Está claro que si en la Iglesia “vendiésemos un producto” no tendríamos necesidad de estos debates. Seguro que no habría cristianos quearguyesen que con lo más sagrado no se comercia, que el marketing es una herramienta de manipulación que las grandes empresas utilizan para captar clientes, colocar sus productos en millones de imágenes que son bombardeadas sobre nuestras cabezas, desde que abrimos los ojos por la mañana y nos ponemos delante del armario de los desayunos, hasta que los cerramos por la noche, casi seguro que después de haber dado el último vistazo a la pantalla del smartphone.
Pero el mensaje de Jesús, Dios mismo encarnado que dio la vida por la redención de tus pecados, nuestros sacramentos, instituciones, etc. no son banalidades como cualquier refresco de burbujas y no se deberían tratar como tal.
A todo el que piense así me gustaría decirle que el problema es que el marketing no es eso, que quizás estamos partiendo de un desconocimiento de la materia, pero que es fácil de solucionar desde que existen cosas como internet y Google. No vamos a extendernos por ello en explicar aquí qué es exactamente el marketing, pero para los mas miedosos o desconfiados quédense con la idea, al menos, de que un ladrillo bien lanzado hacia una sien y con la fuerza adecuada puede matar a una persona, pero en lo que todos estamos de acuerdo es que no ha sido diseñado para ese fin.
Y piensen también que uno de los problemas a los que nos enfrentamos, por partir de alguno, es que la frase antes dicha: “Jesús dio la vida por la redención de tus pecados”, puesta en la calle en una marquesina, lo más probable es que no la entienda nadie, y me voy a quedar ahí, porque con “nadie” personalmente no solo pienso en la gente que no pisa las iglesias los domingos.
Gracias a Dios a alguien se le ocurrió la brillante idea de celebrar un congreso sobre el tema a finales del mes pasado. Me refiero a REinspira, congreso internacional de marketing religioso en el que participamos solamente ciento cincuenta personas, y digo solo porque todos los que allí estuvimos nos quedamos con las ganas de que lo que en ese foro pudimos reflexionar hubiese llegado a oídos de la Iglesia católica entera.
Como es de bien hacer, las ponencias fueron a cargo de profesionales del marketing y la comunicación de grandes empresas, creyentes y no creyentes, que ponían encima de la mesa la pregunta sobre la necesidad de un marketing religioso.
No quiero insistir demasiado en que aplicar el marketing que hacen las grandes empresas a la Iglesia, o incluso atreverse a hablar de “marca Iglesia” le pueda parecer a alguien una manera de descafeinar el mensaje cristiano o abajar el propio misterio que nos traemos entre manos. Pero lo que sí es cierto es que partir de un punto de vista empresarial y dirigir la mirada hacia nuestras instituciones, comunidades, parroquias, movimientos, o lo que usted quiera, le va a forzar a tener que hacer un poco de autocrítica y es bien cierto que partir de “vivir en tu verdad” es necesario para todo hijo de vecino, ya sea el más humilde hijo de Dios o la misma Iglesia católica, y no pasa nada, tenemos defectos y también muchos dones.
Podríamos hablar de muchos aspectos relacionados con la disciplina del marketing que nos pueden cuestionar nuestro lugar como Iglesia en este S.XXI pero esto sería demasiado largo, así que vamos a centrarnos en un pequeño resumen o dónde están las piedras más gordas que nos encontramos en el camino de la evangelización:
Primero decir que contestamos preguntas que nadie nos ha hecho. Añadiendo a ello que usamos normalmente un lenguaje incomprensible para el resto de la sociedad, con una “puesta en escena” a través de una serie de imágenes y símbolos que puede que tengan relevancia para nosotros, pero no para la mayoría de la gente, sobremanera para aquellos que no solamente están alejados de la Iglesia, sino que ya vienen de casa sintiendo un rechazo a todo lo que huela a religión e identificando inmediatamente cualquier frase que visualmente suene a “jerga católica” con alzacuellos, cierta ideología política y costumbrismo desfasado.
Es muy probable que lejos de que una persona joven se acerque a la vigilia de la Inmaculada el sábado a las nueve de la noche a su parroquia, estemos provocando es lo que podemos llamar “disonancia cognitiva”, es decir, un refuerzo de lo que esa persona ya opinaba, reafirmándolo en su postura y dándole un motivo para que no se tenga que cuestionar nada, le acaba usted de dar la razón.
Parece bastante lógico pensar que si yo doy una respuesta a una pregunta que nadie me ha hecho es porque no me he molestado en escuchar.
Y segundo, si hablamos de evangelización, el “objeto” más importante en esta ecuación de: “yo tengo algo que tú necesitas, escúchame y serás feliz”, es la persona a la que va dirigida. ¿Por qué? Porque la obra más perfecta y sagrada de la creación es el hombre, cada uno de sus hijos e hijas amados y se merece un sagrado respeto, luego pon a la persona en el primer lugar, y trátalo como lo que es, un hijo de Dios, una obra perfecta, conoce sus circunstancias, preocupante por lo que piensa, siente y sufre. Ríe con los que ríen y llora con los que lloran.
Una de las características del marketing precisamente es la de conocer a fondo y empatizar con el posible usuario y puede que uno de nuestros problemas a la hora de evangelizar es que proyectamos desde nuestro ombligo y no desde la persona a la que nos vamos a dirigir.
El marketing es una disciplina que busca que la experiencia de usuario sea completa, que se sienta cuidado desde el punto de vista de que es importante para aquél que ha solicitado su atención, no se trata de crear necesidad ni de hacer un llamamiento a tus actividades, sino de generar la necesidad en alguien de que se acerque a ti y pregunte.
Para nosotros pues, marketing es sobre todo crear un espacio en tu vida para la acogida de aquellos que se nos acercan, que sientan de verdad que son importantes para nosotros como algún día nosotros sentimos que éramos importantes para alguien. Es la ambientación y la decoración de nuestras iglesias, locales y casas, que sean sitios donde aquel que llegue se pueda sentir cómodo, que le den ganas de poner los pies sobre la mesa y recostarse en el respaldo de la silla, que se sienta seguro. Es la imagen que proyectamos con nuestra publicidad concebida desde tu propia experiencia de salvación, no desde lo que tú crees que los demás quieren ver, la autenticidad de lo que tú vives es importante. El “producto” es bueno, tan bueno que es aquello que a ti te cambió la vida un día, pero que no tiene por qué ser en las mismas circunstancias que a la persona que tienes enfrente, porque cada uno es único, cada generación piensa diferente y las nuevas no son peores que las anteriores.
En definitiva, el secreto de todo esto es centrarse en el otro y no en ti, seas una sola persona, una parroquia, una comunidad, un movimiento, o la misma Iglesia. Lo que importa ahora no son los 99, sino la una que anda por ahí perdida, qué piensa, qué opina, cómo siente y que tal está.
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