¿Habéis probado a buscar en Internet imágenes sobre “gracia divina” y “voluntad”? En la primera búsqueda podemos encontrar nubes en el cielo entre las que escapan bellos rayos de sol, personas con los brazos alzados hacia lo alto, manos llenas de luz y otras cosas por el estilo. Cuando lo que ponemos en el buscador es la palabra “voluntad”, nos encontramos con hombres arrastrando piedras a lo alto de una montaña, alpinistas en paredes que parecen imposibles de escalar, levantadores de peso, alguna triste persona renunciando a comerse un apetitoso trozo de pastel…
Las dos cosas pueden tener su parte de encanto pero, personalmente, prefiero horizontes llenos de nubes filtrando los rayos de sol a rodar piedras a lo alto de las montañas. Al menos lo he preferido hasta ahora. A los 48 años y después de esperar tantas veces la Gracia casi puedo decir que estoy perdiendo el sentido del humor, si se admite esa forma de decirlo. Muchas veces me he puesto delante del Señor pidiendo Gracia. Buscando el camino corto y fácil. Una especie de sanación interior, el desvelamiento de un recuerdo bloqueado que provocara una catarsis que me cambiara para siempre, el vencimiento de una debilidad, la desaparición de una actitud pecaminosa…
En proceso, a mi pesar
Nunca me llegó nada de esto. Y lo más curioso de todo es que, de alguna forma, yo intuía que era mejor así. Siempre chocaba con la misma palabra: “proceso”. ¡Odio esa idea! Me parece bien para predicárselo a los demás, pero para mí…
En la Iglesia, a menudo me he encontrado con grupos que alaban mucho la voluntad y el trabajo duro. “Haz propósitos”, “lleva una vida ordenada”, “lleva una agenda”… Hay pocas cosas en el mundo que me provoquen más alergia que las agendas. ¡No las soporto! Como he dicho antes, prefiero nubes sobre el fondo azul del cielo y brazos alzados en actitud receptora.
La pregunta eficaz y el cambio improbable
En los últimos meses las cosas han cambiado para mí. Lecturas como el gran libro de Angela Duckworth, Grit (pasión y perseverancia) y, sobre todo, observar mi vida con realismo, me están haciendo replantearme las cosas. Ante el estancamiento, la importancia dada a la voluntad y a la constancia por tantas personas, algunas situaciones familiares, y la búsqueda de una salida para una situación en la que no encontraba un por qué para levantarme cada mañana, llegué a hacerme vitalmente una pregunta que parece estar cambiándolo todo: “¿Qué pasa si persevero?”.
La pongo entrecomillada porque fue exactamente esta pregunta y no una parecida la que me vino a la cabeza. Es esta pregunta exactamente la que acude a mí cada mañana y me hace levantarme con ganas, y la que me hace seguir con el régimen aunque en algún momento no haya adelgazado lo que yo espero. Me siento vivo y con un objetivo y, para mi sorpresa, ese objetivo tiene que ver con la perseverancia. No me reconozco a mí mismo. Estoy viendo que cualquier día hasta me compro una agenda.
Construyendo debilidad
Es fácil que vayamos de víctimas, que nos busquemos excusas en las circunstancias, en nuestra forma de ser, en la naturaleza humana, en las personas que nos rodean, en la Gracia que hemos pedido y que Dios por algún motivo no termina de concedernos. Son excusas graciosas.
El otro día me estuve confesando. No creo que sorprenda a nadie si digo que mis pecados eran muy parecidos a los de siempre, por no decir que eran los de siempre. De repente, en la respuesta del sacerdote y, viendo las cosas desde el momento que vivo, comprendí algo. Me habló, como otras muchas veces me han hablado, de dejarme en las manos de Dios, de que nos falta la fuerza para superar determinadas cosas, etc. Cierto. Pero me lo han dicho tantas veces y yo mismo lo he repetido tantas otras, que he llegado a creérmelo demasiado. “¿Estamos construyendo personas débiles?” me pregunté.
La buena noticia
Bajo mi punto de vista, la buena noticia es que existe un Dios que nos creó porque quiso, que nos quiere con locura y que, cuando nos alejamos, siempre está esperando que volvamos a Él. Pero también que estamos hechos a imagen y semejanza de ese Dios. Cada uno de nosotros está lleno de fuerza y de posibilidades y creo que tenemos cierta obligación de que los demás conozcan quiénes son ellos realmente. Para mí, el camino de la perseverancia apoyada en la pasión (ya hablaremos otro día de este apoyo en la pasión, pero por ahora diré que es fundamental) es por ahora una esperanza. La creencia de que es el camino a un verdadero crecimiento y el acceso a un nivel realmente nuevo, el camino para llegar a sitios en los que no he estado antes. La conquista de cosas que otras veces se me han resistido.
Cuando las personas se acerquen a nosotros debemos hablarles de todas sus posibilidades, de que la voluntad y la perseverancia, que tan mala prensa tienen en nuestros días, abren puertas. Debemos hacerles sentir su fuerza y darles confianza en ellos mismos. Muchos oradores motivacionales encienden el fuego del entusiasmo cuando nos hablan de determinadas cosas. Encienden un fuego que está deseando ser avivado y que la posibilidad de fracaso, de caída y de recurrir a la gracia no debe apagar, sino fortalecer más todavía.
Humildad a lo campeón
No se trata de olvidar nuestras limitaciones ni de olvidarnos de la Gracia. Es algo que hay que hacer desde la humildad, entendiéndola como he visto explicarla a Rafa Nadal (A. GARCÍA, J. MÉNDEZ, De Rafael a Nadal). “Comprender la importancia de la humildad es comprender la importancia de conseguir un estado de máxima concentración en las etapas cruciales de un partido, saber que no vas a pisar la pista y ganar solo con el talento que Dios te ha dado”. “A Dios rogando y con el mazo dando”, que dice la sabiduría popular. “Reza como si todo dependiera de Dios y trabaja como si todo dependiera de ti”, en palabras de San Agustín.
Un objetivo ¡por fin!
Mi objetivo actual. Encontrar la respuesta a esa pregunta viva que me quema por dentro y que me hace, literalmente, levantarme cada mañana: “¿Qué pasa si persevero?”. Hasta la simple curiosidad me lleva a perseverar para darle respuesta. Quiero conquistar metas a las que nunca llegué y quiero poder contárselo a la gente. Cogerla de los hombros, mirarla a los ojos y decirle: “Hay un camino, difícil pero ilusionante, hay una salida. Yo lo hice.” Podré explicarles que hablan con la persona menos perseverante del mundo. Con alguien que se entusiasmaba con proyectos en los que permanecía el tiempo que le duraba el entusiasmo, que no era mucho. Quiero poder decirles que mi cambio era un cambio improbable.
Por ahora solo tengo una pasión y una pregunta. El otro día leí una frase que decía que no puedes tener fama por lo que vas a hacer. En ese punto estoy.
Y, ¿dónde queda la Gracia? ¡Pobres de nosotros si no tuviéramos la Gracia! Pero eso lo dejaremos para otro día.
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