Hace pocas semanas hemos adquirido un robot de cocina. Una de las maneras de usarlo es el modo “cocina guiada”. Es tan sencillo como seguir las instrucciones al pie de la letra y el plato sale perfecto. Los primeros días seguí las recetas al miligramo y todo me salía bien, pero en cuanto cogí un poco de confianza y repetí alguna receta dos o tres veces, ya empecé a “inventar”, a pensar que yo lo iba a hacer mejor, que podría cambiar algún paso de la receta. ¿El resultado? Casi hago que un postre súper fácil de chocolate no me saliese bien, con el consiguiente desperdicio de electricidad y de comida. Era tan fácil como seguir las instrucciones al pie de la letra. Era tan sencillo como obedecer.
¿Te ha pasado alguna vez que hay épocas de la vida en que ciertos conceptos o palabras se repiten en tu vida? De repente parece que te persiguen. Aparecen en la oración personal, en conversaciones con hermanos de comunidad, en predicaciones de diferentes personas , en el libro que estás leyendo, en la lectura de la Biblia, en la homilía de la Eucaristía del domingo… A mí, últimamente me está pasando con la “obediencia “.
Hablando con mi acompañante le dije que tengo claro que esta comunidad es mi sitio, pero que no reconozco qué dones tengo ni cuál es el propósito de Dios para mí, aunque procuro estar lo más atento posible para descubrirlo.
Una cosa que a mí me ayuda mucho es llevar un “diario de oración” donde voy apuntando intuiciones que surgen en la oración, estados de ánimo, inquietudes, versículos de la Biblia que me han llamado la atención en mi lectura diaria… y alguna cosilla más. Me ayuda porque de tanto en tanto lo releo y vislumbro un cierto recorrido con sus búsquedas, estancamientos, avances, tropiezos, caídas, correcciones de rumbo, distintos posicionamientos… Desde hace mucho tiempo el tema de la humildad ha sido recurrente en mis anotaciones. Sin embargo, hace poco hablando con mi mujer me dijo algo relativo a que, conociéndome, ella pensaba que, llegado cierto momento, me costaría obedecer. Mi primera reacción fue negarlo, claro. Pero luego releyendo mi diario me di cuenta de que, desde hace casi tanto tiempo como la humildad, aparecía también la obediencia en mis anotaciones y me había pasado desapercibida casi por completo.
De momento tengo claro que necesito crecer como cristiano y para ello pienso que una de las cosas fundamentales es la obediencia. No una obediencia ciega, sin pensar, sino una obediencia consciente y, sobre todo, por amor. Una obediencia que no es otra cosa que una de las formas más palpables de ser humilde y confiar en el otro.
El otro puede ser tu esposa o, hablando de la comunidad, puede ser tu acompañante, tu responsable de núcleo, de ministerio o de célula (grupo pequeño de trabajo).
En el fondo da un poco igual porque, si hablamos de una comunidad cristiana, el otro al final siempre es Dios.
Pero obedecer a Dios es sencillo pero no es fácil:
Primero, porque para obedecerle debes saber qué te está pidiendo.
Segundo, porque cualquier desvío, por pequeño que sea, de lo que el Señor te pida ya no es obediencia.
Tercero, porque lo que te pide el Señor siempre es para ahora. Ni para mañana, ni para el año que viene, ni para cuando tengas más tiempo, más recursos, más edad, más experiencia… Si el Señor te pide algo, es ahora.
En mi caso, de momento lo tengo bastante claro: “ven y sígueme“. Creo que lo que quiere el Señor de mí es que tenga una relación con Él. Y eso me parece el inicio lógico y fundamental porque quiero obedecer al Señor, pero hacerlo por amor. Para amarlo, debo conocerlo y, para conocerlo, debo tener una relación con Él. Pienso que cuanto más plena, cercana y sincera sea esa relación, más lo conoceré y más claro tendré qué quiere o qué espera de mí.
Ahora bien, todo es un proceso. Y, como he comentado antes, el Señor se vale de todo: De su Palabra, de los hermanos, de predicaciones, etc… para hablarnos y mostrarnos nuestro siguiente paso y dirección Pero luego toca confiar, toca plegarnos a su voluntad, a sus tiempos, a sus momentos y maneras. Toca admitir que Él sabe más, que nos conoce mejor que nosotros mismos. Quizá por eso es tan bueno estar en comunidad pues, para mí, los hermanos son un gran “canal de transmisión” de la voluntad de Dios.
Es sencillo pero no es fácil porque mi orgullo muchas veces me hace pensar que yo sé más que Dios o más que los hermanos… cuando ni siquiera sé más que un simple robot de cocina, al que solo debo seguir sus instrucciones al pie de la letra para hacer un postre de chocolate.
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