Hoy me he sentado ante el ordenador sin nada concreto sobre lo que escribir. Pero tranquilo y, al mismo tiempo, entusiasmado. Tranquilo porque sabía que algo surgiría. Siempre surge, porque el mundo y la vida son absolutamente abundantes. Entusiasmado ante la incertidumbre de lo que saldría. Esa combinación de incertidumbre entusiasmante, con base de cierta tranquilidad confiada en la exuberancia del universo, me acompaña a menudo los días anteriores a la escritura de algún texto. En esos días reflexiono sobre lo vivido recientemente, sobre mi vida en general, veo imágenes y frases inspiradoras en Internet… Trato de que salte una chispa que haga prender el tema sobre el que finalmente escribo.
Hoy hay tres frases han llamado mi atención. Las dos primeras son las siguientes:
• “Yo no soy pobre. Tengo mi dinero invertido en deudas”.
• “No soy torpe… detecto cuando el suelo necesita un abrazo y se lo doy”.
Hablan de ver las cosas desde una perspectiva nueva y de ponerle humor a la vida. Dos recursos, entre otros muchos, para hacer nuestra vida un poco mejor. Pero, como he dicho, hay otros muchos. Es de eso de lo que quiero hablar hoy. De la abundancia y exuberancia del mundo, de la vida, de las personas, de la historia y de Dios.
¿Nos hemos vuelto locos?
Desde mi fácil vida, abordo el tema con reservas. En la segunda mitad del s. XX una pregunta flotaba entre algunos teólogos e intelectuales: ¿Cómo creer en Dios después de Auschwitz? Pregunto yo ahora: ¿Cómo hablar de abundancia en un mundo con pobres, con niños que mueren de hambre y personas que no tienen acceso al agua, con guerras, con familias de refugiados que son separadas, con hombres, mujeres y niños que mueren ahogados intentando llegar a nuestro mundo?
Sentado en mi cómoda silla, en el confortable silencio de mi casa, hablaré de abundancia. Pero es una abundancia que hay que descubrir y, sobre todo, compartir. Entrever la profusión en nuestra vida y que eso no nos empuje a llevarla a otros no serviría para nada. Si estas palabras ayudan a alguien a percibir con más claridad la riqueza de su vida y a compartirla con otros, me doy por satisfecho.
Aprendiendo de jesús
Ante el abismo del que acabo de hablar y las dudas que me podría suscitar esta situación para tratar este tema, hay un hecho que me decide a seguir adelante. El mismo Jesús, ante el pobre pueblo judío de su época, habla de esta abundancia y de este cuidado que Dios nos ofrece. Es lo que dice en el evangelio de Mateo cuando habla de cómo Dios cuida de los pájaros del cielo y los lirios del campo. “Buscad sobre todo el reino de Dios y su justicia; y todo esto se os dará por añadidura” (Mt. 6, 33).Cuando nos casamos escogimos este fragmento del evangelio para la ceremonia, porque representaba la actitud que queríamos tener ante Dios. Puedo decir que nunca nos ha faltado de nada. Pero ¿es que no hay creyentes que mueren de hambre y que no tienen con que cubrir sus cuerpos? Los hay. Muchos. ¿Es que Dios no cumple su palabra?
Fijémonos bien
Nos estamos perdiendo algo. Dios nos está pidiendo tranquilidad, confianza, nos está diciendo que todo está controlado y que no nos preocupemos. Otra cosa es que nosotros lo consigamos cuando la realidad nos aprieta. Al mismo tiempo nos está diciendo que nos fijemos en todo aquello que nos puede pasar desapercibido. En este tipo de cosas quiero fijarme hoy. Y para ello solo hablaré de mí. Que cada uno mire su propia vida y trate de descubrir.
Puedo empezar diciendo que soy de Cádiz. Esto quiere decir que he tenido desde pequeño sol, playa y viento. También implica que he aprendido a tomarme las cosas con sentido del humor y eso no tiene precio. Muchas veces me he reído a carcajadas con mis amigos hasta faltarme la respiración. Deportivamente he tenido varios ascensos y descensos. Estos últimos les daban verdadero sentido y sabor a los primeros.
Mi padre fue un hombre excelente del que disfruté hasta mis veinte años. Sigo saboreando a mi madre, que es una persona impresionante y el cariño hecho mujer. Siete hermanos, yo soy el octavo, muchos sobrinos, muchos primos…
He tenido enfermedades de las que he salido apreciando verdaderamente la salud y la vida, y en las que he tenido cerca personas que me han cuidado. Me he dejado mimar y he gozado de ello. He tenido la oportunidad de cuidar a mis hijos cuando se han puesto enfermos o se han dado algún golpe. He jugado con ellos. Esta misma mañana la sonrisa me salía sola viendo jugar a mi hijo pequeño en el patio de la casa. Simplemente lo estaba contemplando.
Me he enamorado y me he casado, y he compartido mi vida hasta el día de hoy con la persona con la que me casé. Y ella conmigo. He besado y tenido miradas llenas de ternura. Hemos superado discusiones y problemas, y hemos visto las estrellas juntos. Esto último muchas veces.
Me he mudado a un sitio tan impresionante como Cantabria. Aquí no he visto tantas estrellas, porque hay nubes y llueve muchas veces. Pero he visto muchos arcoíris. Y he escuchado la lluvia tras las ventanas mientras me acurrucaba en la cama.
He contemplado el mar con el viento dándome en la cara y también sin viento. He visto el color del agua en alta mar, ese intenso azul marino. He cogido flores y me he extasiado mirándolas con tranquilidad, las he olido, las he regalado. Vi un cometa que ocupaba casi todo el cielo. Me he maravillado mirando mis ojos en un espejo.
He hablado a muchos alumnos, me han contagiado durante años su entusiasmo y energía. He podido contemplar sus preocupaciones y también sus risas y sus sonrisas. He compartido sus miedos y sus sueños.
He dado muchos abrazos. De esos que tanto hemos aprendido a valorar cuando nos han faltado, en medio de esta pandemia que vivimos.
Me he entusiasmado leyendo relatos increíbles y he ardido por dentro escuchando música. He jugado al futbol. He bebido un gran vaso de agua para saciar mi sed. Me he acostado después de un duro día de trabajo y he podido dormir hasta el día siguiente.
Dios ha bajado
En mi mundo, también, Dios se ha revelado. Muchas personas me han hablado de Él. Creo haberlo visto en muchos momentos de mi vida. Desde la incertidumbre, me he fiado de Él y me ha llevado a vivir cosas impresionantes. He disfrutado de la intimidad con Él. Lo he perseguido y sigo haciéndolo.
¿Es que no hay atisbos de maravillas de estas en cualquier vida, incluso en la más dura de ellas? ¿Quién no tiene acceso a algo de esto, una flor, una canción, un abrazo o un sitio en el que descansar escuchando la lluvia? El mundo siempre nos da, otra cosa es que nos de lo que nosotros queríamos o esperábamos. Pero no tengo duda de que para todos habrá muchas cosas dignas de agradecer.
Quiero comentar ahora la tercera de las frases de las que hablé anteriormente. Es de una escritora llamada Colette y dice lo siguiente:
“¡Qué maravillosa vida he tenido! Solamente desearía haberme dado cuenta antes”.
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