“¿Te gusta conducir?”

Supongo que todos recordaréis el anuncio de una famosa marca de coches en el que terminaba lanzando esta pregunta. Desde que me saqué el carnet de conducir, en mi estrenada mayoría de edad, hasta hoy la respuesta ha sido siempre un rotundo sí. Y más tras haber visto un documental sobre Fernando Alonso del que sales motivadísimo. Entonces, no he podido evitar pensar en ello tras verme conduciendo en los últimos meses de aquí para allá recorriendo el territorio español para participar en eventos sociales y familiares. Era coger carretera y echar horas y horas en ella para llegar a puerto seguro ya fuera en Valencia, Alicante o Granada. Pienso que hay una notoria diferencia en los viajes largos entre ser quien conduce y ser al que llevan. Y de esa diferencia es de la que quiero compartiros una experiencia. Una muy casera, humilde y para todos los públicos.

En búsqueda de tiempos personales

Quizá no todas pero, en su mayoría, las personas en algún momento del año buscamos ratos donde poder pararnos y disfrutar de un poco de naturaleza, de tener contacto con la realidad que nos rodea, de escuchar el silencio aunque se cuestione que sea posible, de bajar revoluciones y centrarnos en nuestras vidas. No estoy hablando de las vacaciones. Parece un lujo para muchas personas lo que estoy describiendo y es llamativo a pesar de habernos acostumbrado a este panorama. Siempre oyes decir a alguien “si viviera en el campo…” o a otro “la vida rural era la mejor” y te paras a pensarlo bien y llegas a la conclusión de que depende de la persona y su estilo de vida, de sus capacidades y necesidades. Pero sí, la ciudad tiene algo que nos ha distanciado de la vivencia en las tranquilas tierras rurales. En consecuencia, la vida rural nos recuerda la sencillez de la vida. Observas ambas realidades y puedes percibir que tanto una como la otra busca tener algo de la otra realidad, ¡es muy curioso! Quizá sea por el desarrollo o por el consumismo.

¿Qué nos falta? Viajes largos y sucederse un retiro. A veces las circunstancias del viaje hacen que tengamos que coger un avión o un tren, entonces ese retiro habrá que dejarlo para la próxima vez. Otras, tras haber descubierto otra forma de vivir los viajes en coche, buscaremos una excusa para acabar en él (es cierto que abarata costes en algunos casos y es más ecológico). O ya ni eso: es nuestra primera opción porque no tenemos cansancio y hay una necesidad de ese tipo de momentos y, sobre todo, con uno mismo. Esto es justamente lo que he vivido junto a mi coche. En este caso tienen que ser viajes en soledad donde sólo estéis tu coche y tú más los kilómetros por delante, no importa llevar la cuenta sino recorrerlos acompañados de lo que cada uno necesite.

Necesidad de retirarse

Cuando hablo de necesidad de retirarse lo digo en general, pero quizá es mejor ir aterrizando al ámbito de la fe. Entonces, cuando hablo de retiro me refiero a conectar con nuestra parte más personal, trascendental o espiritual, como se prefiera y entienda mejor. Es decir, buscar vivir un cara a cara con uno mismo y con Dios. Un ponerse en verdad. Un estar en presencia de Dios de forma continuada. Me gusta llamarlo un tiempo de soledad acompañada. Porque es así, uno está acompañado de Dios y de los hermanos cuando escucha sus predicaciones. También, pensaba, es tiempo de disfrute hacia dentro sin movernos del sitio ni tener ajetreos. Un tiempo de construir hacia dentro bases sólidas, lleno de conocimiento personal y comunitario. Qué bendición, ¿no?

Llevaba meses sin tener un tiempo sin prisas, sin otras cosas, para Dios y para mí. Para nosotros. Así que una se aferra a lo que tiene y puede hacer uso. De ahí nació el retiro sobre ruedas. Horas de alabanza, de escucha de charlas, de llamadas a hermanos de comunidad y familiares, de oración, de reflexión, de dar gracias por tanto, de ser consciente de mí misma y mis debilidades, de contemplar la belleza de la naturaleza al paso por ciudades, pueblos, regiones… ¡Cuántas cosas en un escenario y espacio tan peculiar! Ahora que lo paso a escrito me percato todavía más del regalo de esos tiempos de soledad acompañada y de cuánto los necesito. Hay tantas cosas que vivimos y que escuchamos a lo largo del año, que se necesita pararse de vez en cuando a ponerlas en sus sitio, tener una perspectiva de ellas y poder ver el mapa completo. La experiencia es espectacular a la par que sencilla y muy humana.

Conquistar nuestra soledad

Para todo esto hay que prepararse personal y técnicamente. Personalmente porque no estamos acostumbrados a la soledad, a ocupar un espacio y tiempo concreto, a entender qué sucede o por qué nos sentimos de una determinada manera estando solos. Es una buena ocasión para conocer cómo ponemos nuestra libertad a rodar. Y técnicamente porque no dispones de un copiloto que te vaya poniendo las charlas, la música o marque el teléfono de la persona con la que quieras conversar. Entonces previamente al viaje preparas una carpeta en el móvil o en un USB con todo ello pensando en lo que te va a ayudar, en lo que quieres escuchar, repasar o aprender. Esta preparación es parte del retiro donde uno ya va ambientándose y las ganas de ponerse en carretera van en aumento. Todo suma. Nada se pierde.

A medida que vivamos momentos como este o parecidos, le cogeremos el gusto a la soledad. Más que gusto, aprenderemos mucho de ella: sabremos acogerla, aceptarla y vivirla… hasta buscarla o anhelarla. Y, sobre todo, a llenarla de la presencia de Dios. Es parte del ser humano y está relacionada con Dios. Es cierto que sabemos apreciar la belleza de las cosas, nos llenan muchas vivencias humanas y somos capaces de disfrutar con mucho de lo que tiene el mundo, pero siempre habrá una parte en nosotros que remita a quien lo ha creado todo y a todos. Y ahí Dios es la respuesta, la compañía. Por eso siempre la soledad la vivimos acompañados; siempre que le invitemos. ¿No es esperanzador?