Los niños y la fe
La transmisión de la fe es un misterio para mí. Desconozco cuáles son las reglas de la evangelización. Después de más de veinticinco años como cristiano de “verdad” no he visto ningún método ni sistema que sea capaz de conseguir que una persona abra su corazón a Dios. Cada vez estoy más convencido de que es una cuestión de Gracia. He visto convertirse a personas de lo más variopintas en las situaciones más insospechadas, a la vez que he sido testigo de la inutilidad de otras predicaciones, retiros y oraciones que parecían ofrecer unas condiciones ideales para la acción del Espíritu Santo. Cómo decía antes, para mí es un absoluto misterio.
Hoy saco a la luz este tema pensando especialmente en mis hijos. Tengo tres hijos, de 11, 10 y 8 años respectivamente. Han crecido en una familia cristiana en la que siempre hemos vivido la fe con total naturalidad. Orar es algo que está en nuestras rutinas, la comunidad es una familia para ellos, conocen la Biblia y pueden explicar muchos de sus pasajes e incluso en ocasiones te puedes encontrar a alguno de ellos orando en algún rincón de la casa. Desde hace años se acercan a la Palabra a través de las “historias” de Godly Play que hasta ahora les ha ayudado enormemente a interiorizar de una forma natural la “Buena Noticia”.
No es una tarea fácil
Pero nos damos cuenta de que nuestro hijo mayor comienza a distanciarse lenta y progresivamente de la figura de Jesús. Al menos eso nos parece a nosotros. Posiblemente la edad, la necesidad de autoafirmación y de distanciarse de la figura de los padres estén influyendo también en este proceso natural en la preadolescencia. Pero, como decía antes, es algo que me preocupa porque creo que el legado más valioso que les puedo dejar a mis hijos es el de la fe. Esa fe que a mi me salvó la vida y que no sé cómo hacer para que se convierta en una realidad en las suyas.
Jesús dijo “Dejad que los niños se acerquen a mí” y yo pienso que no sé cómo hacerlo. ¿Qué significa ese “dejad” hoy en día? Veo una Iglesia en la que los niños no tienen espacio y que habla un lenguaje totalmente incomprensible para ellos tanto en el fondo como en la forma. Veo una sociedad que les tienta y les aleja poderosamente de los valores del Evangelio. Veo una incapacidad en mí para transmitir la Vida que yo recibo cada día. Veo dificultad en ellos para abrirse sin miedos y sin complejos a la realidad trascendente de Dios.
El poder de la bendición
Este fin de semana asistí a un encuentro en el que hablamos mucho del matrimonio y de la familia y casi todo el retiro se centró en la importancia de la bendición en la pareja y en los hijos. Bendecir a los hijos. Que cosa tan simple y tan olvidada en la Iglesia Católica. Una tradición que se remonta al Antiguo Testamento y que nos invita a comunicar el Espíritu Santo a nuestros hijos. Relacionarnos con ellos de corazón a corazón asumiendo nuestras faltas y pidiendo perdón por ellas. Darles una identidad en Cristo reconociendo su propia identidad como hijos de Dios y lo que eso supone en sus vidas. Poner en valor sus dones, verdaderos regalos de Dios en sus vidas que son las cualidades específicas que Dios ha puesto en ellos y que serán los instrumentos que les permitan alcanzar su plenitud en Él. Y enviarles al futuro, poniendo nuestra confianza en ellos y en lo que Dios va hacer en sus vidas, abriendo un horizonte nuevo a aquello que ellos van a ser capaces de ofrecer al mundo. Darles poder en el Espíritu Santo y acompañarlos en ese proceso mostrando siempre nuestra confianza, ayuda y cariño. Nada más y nada menos. Una ventana a la esperanza de que mis hijos experimenten la cercanía y el cuidado de Dios en sus vidas y que opten por seguirle fielmente.
Jesús dijo que quería que los niños se acercaran a Él. Y dijo también que los niños son los modelos para entrar en el Reino de los Cielos, así que ellos tienen las puertas abiertas. Quiero pensar, aun muerto de miedo, que voy a ser capaz de acompañarlos de la mano hasta esas puertas y que con confianza se convertirán en amigos íntimos de Dios para vivir una vida plena en Él.
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