Cuando recuerdo mis años de niñez y adolescencia no puedo dejar de oír la música con la que mis hermanas mayores llenaban la atmósfera de la casa. No entendía las letras de Silvio Rodríguez, Pablo Milanés o Luis Eduardo Aute; solo llegaban hasta mí sus tonos melancólicos. A decir verdad, aunque los recuerdo con cariño y cierta nostalgia, en aquel tiempo me deprimían. Aun así, algunos fragmentos de aquellas canciones se han quedado para siempre conmigo y en muchas ocasiones me sale cantarlos. Uno de mis preferidos, de cuya profundidad y verdad me he ido dando cuenta con el paso del tiempo, es el siguiente fragmento de una canción de Silvio Rodríguez llamada “Río”:
“Hoy sé que no hay nada imposible. Anoche supe la verdad. Creía mi alma inservible, pero era cansancio vulgar nada más”.
Abiertos al cambio
En la pasada asamblea de Fe y Vida, Adela nos hablaba de la importancia de estar abiertos al cambio. De alguna manera, el fin del estado de alarma, después de tanto tiempo siguiendo normas, nos invita a hacer cosas nuevas, a coger las riendas de nuestra vida.
Hay veces que nos sentimos inservibles, al modo Silvio. Estamos hartos de intentar superar obstáculos, de tratar de llevar una vida coherente. Ganamos esos kilos que habíamos perdido, volvemos a caer en lo mismo de siempre, se rompe nuestro ritmo de oración cuando ya creíamos que lo teníamos bien establecido, nuestro carácter nos vuelve a jugar una mala pasada…
A menudo, desde el desaliento, casi perdemos la esperanza. “Ya no lo intento más”, “¿por qué voy a conseguirlo si llevo toda mi vida intentándolo y no he llegado a ninguna parte?”. La tentación es dejarnos ir y abandonarlo todo.
¿Quién ha dicho…?
Nadie ha dicho que las cosas tengan que ser fáciles, ni tampoco que exista una fórmula mágica que podamos encontrar de repente para acabar con nuestros problemas, ni que Dios vaya a hacer una intervención especial en la que nos sane. Podemos encontrar esa receta o tener esa ayuda divina, pero no hay garantía de que vaya a ser así.
Sin embargo, tampoco nadie ha dicho que no podamos levantarnos, seguir adelante y hacernos con la victoria. El cambio siempre es posible y siempre podemos empezar de nuevo.
Irrenunciables
No hablo de chocarnos contra un muro intentando cambiar cosas que realmente no podemos cambiar, o de dedicarle un tiempo y un esfuerzo extraordinario a algo que sea muy complicado para nosotros y que no va a traer casi ningún beneficio ni a nosotros ni a los demás. Pero hay cosas que son irrenunciables. Por ejemplo, no puedo vivir la fe sin tener una verdadera relación con Dios, sin oración, ni puedo tratar mal a los que me rodean. Estos irrenunciables no son los mismos para todas las personas. En mi caso, no puedo renunciar, por ejemplo, a la perdida de algunos kilillos. No se trata de que la gente me haga fotos por la playa. Es una cuestión de salud y de responsabilidad ante mi mujer, ante mis hijos y ante Dios, que tiene una misión para mí, y yo no debería irme al otro barrio antes de tiempo.
Siempre nos quedarán los lunes
He mencionado antes el final del estado de alarma. Afortunadamente, en nuestra vida hay muchos finales y comienzos que nos pueden servir de pistoletazo de salida. Nos puede servir el fin de año, el comienzo de la cuaresma, el domingo de Pascua, nuestro cumpleaños, una confesión, cualquier lunes del año (algo bueno tenían que tener los lunes), cualquier día uno del mes… Incluso cada día tenemos un nuevo amanecer a mano.
En cada ocasión, tras las infinitas caídas, Jesús se pone ante nosotros y nos pregunta: “¿me amas?”. Tres veces o tres mil, las que hagan falta. Siempre hay tiempo para cambiar la negación por el amor.
Ante la desesperación, ante la infinidad de veces que hemos intentado el cambio sin conseguirlo, ante las redes vacías, hay que confiar en que Señor nos diga: “echa las redes por aquel lado”. Lo que Adela nos decía en la predicación es que es posible. ¿Por qué no va a ser este intento el bueno? ¿Por qué vamos a tener que fallar siempre?
Es cierto que hay que tener cabeza y, siendo consciente de la dificultad del objetivo y de nuestro pasado, hay que intentar sendas nuevas. Para llegar a donde no se está hay que caminar por donde aún no se ha ido. Al fin y al cabo, ¿cuál es la otra alternativa, abandonarlo todo?
Santos tardíos
Me da esperanza ver grandes santos que hicieron su cambio de vida a edades avanzadas. Santa Teresa de Jesús tuvo su gran encuentro con Jesús a los 39 años. La Madre Teresa tuvo su “día de la inspiración”, como ella lo llamaba, a los 36, viajando en tren desde Calcuta a Darjeeling. El mismo Pablo tuvo su cambio de vida de forma tardía. Para los más tardones nos queda San Dimas, crucificado al lado de Jesús. Aunque tampoco hay que apurar tanto.
Hay esperanza
Si el intento de cambio nos vuelve a salir mal, al menos seremos ejemplo de repetición y perseverancia para los demás. Pero creo sinceramente, aunque en ocasiones me cueste verlo, que el cambio es posible. A veces basta con comenzar a moverse para que se haga la luz y volver a recuperar buenas sensaciones. Volviendo a la canción, ¿cuántas veces hemos visto que nuestra desesperación no era más que cansancio?
Pecadores, inconstantes, gente de mal vivir, personas con mal carácter… hay esperanza, el cambio es posible. Jesús puede mirarnos a los ojos y decirnos: “Hoy ha llegado la salvación a esta casa”.
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