Guías ciegos

Todo aquel que haya cursado algún tipo de estudio sabe que cuanto más sabes de una asignatura, más sensación tienes de desconocer el tema de estudio. Y, por el contrario, cuando sabes poco, estás totalmente relajado y feliz en tu ignorancia. Esta sensación se multiplica cuando hablamos de acompañar a las personas. El trabajo con otros seres que viven, sienten y padecen… nos pone frente al espejo a nosotros mismos, nos vemos reflejados en cada palabra, cada vivencia y nos damos cuenta de lo poco que sabemos. Que lo aprendido en comunicación se hace insuficiente para llegar al centro de las personas. Que los recursos de gestión emocional no sirven para evitar que nos arrastren las emociones de tantas vidas desgarradas que se nos muestran. Y, finalmente, que la teoría aprendida no abarca a cada ser humano que existe ya que somos únicos cada uno.

Hace años en la comunidad, cuando hablábamos de acompañamiento en los retiros, ofrecíamos una dinámica en la que vendábamos los ojos a la mitad de los participantes para que guiasen al resto y así pudieran experimentar que cuando acompañamos a otros somos guías ciegos que guían a su vez a otros ciegos. La posibilidad de acompañar a otras personas es un privilegio y así debemos vivirlo, con la máxima humildad y con temor y temblor ante la tarea tan colosal que uno tiene por delante.

Acompañar, ¿un arte?

Si acompañar en su origen viene del latín “ad cum pane” que significa compartir el pan, juntarse entorno al pan. Es decir, compartir lo que tengo, apoyándose mutuamente, y el “arte” es la capacidad de crear algo nuevo que toque las emociones. Diríamos que si existiera un arte en acompañar sería la capacidad de brindar apoyo, orientación a otras personas, sobre todo en momentos de crisis, dificultad o cambio. Nos exigiría un acto de presencia real con el acompañado, practicando la escucha activa, siendo empáticos con su historia y compasivos con su persona. Ofreciendo recursos y sentido, con total desinterés personal en nuestro acto. Y la práctica y la experiencia (además de la formación específica que hubiéramos acumulado) nos ayudaría efectivamente en convertirlo en un “arte”, una suerte de capacidad en brindar apoyo genuino que sirviera a las personas a progresar y desarrollarse.

Llamados a acompañar en la comunidad

En Fe y Vida vivimos el acompañamiento de la personas como algo que forma parte de nuestro ADN, ya desde sus inicios se ofreció, a todo aquel que se acercaba con sus diferentes problemas y necesidades, la oportunidad que otra persona de la comunidad caminara junto a él en su día a día. La lectura de Isaías 61 “el espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido. Él me envió a llevar la buena noticia a los pobres, a vendar los corazones heridos, a proclamar la liberación a los cautivos y la libertad a los prisioneros”, ante la cual tantas horas hemos rezado y meditado, pienso que nos ha concienciado en esta actitud de hacer el camino con los que más lo necesitan.

La experiencia a lo largo de los años no ha sido fácil, posiblemente muchas veces por fallas nuestras (la mayoría), en ocasiones no hemos podido o no hemos sabido estar a la altura de las circunstancias. Y otras, en cambio, sí hemos podido estar con el que nos lo solicitó dándole el apoyo necesario, bien o mal. Creo que siempre lo hemos intentado con todas nuestras fuerzas y capacidades.

Tipos de acompañamiento

Antes de nada decir que el tipo de acompañamiento que se hace desde Fe y Vida es un acompañamiento no directivo, es decir no dice a las personas qué es lo que tienen que hacer, sino que pretende dar luz en los aspectos más importantes de la vida y que sea cada uno el que tome sus propias decisiones. En la comunidad hemos distinguido tres tipos de acompañamiento a lo largo de estos años:

  • Un acompañamiento funcional: gente que se acerca a la comunidad y con la que trabajamos para conocer la fe tal y como la entendemos nosotros.
  • Un acompañamiento comunitario: gente que pasa a formar parte de la comunidad y pide ser discipulada, creándose una relación más intensa que busca formar a un adulto en la fe (también entraría en este apartado lo que sería un acompañamiento espiritual).
  • Un acompañamiento psicológico: en la comunidad somos conscientes de nuestras limitaciones y sabemos cuándo la gente se acerca con problemas que superan nuestras capacidades. A muchas personas las derivamos e incluso les pagamos terapias en el psicólogo o psiquiatra porque eso es lo que necesitan (este acompañamiento no es propio de la comunidad, pero en algunas ocasiones se hace bajo unas serie de premisas previas a iniciar uno de los otros acompañamientos anteriores). En cambio hay personas a las que sí apoyamos psicológicamente ya que se encuentran sobrecargadas emocionalmente, desorientadas o bloqueadas por aspectos de su vida y con las que sí podemos trabajar con la parte sana de su mente.

Hablar o trabajar cosas concretas

Alguno puede pensar que el acompañamiento es hablar de cosas que me han pasado esta semana o charlar de amistad, y puede ser que muchas veces para crear un vínculo se hablen de cosas muy del día a día, pero lo cierto es que para que el acompañamiento sea efectivo y sirva al acompañado, tiene que trabajar en aspectos muy dispares de la persona, se me ocurren algunos como:

  • Autoconocimiento personal: sé como soy, cuáles son mis reacciones, mis emociones, ¿las sé regular? ¿Las reconozco y acepto?
  • Relaciones personales: ¿cómo es mi trato con los demás? ¿Es sano?
  • Oración: ¿cómo es mi relación con Dios? ¿Soy constante?
  • Autoridad: si estoy en comunidad debo entender este concepto y ¿sé someterme a las autoridades de mi vida?
  • ¿He descubierto mi llamada o vocación?
  • ¿Tengo espíritu de servicio?
  • ¿Tengo espíritu evangelizador?
  • ¿Cómo discierno los aspectos de mi vida?
  • ¿Qué me motiva en la vida? ¿Qué me impulsa cada día a levantarme y seguir?
  • ¿Tengo un corazón de siervo?
  • ¿Santifico mi trabajo?
  • ¿Me dejo confrontar por los demás?

Son solo unos pocos ejemplos… Un abrazo, nos vemos en el acompañamiento.