Hace un mes tuve una reunión online y, mientras esperábamos a que fuera llegando el resto de participantes, me quedé hablando con uno de ellos que es un amigo sacerdote. Me comentaba que había finalizado un curso Alpha online recientemente y que estaba asombrado de la buena acogida que había tenido, de lo necesitada que estaba la gente de estar metida en alguna cosa ahora que no se puede hacer mucho presencialmente. Hablaba de dar respuesta a estos “buscadores en la red”. Justo fue pronunciar estas palabras y algo en mí conectó con ello.
Yo estoy presente en varias redes sociales: Facebook, Twitter, LinkedIn, YouTube… Tengo un blog desde hace casi diez años, uso WhatsApp, Telegram, Skype… Reconozco que fui buscadora en la red y aún hoy, pero es desde una actitud diferente a cuando empecé en este mundo. ¡Si se le puede llamar mundo! Conecté con las palabras que pronunció mi amigo porque de vez en cuando o cada año se me presenta el debate interno de si seguir adelante en las redes sociales o no. Si estar activamente o no, si permanecer o dejarlo estar definitivamente.
Buscamos algo más
Ese debate me presenta un montón de preguntas a nivel personal y general. ¿Por qué? Porque es exigente, porque si estás se tiene que notar, porque tengo dudas de que sea algo que aporte a alguien o me aporte a mí, porque puedo estar buscándome a mí en lugar de buscar fuera de mí. Sinceramente, porque cada vez estamos más expuestos.
Parece como que no es suficiente con nuestra realidad cotidiana y nuestras relaciones personales porque necesitamos conectar con algo más, y este algo más cada uno lo concreta o lo busca donde y como le parezca, pero dentro de este mundo digital. Cuando una persona decide adentrarse en este mundo tiene que saber cuáles van a ser sus límites: hasta dónde dejarse ver, qué compartir, de qué hablar abiertamente, qué uso le va a dar, qué lenguaje utilizar, cuánto tiempo va a ocupar en su día o qué prioridad le va a dar. Además de saber qué quiere de él y qué le va a dar a cambio.
Todo esto me venía a la cabeza porque recordaba algo que sucedió cuando yo tenía veinte años. Estaba viviendo en un centro del Opus Dei y vino el Prelado (el que gobierna), Javier Echevarría, a tener un rato de tertulia con nosotras. Entre otras cosas hablamos de la presencia en Internet y él lanzó esta pregunta: “Si San Josémaría (el fundador) viera vuestro perfil en Facebook, ¿qué pensaría, estaría orgulloso de sus hijas?”. Sé que es un ejemplo muy concreto, pero pensaba que para los cristianos podría trasladarse a Jesús. Si viera nuestro perfil, ¿qué pensaría, estaría contento con nosotros? Yo entendí ese “estar contento” en cuanto a que nos mostráramos tal cual somos, siendo sinceros y coherentes. Desde entonces he procurado mantener presente esa pregunta cada vez que comparto, escribo o doy “me gusta” a alguna cosa.
Consumir vs Producir
Cuando decía que tenía dudas de si la presencia en Internet aportaba algo a alguien o me aportaba a mí, recordaba una conversación que he tenido muchas veces con mi cuñado. A él le encanta la productividad y me decía que había cambiado de ser consumidor a productor. Ya no se dedicaba a devorar artículos, visionar vídeos sin fin e ir de un clic a otro, sino que había empezado a producir sus propios artículos, podcast, vídeos y hasta cursos. Se había dado cuenta de que colaborar en este mundo digital, compartiendo sus conocimientos y experiencia, le aportaba más que consumirlo pasándose horas y horas en él.
Trasladaba esto al ámbito de la fe y reflexionaba en cómo podría colaborar yo, desde mi propia cosecha, a dar contenido alcanzable y que nutriera a quien se encontrara con algo mío; porque dentro de mí pensaba en tantas personas que se adentran cada día en Internet buscando algo que les llene, que les conecte con ellas mismas y con su vida, algo que les dé sentido a sus circunstancias personales… ¿Con qué se encontrarían? Y, ¿dónde estábamos nosotros en esa búsqueda? ¿Dónde nos podrían encontrar? Y, cuando nos encontrasen, ¿qué iban a ver?
Yo también he sido buscadora y me encontré con personas sinceras y auténticas en Internet que me mostraron otra forma de vivir y de entender la vida. Al final, tengo una preocupación interior de querer llegar a más, de poder alcanzar a quien lo necesite, como yo en su día, con algo sencillo, pero mío. Es cierto que si no tienes nada que contar o que aportar, mejor no lanzarse en esto de ser productor o colaborador. El mundo digital también tiene una llamada personal para los cristianos y quienes la sienten tienen una misión muy importante.
La mejor red social es… nosotros mismos
Está claro que no podemos mirar hacia otro lado y que este siglo en que nos ha tocado vivir contempla la vida digital. Muchos estamos insertos en ella por tema laboral o personal y, como cristianos, tenemos una forma concreta de estar en ella. Cada uno como Dios le dé a entender y se sienta llamado… ¡Ah! ¿Que no te has parado a preguntarle cómo estar en tus redes sociales?
Tanto la presencia digital como la vida de cada día nos llaman a estar en ella de forma íntegra y coherente. Al menos eso es lo que buscamos o esperamos de los demás: encontrar verdad en ellos. Por eso he llegado a la conclusión de que la mejor red social somos nosotros mismos sin máscaras, sin filtros, sin añadidos. Si conseguimos ser los mismos aquí o allí, donde sea, el debate sobre si estar o no en las redes sociales se habrá esfumado.
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