Soy consciente de que el título puede generar expectativas muy diferentes y que a alguno incluso se le puede haber encendido la “alarma” al leer la palabra “enfada” junto a la palabra “Jesús”. Pero lo cierto es que Jesús sí que se enfadó, o al menos, no actuó con todos “con el mismo nivel de paciencia”.
Es famoso el pasaje de Jesús expulsando a los mercaderes del templo. No quiero hablar hoy de este pasaje. También son muy conocidos los “razas de víboras” que les espeta a los fariseos. Todos estos son ejemplos de enfados de Jesús, pero estos tienen todos una cosa en común: son enfados con personas que no son sus discípulos.
Hoy quiero hablar de cuando Jesús se enfada, pero se enfada con sus discípulos. Esto es lo que me importa a mí y que estoy rezando en los últimos días, porque yo intento ser su discípulo y, si hay algo que le enfada que yo hago, me gustaría saberlo para dejar de hacerlo.
Hay una actitud ante la que Jesús muestra enfado o, al menos, cierto fastidio o molestia. Os quiero compartir uno de los ejemplos en el evangelio de Lucas:
Al día siguiente, cuando bajaron de la montaña, le salió al encuentro mucha gente. Y un hombre de entre la multitud exclamó:—Maestro, te ruego que atiendas a mi hijo, pues es el único que tengo. Resulta que un espíritu se posesiona de él, y de repente el muchacho se pone a gritar; también lo sacude con violencia y hace que eche espumarajos. Cuando lo atormenta, a duras penas lo suelta. 40 Ya les rogué a tus discípulos que lo expulsaran, pero no pudieron.
(Lucas 9, 37-42)
—¡Ah, generación incrédula y perversa! —respondió Jesús—. ¿Hasta cuándo tendré que estar con ustedes y soportarlos? Trae acá a tu hijo.
Estaba acercándose el muchacho cuando el demonio lo derribó con una convulsión. Pero Jesús reprendió al espíritu maligno, sanó al muchacho y se lo devolvió al padre.
Es importante el contexto de este pasaje: Unos versículos antes Jesús ha enviado a los doce en su primera misión sin él: les da autoridad para sanar y para echar demonios. No solo se han atrevido a ir a esa misión, sino que además ¡ha sido un éxito rotundo! Poco después ha hecho uno de los milagros más chulos y que debió dejar a todos boquiabiertos: la multiplicación de los panes y los peces. Después de esto, Jesús sube al monte con Pedro, Santiago y Juan a transfigurarse y al bajar se encuentra con que los apóstoles que se han quedado abajo no son “capaces” de ayudar a un chaval que parecía tener una posesión demoníaca.
Y aquí Jesús, digamos, “pierde su paciencia”. ¿Por qué? Pues yo creo que porque veía que su tiempo se iba acabando y que algo para lo que se suponía que había preparado a sus apóstoles aún no eran capaces de hacerlo. No tenían fe suficiente. Este pasaje recuerda a la recriminación que le hace a Pedro cuando, tras dar unos pasos en el agua, finalmente se hunde. También recuerda al “dadles vosotros de comer”.
Y aquí me surge a mí la duda: ¿En serio, Señor? O sea, esa gente había dejado todo por ti y, porque llegado un punto tienen alguna duda, ¿te enfadas? ¿En serio te enfadas con Pedro porque no consigue andar sobre el agua? ¿Era tan grave que los apóstoles pensaran que la gente se tenía que ir a sus casas porque no había nada de comer para ellos? ¿Tanto te molesta que los apóstoles no consigan expulsar un demonio?
Pues parece… que sí. Parece que a Jesús lo que más le importa es que nos fiemos de él. Quiero decir, preocuparse porque la gente no tiene que comer es algo muy normal, ¡incluso es de buena gente! Dudar cuando estás andando sobre el agua es más que razonable. Pensar que ante un demonio no tienes tanto poder es muy lógico. Pero el tema es que en todos esos casos esos discípulos no se fiaron de ti… del todo. Porque está claro que sí se fiaban de ti, el punto importante es “del todo”.
Y aquí es donde veo que muchos cristianos, el primero yo, hacemos aguas. Claro que nos fiamos de ti pero… no “del todo”. Porque si Pedro se hubiera fiado de ti del todo, ¿cómo hubiera podido siquiera concebir que permitirías que se ahogase delante de ti? Si los apóstoles ante el gentío se hubieran fiado de ti del todo, ¿cómo no darse cuenta que “algo harías” para alimentar a esa gente? Si ante el demonio los apóstoles se hubieran fiado de ti del todo, ¿cómo pensar que permitirías que ese pobre chaval siguiera atormentado por aquel demonio? Ya habían recibido el poder para echar demonios y ya lo habían hecho antes… pero se ve que la fe, si no se ejercita, se pierde.
A mi todo esto me hace pensar en la situación actual de la sociedad con respecto a la Iglesia: Es razonable pensar que la gente no quiere nada de Dios. Es razonable pensar que “como está la sociedad con respecto a la Iglesia, poco nos van a escuchar”. Todo eso es razonable, pero la pregunta que a mí me quema es: ¿me estoy fiando del todo de Jesús? ¿O mido con mi mente analista todo y saco conclusiones (que muchas veces son buenas) sin dejar que Jesús tenga la última palabra? Cuando veo a un amigo o hermano que “está atascado con Dios”, ¿dejo actuar a Jesús o concluyo que “con las circunstancias que tiene, es lógico que esté atascado” y ahí me quedo?
Creo que aquí es donde nos jugamos la partida. Porque al final lo que a Jesús le importa de mí es si confío “del todo” en él o no. Y por eso se “enfada” cuando ante tantas cosas que me ha demostrado sigo teniendo dudas. Me imagino una madre que se sacrifica económicamente por la educación de su hijo, que le demuestra día a día que le quiere con pequeños gestos de cariño, que tiene paciencia infinita con esa hijo, incluso cuando se porta mal y es maleducado, que le hace regalos renunciando ella a caprichos legítimos, que le ayuda a tomar sus propias decisiones y a crecer… Si después de todo eso ese hijo le preguntara un día seriamente “Oye, mamá, ¿pero tú me quieres?”, ¿a ti no te enfadaría? ¿Estamos con nuestros actos y nuestros juicios poniendo en duda el infinito poder y amor de nuestro Señor? Pues yo a veces sí… ¿y tú?
Deja tu comentario