidarme de mí misma para dar gusto a los demás, ¡y desde entonces fui feliz!“.

Ser lo que él quiere que seamos

Teresa asumió a muy temprana edad que la vida es dura, lo que podría haberla sumido en la nostalgia, el resentimiento o la inseguridad. Un pequeño detalle el día de su segunda comunión nos da la clave de todo: “Me repetía a mí misma sin cesar estas palabras de San Pablo: Ya no vivo yo, ¡es Jesús quien vive en mí!Por eso fue capaz de convertir las separaciones en desprendimiento, la pérdida en oportunidad, el desvalimiento en disponibilidad. Fue desprendida con quien le salvó, por eso terminó ingresando en el monasterio: “No vine al Carmelo para vivir con mis hermanas, sino sólo por responder a la llamada de Jesús”. Una vez dentro hacer el bien a los demás, algo asequible a cualquiera, se convertiría en su forma de vida: “¡Mi vocación es el amor!”.

Teresa no era ingenua. Ella misma reconocía la dificultad de esta tarea: “De lejos parece de color de rosa (…). De cerca el color rosa desaparece…”. “En el Carmelo una no encuentra enemigos, pero sí simpatías”, admitía con realismo. “Qué contrarias a los sentimientos de la naturaleza son las enseñanzas de Jesús”, nos advierte. La conciencia de su propia imperfección le llevó a emprender el camino de la infancia espiritual, verse a sí misma constantemente como quien no tiene nada de lo que presumir, sino todo por aprender del maestro: “No me apoyo en mis méritos, que no tengo ninguno”. Así fue cómo Teresa dejó que el Señor convirtiera su tendencia a la obsesión en atención detallada a la calidad de sus gestos y a las necesidades de sus hermanas. Lo suyo fue una caridad no apoyada en el sentimiento o en las propias fuerzas, pues tiene las patas muy cortas, sino en ser lo que Jesús quería que ella fuera. Consciente de las implicaciones que eso supone afirmó: “Tengo la impresión de que las almas pocas veces le dejan dormir (al Señor) tranquilamente dentro de ellas”. Ella lo hizo y fue desprendida con quien le había dado todo, pero trató de vivir como él lo es con todos.