Es curioso cómo, de repente, varias vivencias tienen su punto de unión. Al menos a mí me lo parece justo ahora que me paro a escribir sobre un tema que pienso que podemos haber vivido o estar viviendo alguno de nosotros. Y puede tener también relación con este tiempo cuaresmal en el que la Iglesia nos invita a volver nuestra mirada a Dios, convertirnos, y dejarnos alcanzar por la misericordia del Padre. En estos últimos meses han salido a relucir con más fuerza en mi vida dos cosas a las que he dado mayor importancia. Se tratan del acompañamiento y la confesión.
Ayer discutíamos en la célula (pequeño grupo de compartir) sobre el tema del acompañamiento: cómo uno llega a ser un cristiano maduro, cómo sabe uno que es maduro en la fe y si alcanzar esa madurez se sabía de alguna forma. Discutíamos si era algo que se consiga en un momento determinado y a partir de ahí uno se mantenga ya para siempre en ese nivel. Estuvo tan entretenido y reñido el debate que volveremos a él dentro de quince días. Pero, a lo que iba: precisamente gracias al acompañamiento (ya sea a través de una persona como de la compañía de una comunidad) y a la confesión uno sabe que está camino de madurar como cristiano. ¡Y que necesita de estas dos muletas! El caminar del cristiano no es lineal. La relación personal con Dios es una relación más y, como todos sabemos, las relaciones son complicadas.
Todos tenemos “nuestros” momentos
Anteayer recibí una llamada muy importante a la par que inesperada. Era de una persona de la cual hacía ya mucho tiempo que yo no sabía nada, solo por terceros cuando les preguntaba. Lo primero que pensé fue “por fin” y se me dibujó una sonrisa en la cara. Sabía que no lo estaba pasando nada bien. Pudimos ponernos al día y conocí de primera mano su sufrimiento y su despertar a la vida de nuevo. Se había resistido todo este tiempo desde que la conocí y no había sabido cómo salir de esa situación. De repente se cerró y no había forma de encontrar la salida. Tuvo “su” momento gris donde se encerró, no podía acoger las manos cercanas que se prestaban a ayudarle y algo en ella no respondía.
Mientras la escuchaba me hacía conectar con mi propia historia. ¿Quién no ha tenido una experiencia de caminar en la oscuridad? Hay momentos en nuestra vida en los que las circunstancias nos comen y no sabemos cómo gestionarlas ni expresar que estamos desbordados por ellas. Pensaba también en la otra parte: aquellas personas que la acompañaban o las que estaban a su lado. ¡Qué duro es ver sufrir en la distancia! No poder hacer nada salvo orar y esperar la respuesta… el milagro. Se trata de un trabajo personal de confianza y abandono en Dios padre. Nada fácil y que requiere paciencia en grandes cantidades. Pero… ¡un día sucede! Hay una respuesta y esa persona vuelve a casa.
Hablar y confesar
Entonces empieza a hablar de lo que ha sido su camino hasta ese día. Las palabras salen de su boca a borbotones porque tiene necesidad de sacar lo que antes no ha podido. También quiere expresar lo que ha aprendido o de qué se ha dado cuenta y antes no lograba ver. Creo que muchos podemos conectar con esta vivencia de sacar lo que estaba podrido dentro de nosotros y poder descansarlo en una persona de nuestra confianza. Y recordaremos la acogida que tuvimos. En esa llamada me transporté a la escena de la Biblia del padre viendo a su hijo desde lejos volviendo a casa tras un tiempo de darse a la vida. Solo me salían palabras de agradecimiento, de alegría, de esperanza y unas ganas enormes de abrazar a esta persona. Es cierto que te olvidas de lo que ha hecho y solo te fijas en su corazón herido.
Sé que se puede vivir esto cada vez aunque se pase mal antes, durante y después. ¿No es esperanzador? Quizá alguno esté pensando que no todas las historias de sufrimiento tienen el mismo final. No sé qué contestar salvo acogerme a una canción que habla de ese confiar en Dios, él lleva los tiempos: “Aunque no pueda ver, estás obrando. Aunque no pueda sentir, estás obrando. Siempre estás obrando”. Puede que no veamos el final aquí porque esta vida no tiene la última palabra. Yo quiero acogerme a esta esperanza y confiar y, mientras tanto, amar todo lo que pueda.
Solo cuando uno se siente amado es capaz de confesar, esto es, abrir su corazón y dejar que se vea lo que hay dentro de él, tanto lo bueno como no tan bueno; aquello que le avergüenza o de lo que se arrepiente. Solo cuando uno confiesa es capaz de volver a casa: volver a empezar a vivir con esperanza, a dejarse abrazar por la misericordia, a hacer un aprendizaje de lo vivido y a construir desde la verdad de su vida.
Dios acoge, perdona y ama primero
En la charla sobre acompañamiento de hace unos años Josué decía que no puedes acompañar si no has sido acompañado. Yo pensaba en lo que significaba esto: vivir una experiencia de cómo vas adquiriendo o haciendo tangible la palabra de Dios en tu vida, confesar aquellos aspectos de tu vida que no están en orden de Dios y haber sido acogido en tu historia. Si no has vivido esto no puedes ofrecerlo a otra persona y que pueda hacer experiencia de lo mismo que tú. Así que esto me habla de… ¡necesidad de testimonios! De ver en quien nos acompaña la Buena Noticia que es seguir a Jesús. Es la única forma de confiar y abrir nuestro corazón.
De alguna manera nos podemos imaginar cómo es Dios padre o hacernos una idea de su amor gracias a cómo escuchan, acogen, oran y se preocupan por tu vida las personas que nos acompañan. Y también podemos entender lo que siente Dios cuando tantas veces nosotros, yo, no hemos querido su ayuda o no hemos sabido cómo acercarnos a Él o qué sé yo que nos hizo no estar cara a cara ante Él, dejarnos querer, abrazar en todo nuestro yo. Y Él, en cambio, estar con unas ganas tremendas de tenernos de vuelta, de recibirnos, de escucharnos, de abrazarnos, de perdonarnos. ¡Esto lo conocen de sobra los padres! Y los que no somos padres también cuando pensamos en algún amigo o personas a las que acompañemos. Dios padre no me ha hablado ni escrito algo explícitamente, pero de alguna forma noto esto cada vez que me he confesado o que he vuelto a ponerme en verdad ante esa persona de confianza. De alguna forma tienes una alegría profunda que fácilmente puedes intuir que se corresponde con la de tu padre Dios. Es complicado ponerlo en palabras, pero quiero pensar que me entiendes y si no, te animo a vivir esta experiencia.
Quizá suena pretencioso, pero creo que podemos experimentar la alegría de Dios o lo que pudiera vivir Él con nosotros a través de las personas que se nos acercan y nos comparten su vuelta al camino, su retorno a casa tras mucho tiempo. Pienso que cada cristiano puede ser hogar, esa Buena Noticia, para muchas personas si antes nos dejamos acoger, perdonar y amar por Dios padre.
Que bonito y que cierto yo lo que dices Adela que siento mi niña tu pri ma que te quiere valla poema más bonito❤️❤️❤️❤️❤️❤️❤️