Alberto, mi amigo, ha muerto. Y yo no sé si toca llorarle, alegrarse por lo vivido, hacerle un homenaje, sacar enseñanzas, evaluar su legado o simplemente callar y abrazarnos entre los que quedamos atrás.

Hechos

Me centraré en los hechos. El primero, el que ya he mencionado. Mi amigo ha muerto. Desde la perspectiva mundana es un hecho cierto, rotundo, absoluto, sin matices, sin vuelta atrás. Espiritualmente, permanece la irreversibilidad, la ausencia en el día a día. Pero hay más. Algo más incierto y más tenue, pero igualmente rotundo y absoluto. Desde esta perspectiva no es un “adiós” sino un “hasta pronto”. Incluso un “sigo ahí con vosotros”. No un fin, sino un tránsito.

El segundo hecho es que Alberto vivió, y es tan cierto y absoluto como el primero. Igual de irreversible. Entró en mi vida cuando los dos ingresamos en el seminario, en el año 1991. Y la cambió para siempre. No sería el mismo que soy si no hubiera vivido todo lo que viví con él. Pasamos tres años codo con codo experimentando cientos de cosas. Y los dos al mismo tiempo dejamos el seminario, siguiendo camino juntos. Un camino en el que Dios siempre era una referencia en común. Referencia lejana a veces, como un horizonte, y cotidiana en otras épocas. Hasta hoy, aunque en los últimos años nos hemos visto menos veces, pero no con menos intensidad. Si los recuerdos se escucharan, en los últimos días, la gente de mi alrededor escucharía risas constantemente. Porque no recuerdo un solo momento con él en el que no nos estemos riendo. Incluso con problemas y malos momentos. Y no creo que sea un defecto de mi memoria. Si fuera así, habría que decir que todos los que estábamos en el funeral teníamos la memoria afectada.

El tercer hecho es que Alberto vive. Como hecho evidente, vive en sus hijos, en su mujer, en su familia y en todos los que fuimos sus amigos, en los recuerdos de todos los que le conocimos, en las historias que contamos de él, que estoy seguro de que serán muchas, en las cosas que hizo… Como hecho menos evidente, pero asombrosamente más profundo, también Vive. Más allá de los límites de nuestra naturaleza corporal, del dolor y el sufrimiento de la enfermedad, de las dudas. Es increíble lo cerca que lo siento. Lo cerca que te siento, Alberto. Desde el primer momento en el que me enteré de tu partida.

Tópicos

Mientras escribo en el departamento de filosofía del instituto donde trabajo, se escucha al director por la megafonía anunciando que va a dar comienzo el segundo cross del IES Foramontanos. Me viene a la cabeza el tópico: “la vida sigue”. Sí, sigue. Tiene que seguir. Ya no es igual para los que la compartimos contigo, pero sigue.

Me sorprendo de la cantidad de tópicos que hay en torno a la muerte. Cuando pienso en ellos en estos momentos, los veo tan tópicos y típicos como siempre. Pero, curiosamente, llenos de sentido. Cuántas veces hemos escuchado que cuando fallece alguien querido, tanto como tristes, tenemos que estar agradecidos por haber compartido la vida con ellos. Y esas palabras que se pueden decir sin verdad, se vuelven profundamente auténticas para mí. Me siento privilegiado por haber compartido tanto tiempo y tantas vivencias con él. Agradecido de verdad. No puedo decir cuánto.

Y hay más tópicos. Qué tal ese de “algo se muere en el alma…”. Ese mejor ni lo nombro.

Prisa por vivir

Alberto, su vida y su muerte, demasiado prematura, me hacen consciente de lo que realmente importa. Y me dan prisa por vivir. Las amistades se disfrutan en vida. Y las cosas se hacen mientras se pueden. Al día siguiente del funeral paseaba con otro gran amigo por las calles de Cádiz. En un establecimiento había una figura de una vaca tamaño natural. Él me dijo de broma que nos hiciéramos una foto y yo me reí y seguimos caminando. A los pocos pasos le dije que regresáramos y nos hiciéramos la foto. Ahora tenemos un bonito y divertido recuerdo. A la vuelta a casa, en medio del largo camino de regreso, paramos a comer en un local de comida rápida. Cuando terminamos no pude evitar acercarme a la hermosa pareja que había estado observando durante toda la comida para decirle que me encantaba lo que se reían juntos y la enorme complicidad que se les veía. Me regalaron una enorme y luminosa sonrisa. Alberto, me has enseñado que hay que hacer las cosas cuando aún se puede, que la vida es demasiado breve para todo lo que tenemos que hacer.

Hacer lo que se pueda

Cuando se va de tu lado una persona como mi amigo, uno desearía poder dedicarle una obra maestra. Un texto que realmente transmita todo lo que fue y todo lo que viviste con él. Pero las palabras, como la vida misma, se quedan cortas. Aun así, hay que atreverse a escribir, a transmitir al menos algo. Y hay que atreverse a vivir, a dar lo que se pueda, aunque no sea todo lo que nos gustaría.

Sé que Alberto está en mis fotos de amigos con vacas, en mis palabras a jóvenes parejas y en cada acto de mi vida que me atreva a realizar al comprender que el tiempo apremia. Sé que cuida de mí, que me seguirán surgiendo risas cómplices con la mirada puesta en él, y que volveré a verlo.