Con frecuencia me encuentro con publicaciones o testimonios de personas u organizaciones hablando de un nuevo evento de evangelización, de un encuentro de jóvenes o de un multitudinario concierto cristiano. Si te das un paseo por Instagram puedes ver espacios cuidadosamente decorados preparados para una intensa adoración, jóvenes (a veces un poco irreales) mostrando la alegría de seguir a Jesús, sacerdotes mostrando un buen rollo fabuloso con sus feligreses… Todo muy guay. Una Iglesia viva, fresca, llena de pasión. Pero me pasa que cuando doy el salto de lo virtual a lo real en alguna iglesia de casi cualquier región española no es eso lo que me encuentro. Habitualmente son frías y están igual de vacías que en mi pueblo. La media de edad crece entre los asistentes a las celebraciones, sean del tipo que sean, y es muy complicado encontrar personas que quieran dedicar parte de su tiempo a que la Iglesia crezca o, al menos, se mantenga.
El papel, en este caso internet, lo aguanta todo. Estamos consiguiendo construir un relato en el que sentirnos a gusto, satisfechos por la inculturación de la Iglesia en nuestra sociedad actual. Pero no nos engañemos. La realidad es otra. Es cierto que esa imagen que proyectamos puede estar más actualizada, pero es necesario mirar hacia el interior y analizar nuestra realidad. La de los locales parroquiales, las sacristías, los grupos de jóvenes, las peregrinaciones, las eucaristías… ¿Publicaríamos una imagen de una reunión del consejo parroquial? ¿Una foto de los feligreses durante la homilía dominical?
Parece como que en la Iglesia hemos caído también en las redes de la cultura de la apariencia. Tratamos de mostrar nuestra mejor imagen y da la sensación de que evitamos mirarnos al espejo de nuestra realidad. Supongo que será una cuestión de inmadurez por mi parte pero muchas veces esto genera en mí una cierta desazón e incluso malestar al ver representada una imagen de la Iglesia que no concuerda con mi experiencia ni con lo que percibo en la realidad española. Y eso, de alguna forma, me molesta porque me parece que o en Fe y Vida somos muy torpes o los cristianos nos seguimos engañando al solitario.
Nuestra experiencia en la comunidad es que no todo es tan fácil. Invertimos mucho tiempo y esfuerzo en pensar y poner en marcha iniciativas que puedan facilitar el encuentro entre las personas y Dios: casados, solteros, jóvenes, niños, de cerca, de lejos… Y la respuesta no siempre es la esperada. A veces no responde a esas iniciativas el número de personas que esperábamos y otras los frutos no son los que nos gustaría ver. Trabajamos también mucho en el proceso de lograr que alguien que conoce al Señor se convierta a un cristiano maduro. Perseverar en la fe, ser coherente con el Evangelio, asumir responsabilidades… son algunas de las facetas en las que trabajamos para que este proceso pueda consolidarse, pero es un trabajo largo y costoso que muchas veces no encuentra los resultados anhelados: un cambio de lugar de residencia, un nuevo novio, un trabajo absorbente… Son muchos los factores que pueden dar al traste con ese proceso que va desde la conversión al discipulado. No todo lo hacemos bien, por supuesto. Nos equivocamos, damos rodeos innecesarios, nos entretenemos en minucias sin importancia y nos flaquean las fuerzas muchas veces. En todo ello tratamos de ser honestos y realistas. Intentamos seguir la dirección que nos marca el Espíritu Santo y ponemos nuestras capacidades a su servicio. Y aquí seguimos, asumiendo que no somos infalibles, que la tarea es complicada (nadie nos dijo que no lo fuera) y confiando en que Dios utilizará este esfuerzo para el bien de todo aquel que lo necesite, pero sin engañarnos. Somos lo que somos y hacemos lo que podemos, individualmente y como comunidad.
Mejorar la imagen que la Iglesia da a la sociedad es algo bueno y necesario, pero si esa imagen no está en concordancia con la realidad que vivimos nos convertiremos en esclavos de la apariencia. La verdadera imagen de la Iglesia deberíamos de ser los propios cristianos transmitiendo la esencia del mensaje de Jesús en nuestro día a día, reconciliados con nuestra cultura y con la certeza de que somos hijos de la Verdad. Y esto sí que deberíamos publicarlo y compartirlo con todos los medios a nuestro alcance.
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