Me gusta pasear por los campos que rodean mi casa. Es un lujo tenerlos tan cerca. En esos momentos de dispersión me vuelvo creativo. Las ideas viajan libremente por mi mente y se asocian entre ellas de forma pintoresca y fecunda al mismo tiempo.

Creo que también Dios utiliza esos momentos para hablarme, sin saber yo distinguir muy bien qué viene de mí, qué procede directamente de Él, o qué me susurra por medio de su creación. “El cielo proclama la gloria de Dios, el firmamento pregona la obra de sus manos” (Salmo 19). Sí, hablo de susurros donde el salmo habla de proclamar y de pregonar. Se ve que no tengo el oído del todo afinado a las cosas de Dios.

En estos meses de primavera me maravillan los campos verdes llenos de flores.  Y lo que Dios me dice últimamente es que debemos ser como ellas. Pero, vayamos por partes. ¿Cómo he llegado hasta aquí?

Vencido por Dios

Cuando era mucho más joven de lo que soy ahora y comenzaba a conocer la fe y a asistir a grupos cristianos, había una canción que me encantaba. Todavía me hace transportarme a aquellos tiempos mágicos de idealismo, alegría, fe joven y hormonas juveniles, todo ello mezclado. La canción comenzaba con las siguientes palabras: “Aún soy joven y me tienta el mundo que, a los pies del hombre, quisiste poner”.

Se ve que debo estar haciéndome ya algo mayor y, a decir verdad, ya no me tienta tanto. Al menos, no algunas cosas. Esa parte que tiene que ver con la fama, con sobresalir sobre los demás, con hacer las cosas mejor que todos y alcanzar metas a las que nadie antes ha llegado, ya no me llama igual. Siempre he sido de montarme películas sobre todas las cosas que iba a hacer en mi vida. De alguna manera, era una forma de luchar contra Dios, al poner mis propios planes y proyectos por encima de los suyos.

Aunque llamarlo lucha me parece excesivo. Uno se imagina a Jacob luchando con Yahvé y siendo rebautizado por Él tras la lucha. Lo mío era más bien hacerme el loco y acabar haciendo lo que me daba la gana. Aunque el resultado al final es parecido. Acabas cansado y vencido. Te acabas dando cuenta de que no vas a ninguna parte con tus planes y que los planes divinos son infinitamente mejores. Terminas confiando y preguntándole qué tienes que hacer con tu vida.

Tarea colectiva

Y aquí entran las flores y los paseos primaverales. Los campos me dan la respuesta. ¡Sé una flor!, me gritan. Cada prado es precioso por todas las plantas y flores que tiene. La belleza no viene de ninguna de ellas concreta, pero todas participan en ella.

No es una excepción en la forma de funcionar del mundo. Si miramos la historia humana, nos damos cuenta de que todas las grandes creaciones del ser humano son obras hechas de forma común. Las grandes construcciones arquitectónicas, el lenguaje, la ciencia, etc. Podemos encontrar enormes personajes en estos campos, pero son minúsculos al lado de la obra total.

Las personas solas podemos hacer cosas, pero lo que podemos llegar a hacer como obra colectiva, colaborando muchos con un objetivo común, es absolutamente desmesurado. También el cristianismo es de colectivos. Iglesia, comunidades, pueblo de Dios, el reino.

Simplemente siendo la pequeña flor que eres y dejando que Dios dirija, el mundo quedará maravillado ante la belleza de la obra. Solo tienes que hacer lo que te corresponde y confiar.

Ser relevante

¿Y qué queda de llevar una vida significativa y ser alguien importante? Es que cada flor es preciosa. Cada una tiene su pequeño mundo alrededor y es relevante en él. En la hierba que tiene al lado y a la que acompaña, en la abeja que se alimenta de ella, o en la hormiga que se para a descansar justo a su sombra. No sé si las hormigas descansan en la sombra, pero si lo hacen, cuál mejor que la fresca sombra de una flor. Y, sobre todo, el jardinero conoce y ama a cada una uno de los habitantes del prado. ¡Claro que somos significativos!

Sobreabundó la Gracia

Un asunto más. ¿Qué pasa si no hacemos lo que debemos? La armonía de Dios no es como la de una sinfonía que puede alcanzar un equilibrio perfecto. En la melodía, si le quitas una nota, la cosa chirría, falla. La obra divina se parece más bien al lenguaje, que es redundante. Si digo que María es la prima de Alberto, la información de que María es una chica la estoy dando al nombrar el nombre de María y al utilizar la palabra “prima”. Si no oigo una parte puedo deducir la información de otra.

La creación es igual. Dios nos da su mensaje redundantemente, no se va a quedar sin decir. La Gracia sobreabunda, en la creación y en la vida de cada uno. El mensaje acabará expresándose, pero también el creador quiere que todas las flores tengan su vida.

Otra cosa más

Abusando de vuestra paciencia, quiero hacer una última observación. Lo que he escrito puede sonar idílico, demasiado bucólico o incluso ñoño. Las flores, el prado, la abeja, la hormiga… Pero esconde una inmensa verdad que no sé cómo expresar convenientemente. La majestuosidad que surge de lo colectivo es difícilmente explicable. Podemos pensar en el cielo estrellado, un gran bosque, la cordillera del Himalaya, una bandada de estorninos volando juntos, las pirámides, las catedrales, la física moderna o, simplemente, la ola que hacen los aficionados de un estadio de futbol. Lo que podemos de forma colectiva, haciendo simplemente nuestra parte y dejándonos guiar por Dios, el mejor coreógrafo, no tiene límites. Se proclamará así la gloria de Dios y se pregonará la obra de sus manos. Hasta para los que no tengamos los oídos bien afinados.