Tengo pensamientos encontrados. Hace apenas unos días me encontraba en una situación que no se la deseo a nadie, únicamente la experiencia que voy a tratar de compartir. En esa situación no paraba de expresar “gracias a Dios” al responder a las preguntas que me iban haciendo ciertas personas; me salieron solas, de manera natural. No era lo que me tocara decir por ser cristiana. Quizá me salieron porque es lo que se suele decir ante un accidente en la cultura en la que estamos. Pero, al mismo tiempo, pensaba que si me hubiera pasado algo grave, ¿no podría decir también “gracias a Dios”? ¿Por qué unas veces sí y otras no?
Además, tengo sentimientos encontrados al resistirme a contar algo que me ha sucedido porque puede que venga un aluvión de mensajes preguntándome y porque haciéndolo me estoy dando un protagonismo que suelo evitar; pero al mismo tiempo sé que compartir una vivencia como esta me ayuda a valorar el presente, la vida, mi relación con Jesús y quizá pueda ayudarte a ti que me lees. Esta es mi verdadera motivación: mostrar que Dios está en cada situación que vivimos y podemos decirle “Gracias, Dios”.
Cuando te pasa a ti
A veces me he imaginado en situaciones extremas: qué diría, qué haría, qué pensaría. Ninguna de ellas se correspondía a lo que realmente viví interiormente el otro día. ¡Cómo no! Nunca salen las cosas tal como las pensamos, pero lo que no sabía es que iba a estar tan calmada después de haber sufrido un accidente de coche. Las pulsaciones las tenía normales y hasta mejor que la técnico de asistencia en carretera que me atendió esa tarde-noche.
En una situación real como esta, en esa realidad, pasa todo muy rápido como para pensar en lo que decir, hacer e incluso pensar en algo. No hay tiempo para ser consciente de nada. Últimamente, me doy cuenta de cómo ha cobrado vida en mí este sustantivo en este último tiempo gracias a un curso que estamos haciendo en la comunidad que lleva por nombre, precisamente, esa palabra. Solo fui consciente de lo que me había sucedido realmente cuando me bajé del coche y tomé un poco de distancia para visualizar la escena. Ahí fue cuando me dije “he tenido un accidente, me ha pasado a mí”. E, instantáneamente y de forma natural, empecé a rezar. Me dirigí a Dios Padre y a María, con un padrenuestro seguido de avemarías para sentirme acompañada y no vivir todo aquello por mis propias fuerzas. Me recordaba a lo que se dicen los esposos “… en las alegrías y en las penas, en la salud y en la enfermedad, todos los días…”. Este es el tipo de relación que quiero tener con Dios y no solo acudir a él cuando me va mal o necesito su ayuda (por no decir un milagro).
Cuando te pasa a ti lo que has visto acontecer en otros solo te queda ser consciente de que esta vez te ha tocado a ti, aceptar que no puedes cambiar los hechos, acoger lo que venga de ese acontecimiento y dejarte ayudar para poder vivirlo y pasarlo de la mejor manera posible. Hay personas que viven mejor o peor esta parte. Es crucial. Esto me habla de la fe y de la vida a partes iguales. Un hecho tan cotidiano como el que viví puso en jaque mi planteamiento vital y lo construido en mi interior hasta la fecha. Todo suma. Haber vivido pequeños sustos anteriormente con sus respectivos procesos, me ayudó a poder aceptar, acoger y dejarme ayudar el domingo. No lo digo para darme aires de superioridad, sino para dar esperanza a quienes estéis pasando por algún proceso o dificultad, no lo subestiméis: todo está conectado, todo nos ayuda, todo nos construye. No lo vemos claro hasta que es el momento de verlo o hasta que estemos preparados (eso solo lo sabe Dios). Estos “sustos” que puedes contar porque sales ileso, te ayudan a pensar en profundidad y a dar valor a las cosas realmente importantes. A dar gracias por tanto y por todo, ya que tu mirada sobre las cosas cambia después de estar a salvo. Pero, también, te nace dar un gran gracias a Dios por la vivencia y lo que en ella te muestra y se muestra… ¡que no es poco!
Cuando lo vives acompañado
En un accidente de coche se pone en acción un sinfín de personal, se activan protocolos y se siguen unas indicaciones concretas. Desde fuera puede parecer todo frío, nada cercano y temes sentirte tratado como una cosa más entre tantas, pero la realidad es otra. Pude hacer experiencia de ello y fue la clave para que pudiera vivir ese momento con calma y segura. Porque saberse acompañado, calma. Saberse visto, da seguridad. Saberse rezado, descansa. Así me sucedió minutos después de colisionar contra la mediana. Empiezas a valorar más al personal sanitario, al de la Guardia Civil, al de la grúa y al del servicio de transporte. Siempre están, da igual la hora en que sufras el accidente. Son trabajos duros no solo por los horarios ni por lo que se puedan encontrar, sino porque para los accidentados son nuestras personas de referencia, las que nos van a dar seguridad y hacer sentir confianza en momentos de confusión, dolor o miedo. Es mucha responsabilidad la que les ponemos y a la que se comprometen. Precisamente hablábamos el día de antes en el curso “Consciente” de la misión en tu vida; y ahora veo mucho más claro lo importante que es cualquier vocación profesional para construir una sociedad sana, fuerte y que responda a las necesidades de las personas y a los desastres naturales. Pensaba en la sociedad como una gran comunidad con sus distintos ministerios en los servicios que ofrece. Cada persona que forma esa sociedad poniendo sus talentos al servicio de los demás.
Por mi parte solo quedaba seguir el orden, obedecer y esperar. Y ahí fue donde empecé a experimentar esa compañía que me permitió mantenerme serena. Allí se dieron cita miembros de la Guardia Civil, el de la grúa y los sanitarios; cada uno sabiendo hacer lo que se necesitaba hacer en circunstancias como aquella. Sin olvidar a otras personas que ofrecen su ayuda sin ser de ningún servicio público o del Estado: recuerdo un coche del sentido contrario que bajó las ventanillas y una chica me preguntó si estaba bien; otra joven se paró para auxiliarme llamando a Emergencias y le pedí que se quedara conmigo hasta que llegara el personal. Cada uno de los trabajadores se acercaron a preguntarme cómo estaba, qué necesitaba; me trataron con amabilidad y cariño, me dieron conversación, acogieron mi circunstancia y cómo podría estar. Por un momento olvidé qué me había pasado y empecé a pensar en la oportunidad que me había dado Dios para conocer gente que no hubiera conocido de otro modo y darnos compañía mutuamente por muy paradójico que pareciera (pensaba en la soledad de muchos de ellos en trabajos como esos).
Experimenté una compañía en mi corazón y venía de personas que conocía por primera vez y en las que tenía que confiar. ¿No es esto lo que no para de recordarnos Jesús en sus enseñanzas? “No temas, confía”. Quizá sea esta confianza la que permita que lo que se tiene que vivir se dé de forma amable e, intuyo, sin más sufrimiento de lo esperado. Entonces, cuando sufres un accidente de coche, recuerdas la de veces que has visto accidentes como esos en autovías y sabes la importancia de acercarse, preguntar y rezar por las personas implicadas. De ofrecer un gesto. ¿Qué tipo de gesto? De compañía, de afecto, de cercanía, de amabilidad, de confianza. De todo lo bueno que pueda necesitar una persona, tú y yo, en un momento determinado y que haga poner en un segundo plano aquello por lo que se está pasando. O que, incluso, resitúe y haga vivirlo con esperanza y serenidad. Ese tipo de gestos. Esos que recuerdan que no podemos vivir al margen de los demás.
Cuando decir “gracias” se queda corto
Hay mucha gratitud en los momentos de sufrimiento. Quizá no somos conscientes al instante, pero si nos paramos ante esa situación que nos hizo sufrir mucho, seguro que somos capaces de agradecer más de tres cosas. Haced la prueba. Decía que hay mucha gratitud porque todo puede ocurrir en el momento pasa muy rápido y, cuando al final no pasa todo eso que podría haber ocurrido, das gracias a Dios por lo que tienes y no pasó. Recuerdo estar en el coche en el momento de notar esa pérdida de control por el aquaplanning y decir a Jesús: “lo que venga”. No sé si se entiende, pero era una forma de decir ese “Fiat” (hágase) de María. De acoger lo que viniera a partir de entonces, pues estaba esperando ya la colisión contra más coches o estos contra mí; no sucedió. Escuché el golpe fuerte, pero del resto ya no recuerdo nada, salvo el momento de pararse el coche y ver la escena: airbaigs saltados, estar en medio de la carretera, olor a quemado… Salí rápidamente al ver que estaba bien y también por el miedo a que salieran llamas o explotara algo (es la primera vez que me sucedía algo así y he visto muchas películas).
Pero lo que recuerdo bien es la sensación de abandono, de dejar ser, de no poder hacer nada más que esperar a que sucediera lo que tuviera que suceder. Curiosamente, todo eso me dejó tranquila, sin miedo, sin ansiedad, sin dudas… Y es esto lo que yo siempre he anhelado de los testimonios de cristianos que tanto he leído y escuchado. Esa actitud de abondono y paz en Jesús, confiando plenamente y acogiendo lo que viniera. Suena fuerte, pero es así. Por milésimas de segundos o pocos segundos pude hacer experiencia de ese abandono que tanto me ha costado y sigue costándome vivir desde que soy consciente de que Jesús está en mi vida. Y es que venía de haber vivido un gran fin de semana. Uno en donación plena, rodeada de gente maja, hermanos en la fe… Notaba el gozo de tener a Jesús en mi vida, de contar con una comunidad a mi lado y de poder aportar a los demás con mi vida. Estaba alabando a Dios en el coche minutos antes, contemplando el atardecer que se abría ante mis ojos, dando gracias por tanto vivido y por vivir… Digamos que estaba preparada para cualquier final, pues repasando mi vida, está puesta en verdad, ordenada y con Dios en ella. ¡Lo que tanto he anhelado!
No pensé o no fui realmente consciente de que Dios me había cuidado tanto hasta que el sanitario no me fue diciendo lo que podría haber sufrido. Yo estaba muy bien: no tenía nada roto, podía moverme, hablar, no me mareaba ni respiraba fuertemente, no había dado vueltas de campana ni volcado, y eso que todo pasó en una zona de puente. Que te cuenten lo que podría haber sido y no fue, a veces mete más miedo y hasta sufrimiento innecesario, pero otras tantas sirve para dar más gracias a Dios por lo que fue y por lo que se tiene y puede vivirse.
Gracias, Dios
Entonces, si me hubiera pasado algo grave, ¿no podría decir también “gracias a Dios”? ¿Por qué unas veces sí y otras no? Para mí el matiz está en saber agradecer a Dios y no tanto el otorgarle la autoría de todo cuanto nos suceda, como espiritualizándolo. Desconozco si en vuestra oración o en vuestro día sale de vuestra boca un “gracias, Dios, por…” , ¡hay tanto que agradecerle! Y ahí entra todo: lo que no es grato como lo grato, lo que es doloroso y lo que no, lo que tenemos y lo que no. Es un camino de humildad y de transformación de nuestro corazón y de cómo miramos a las cosas, a las vivencias y a las personas. Dios tiene una mirada fecunda sobre la vida. Dios saca vida donde menos esperamos. Dios siempre da más. Dios nos sorprende para bien. Se trata de confiarle nuestra existencia y esperarlo todo de él.
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