Hace unos años mi mujer y yo asistimos a un retiro en nuestra diócesis de Cádiz en la que la figura principal era… ¡Nicodemo! Lo recordáis, ¿verdad? 

Todo el retiro estaba centrado en este personaje. Desde aquel momento me cautivó, dejó huella en mí, quizá porque también necesitaba encontrarme con el Señor en aquel momento, delicado por mi situación laboral, familiar y de fe.

Hace unas semanas apareció de nuevo en el Evangelio dominical y sigue recordándome que, como Nicodemo, ¿quiero yo nacer de nuevo, ser luz? ¿O prefiero instalarme en mis comodidades? quizá en el fondo tengo miedo a pisar terrenos desconocidos, que no controlo, aunque los quiera ver.

Él es un buscador, un corazón inquieto que no se conforma con su oscuridad. Puede que sí me parezca a él, voy caminando al lado de Jesús y no alcanzo a ver sus ojos. ¡Y convencido de saber mucho sobre Dios! Creyendo que, con mis rezos, mis prácticas religiosas, con medio cumplir las leyes y mandamientos, pecador como el que más, ya está todo hecho. Y siento que me falta dejarme llevar por el Espíritu, por el amor, por la novedad de Dios, que hace nuevas todas las cosas (hasta lo intenta conmigo) y pasa por mí.

Como si adquiriéramos una casa y la disfrutáramos, pero antes tenemos que trabajarla, adecentarla, ponerla bonita para recibir al mejor huésped, Jesús, y dejarnos de tantas leyes y cumplimientos que a veces nos alejan de nuestra mejor versión.

Pero sigo encerrado en mis seguridades, incapaz de abrirme a la verdad, de reconocer que estoy buscando, y de nuevo escucho: ¡Tienes que nacer de nuevo, ser luz! En casa tenemos a Drako, un pastor alemán. Es de mi hijo pero criado por nosotros, vive con nosotros… cuando mi hijo viene a casa el perro, con solo escuchar el ruido del motor del coche, se vuelve loco, loco de amor, aunque no lo vea siempre, sabe que está ahí, porque siempre lo ha tratado bien, lo quiere y él le es fiel. ¿No debería pasarnos a nosotros lo mismo con Jesús, que sin verlo tendríamos que sentir lo mismo, fidelidad y paz?

Tengo que renovar totalmente el corazón, las ideas, el estilo de vida, mi relación con Dios, y no vale la excusa de que los tiempos que vivimos, la falta de fe, la pandemia… ¡No! El profeta Ezequiel nos dice: Os rociaré con agua pura y seréis purificados, os daré un corazón nuevo, pondré en vosotros un Espíritu nuevo… porque Dios no quiere otra cosa que la vida eterna para todos, ¡La vida eterna!

Nadie puede entrar en el Reino de Dios sino nace del Agua y del Espíritu.

Y a veces oigo su voz, pero no sé de dónde viene ni a dónde va y me cuesta dejarme llevar, fiarme, abrirme a lo nuevo. Lo único que sé es que la amistad de Dios me rodea y me espera en medio de mis dudas para quitarme esos miedos, ese miedo a renacer para dejarnos sorprender por la ternura de Dios.

Y sigo queriendo parecerme a Nicodemo, que quiere tener un encuentro con el Señor; no sé lo que buscaba, si quería cambiar su estilo de vida (y cómo lo cambió). Sí, estoy convencido de que le cambia la vida, como a mí me la ha cambiado, transformado, no sin caídas, pero siempre con su amor y rodeado de hermanos.

Siempre me ha dado miedo la oscuridad, desde pequeño… necesito la luz, encontrar el interruptor, para poder ver claramente, físicamente, y necesito el interruptor de la oración, esa fuente de energía inagotable que me permite ver a Jesús, sentirlo. Pero hay momentos en los que no encuentro ese interruptor, o no funciona, y voy a tientas en la oscuridad… pero el interruptor sigue ahí, el Señor sigue esperándome, y esas luces pueden encenderse, pero nosotros no tenemos la visión clara o hemos cerrado los ojos…

¿Por qué no queremos o podemos ver la luz?

Poner nuestras vidas en su presencia para que nos ilumine, ya sea una dificultad del día a día o una tragedia, que nos atraviesa el alma. Cuando encontramos ese interruptor y se enciende la luz, me siento seguro, sereno y tranquilo. Y Jesús, no solo vuelve a iluminar mi camino, mi vida y mis pasos, sino que vuelvo a ser luz para los demás, que no ven o encuentran su interruptor; al igual que a mí, cuando tengo  ceguera, Dios me pone de guía a un hermano que me lleva y acompaña a la luz y así poder nacer de nuevo del agua y del Espíritu y ayudar al Señor a construir un Reino en la tierra a través de esa luz que desprendemos en otras personas; y ser la Buena Noticia, como nos dice Josué, en una de sus predicaciones, para reconciliar a la gente con Dios.

¡Nicodemo! Me sigo haciendo muchas preguntas, como tú… algunas con respuestas, otras… Pero lo que nunca dudaré es de tu entrega, mi entrega, a seguir conociendo al que fue y es mi ¡SALVADOR!