El pasado día 3 de Mayo se cumplieron 25 años de mi conversión. Ahí es nada. Cuando hablo de conversión me refiero al día en el que tuve una experiencia de encuentro con Dios. Me habían invitado a una oración en los locales de una parroquia (a mediados de los 90 esto no era excesivamente raro) y llegaba allí un poco zarandeado por la vida debido a una serie de circunstancias que estaba viviendo en las últimas semanas. En medio de aquella oración, un poco desconcertado por la manera tan natural y espontánea que tenía la gente (casi todos de mi edad, aunque solo conocía a unos pocos) de orar, surgió en mí la idea de lanzarle un desafío a Dios. Si era verdad lo que siempre había escuchado de Él, si era cierta la forma en la que aquellas personas decían relacionarse con Jesús, que me lo demostrase a mí porque en ese momento necesitaba que fuera verdad que hubiese un Dios que es amor, que estaba a mi lado y se preocupaba por mí especialmente en mis momentos más vulnerables. Y para mi sorpresa sucedió. Dios se manifestó, me hizo sentir que estaba a mi lado, que me conocía perfectamente que sabía lo que estaba pasando en mi interior y que me amaba ahora y siempre. Y desde entonces todo cambió.
Al principio no fui muy consciente de ese cambio. Mi vida en apariencia continuó más o menos igual: estudios, deporte, amigos… pero el hecho de haber vivido esa experiencia y de comenzar a pasar tiempo con la gente con la que compartí aquel viernes esa oración puso los cimientos de lo que ha terminado siendo mi vida. Mirando atrás desde el balcón de estos veinticinco años me doy cuenta de las cosas que han sido importantes para acabar siendo lo que soy. Os cuento algunas de las que me parecen más importantes.
La oración
Desde el día en que aparecí por aquella parroquia me quedó clara, aunque al principio no lo comprendiese del todo, la importancia de orar y mantener una relación estrecha con Dios. Llevo años escuchándolo y cada vez me parece más importante. La vida cristiana sin una relación real y sincera con Dios no puede existir y por mucho hincapié que hagamos en ello nunca será suficiente. A mí me ayudó a entender que mi vida debía estar enfocada a encontrar esa intimidad.
La comunidad
La comunidad entendida como familia, como ese grupo de personas que tienes alrededor y que se preocupan por ti. A mis dieciséis años me encontré con unos chicos y chicas poco mayores que yo que desde el principio me acogieron y se preocuparon por conocerme y cuidarme en la medida en la que yo se lo permití. Poco a poco esas relaciones se fueron estrechando hasta alcanzar niveles que nunca imaginé. Pasaron mucho tiempo conmigo y eso sirvió para fraguar relaciones basadas en la confianza, el perdón, la sinceridad… y con una misma pasión, que era la de seguir a Jesús, aunque entonces seguramente no comprendiésemos del todo lo que eso significaba.
Un objetivo
Evangelizar, colaborar para que el Reino de Dios llegase a cada rincón de la Tierra, promover el encuentro de las personas con el Amor de Dios. Esa era la misión y por eso orábamos, discutíamos, viajábamos… Compartir esa misión me ayudó a ordenar algunas de mis prioridades vitales en esa época y sirvió para estrechar nuestros lazos aún más.
Acompañamiento y responsabilidad
En los primeros años casi lo único que hice fue “recibir”: atención, escucha, formación, pero con el paso del tiempo y en la medida en la que quise y estaba preparado fui recibiendo algunos “encargos” al principio muy sencillos y con el paso del tiempo más serios. Un acompañamiento enfocado al crecimiento en todas las facetas de mi vida combinado con un proceso de adquisición de responsabilidades creo que fue esencial para reconocer como maduraba personalmente a la vez que me vinculaba de una forma más intensa al proyecto de Fe y Vida.
Creo que estos cuatro aspectos influyeron de manera importante en que permaneciese en la fe y en la comunidad, aunque la realidad es que a lo largo de estos veinticinco años se han dado miles de circunstancias que han hecho que hoy mi vida gire completamente en torno a Dios a través de Fe y Vida. Me acuerdo de muchas, algunas importantes, otras más sencillas: El principio de todo en los “bajos de Nueva Ciudad” y mis primeros contactos con la fe y la comunidad en aquella célula tan explosiva, las pascuas de Olea, aquel año compartido en Salamanca con todos sus descubrimientos, los laudes de garaje, los retiros en Cóbreces, los abrazos sin fin, oraciones, oraciones y más oraciones, La Canal, El Soto, la comunidad de vida, Ruiloba, Monte Horeb, las fiestas de nochevieja, Asís, Alba de Tormes, los hackathons, los compromisos, tantos y tantos momentos y lugares. Pero sobre todo me acuerdo de mucha gente que ha pasado a mi lado a lo largo de este tiempo. Algunas de estas personas permanecen después de estos de tantos años, otras tuvieron un paso más fugaz, pero me vais a permitir que me guarde los nombres porque no quiero que nadie se quede fuera. A todos muchas gracias. Me considero un pequeño milagro de Dios y vosotros sois parte importante de ese milagro.
Os quiero.
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