Desde finales de septiembre no puedo quitarme una melodía de la cabeza. Está en mi mente, sale en momentos puntuales y junto a ella hay dos palabras que marcan el estribillo: Alfa y Omega. Precisamente son los dos símbolos que encuentro inscritos en el altar cada vez que voy a la capilla de Siquem a orar. En aquel momento no sabía explicar el porqué de esta coincidencia, pero más tarde lo iba a entender. Desconozco si os ha pasado esto alguna vez, pero algo me dice que no es casualidad y que en la mayoría de las veces nos transmite algo personal. Así que os voy a compartir lo que creo haber entendido.

Confiar

Estos días mi pensamiento lo tenía fijado en ese Alfa y Omega y enseguida venían más ideas a la mente como que es principio y fin de todo; es comienzo y conclusión de toda historia personal y la del mundo en el que vivimos. Y finalizaba preguntándome: pero, ¿quién es ese principio y fin, comienzo y conclusión? Me encontraba en la capilla, así que levanté mi mirada y contemplé el crucifijo, luego el sagrario. Estaba claro: Jesús. Es fácil verlo ahí o en palabras a través de un discurso que hemos escuchado muchas veces. Lo desafiante es hacerlo vida, descansar en esa confianza y alimentarnos de ella. Cada vez lo tengo más claro y cada vez, espero, lo incorporo un poco más a mi vida. Cuando sabes que hay alguien que cuida de todo y de cada uno desde el principio hasta el final… ¡cuánto sufrimiento podemos sobrellevar! ¡Cuántas alegrías pueden mantenerse! ¡Cuántas noticas non gratas podemos acoger! ¡Cuántos podemos permanecer en pie!

Todo parecía asequible, pero la vida continuaba y a los pocos días recibía un correo electrónico desde Israel de unos hermanos en la fe compartiendo lo que está sucediendo de puertas hacia adentro. Durante esa semana había visto tantos estados de WhastApp con reclamos de paz… Todo el mundo consternado y quizá dudando. Pero, es que no hace falta irse lejos o fuera de casa para poner a prueba esa confianza de la que hablaba antes. Cuántos de vosotros no sufrís los envites de una enfermedad o estáis acompañando los últimos días de un ser querido. Cuántos no tenéis paz interior por la incertidumbre en vuestras vidas o soportáis como podéis las dificultades del día a día a causa de tantas crisis. ¡Parece imposible poder vivir así! Y me pregunto y os pregunto ¿qué os permite vivir? Me sale también ¿quién? Porque creo entender que todo lo dispone Dios y está conectado con él (una comunidad, una familia, una amistad) para poder vivir esta vida con las circunstancias que sean.

Esperar

Mientras pensaba en estas cosas y me hacía esas preguntas, otra más profunda me sobrecogió: ¿cómo hago para que lo que expreso dé consuelo, transmita confianza, llene de esperanza y sea compañía para cualquier persona en cualquier circunstancia? Porque tras la noticia de los bombardeos en Israel y conocer el sufrimiento de tantas personas se hace difícil creer, aparece el miedo, la desconfianza y un sinfín de emociones que nublan la vista y el corazón. ¿La respuesta? Otra vez: Jesús. Es el mismo ayer, hoy y siempre. Permanece fiel… ¿por qué ese miedo? ¿Por qué no confiar? Hemos leído el Evangelio: sabemos cómo acaban las historias a su lado. Conocemos su obrar. Y él venció a la muerte. Me imagino la persona que se siente segura con un amigo o con cierta persona en su vida y ya todo lo enfrenta sabiéndose acompañada en sus sufrimientos, miedos y combates. Y si tiene que morir, pero es junto a ella, habrá valido la pena. No es una película de amor ni estoy haciendo ironía… Esto también lo podemos vivir junto a Dios. Por eso es tan importante construir nuestra vida en Jesús, tener una relación con él porque si ponemos nuestra vida fuera, nos la derrumban. No permanece.

Y para no sucumbir por los reveses de la vida se hace urgente hacer de Jesús esa persona a la que aferrarnos. Vivir en su presencia, contar con su compañía. ¿Qué importa esta vida si estamos con él y sabemos cuál es el final? Importa, claro, porque hay vínculos, hay historias, hay vivencias. Pero… pongamos nuestra mirada más allá, con el corazón confiado, con la esperanza viva. Esperándolo todo, pero junto a él. Esa es la promesa de Jesús. Me cuestiona todo esto y me hago justamente las mismas preguntas… Si yo estuviera en Israel, ¿cómo viviría? Y si yo viviera allí, ¿tendría la misma fe? Y si yo tuviera fe, ¿creería y confiaría en esto que estoy expresando? Si yo estuviera allí, ¿querría seguir viviendo y esperándolo todo de Jesús? Y es que a veces queremos vivir lo que otros para probar nuestra fe, a veces no estamos seguros de seguir a Jesús con todo como muchos santos. Pero no se trata de mirar hacia fuera sino hacia dentro, en nuestra relación personal con él. Y lo que nos pida, a ti y a mí, eso haremos. Desde nuestras circunstancias, con lo que somos y tenemos. Y creedme, tiene el mismo valor y es testimonio.

Amar

El problema, si es que existe, es cómo respondemos nosotros: permaneciendo junto a él a pesar de los pesares o no. A pesar de todo lo que no vaya bien en nuestra vida o en la de nuestros familiares, en la sociedad o en el mundo. En nuestra realidad y desde nuestra realidad con todo lo que ello implica. Pero no hacerlo solos. Nos necesitamos, pero más necesitamos a Dios. Por eso ahora me acordaba de otra canción que lleva por título esta pregunta Where is the love? (¿Dónde está el amor?) en la que hay un grito interior que necesita una respuesta que intuyo que solo nos puede dar él. Nosotros también podemos lanzar la misma petición y pregunta a Dios:

People killin’, people dyin’ Children hurt, hear them cryin’ Can you practice what you preach or would you turn the other cheek? Father, Father, Father, help us send some guidance from above ’cause people got me, got me questionin’ where is the love?

(Gente matando, gente muriendo. Niños lastimados, los escucho llorar. ¿Puedes practicar lo que predicas o pondrías la otra mejilla? Padre, Padre, Padre, ayúdanos, envía alguna guía desde arriba porque la gente me hace preguntarme dónde está el amor).

Precisamente hace poco celebrábamos la fiesta de Santa Teresita de Lisieux, patrona de Fe y Vida, y ella llegaba a la conclusión de que su vocación era el amor. ¿Podemos decir esto nosotros? ¿Por qué no empezamos a hacer camino? “No hay temor en el amor”.

Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el fin, el primero y el último. Fuera de mí no hay dios. Cuando lo vi, caí a sus pies como muerto. Pero él puso su mano derecha sobre mí, diciéndome: No temas; yo soy el Primero y el Último, el Viviente; estuve muerto, pero ya ves: vivo por los siglos de los siglos, y tengo las llaves de la muerte y del abismo.