Recuerda todo el camino que el Señor, tu Dios, te ha hecho recorrer estos cuarenta años por el desierto, para afligirte, para probarte y conocer lo que hay en tu corazón: si observas sus preceptos o no.
Dt. 8, 2
No sé si Dios tiene que vernos en distintas situaciones de la vida para conocer nuestro corazón. Por eso de que somos libres, pensaría que sí. Si pusiera en consideración la omnisciencia divina, pensaría que no. Y, entre una cosa y otra, me perdería en disquisiciones teológicas en las que, por muchos motivos, no voy a entrar ahora.
Lo que sí tengo claro es que transitar cuarenta años por el desierto o, simplemente, por la vida, nos da a conocer nuestro corazón. Al menos, a cualquiera que tenga la limpieza y la fuerza suficiente para mirar su pasado de forma adecuada.
¿Cuarenta años?
Hace ahora cuarenta años empezaba 7º de EGB y mi clase de siempre fue dividida y repartida entre el resto de los grupos. Yo fui a parar a uno en el que habían puesto a todos los alumnos que suspendían muchas materias. Yo solía aprobar casi todas, aunque siempre muy justo. Cuando revivo aquella situación que no comprendía, reconozco un corazón inocente que no se enfadó con nadie, y que, por ello, tampoco se rebelaba ante nadie. Ni para bien ni para mal.
En mis años escolares entreveo un corazón limpio que no era capaz de engañar a la gente y con facilidad de ponerse en el lugar del otro. Pero también lleno de miedos y restricciones. Nunca copiaba en los exámenes. El motivo está a mitad de camino entre las causas nobles de rectitud y honestidad y el más puro miedo a ser pillado. Una vez que tenía que apuntar una palabra para que no se me olvidara en el examen escribí una sílaba de dicha palabra en cada esquina de la mesa. Para que nadie pudiera ver lo que había escrito. ¿Inocencia? ¿Miedo? No lo sé. Pero poca eficacia, seguro. Me pregunto cuántas veces mis miedos me han llevado a actuar a medias. Es decir, percibo un corazón temeroso y excesivamente prudente, hasta la inactividad.
Avanzando en la vida
Cuando estaba en el seminario los demás me veían como alguien bondadoso. Se ve una línea que se va consolidando, una tendencia más o menos fija. También era uno de los que obtenían buenas notas de mi curso. Hay cosas que van cambiando.
Tengo guardadas todas las cosas que escribí a nivel personal en aquella época. En ello vislumbro un modo de ser reflexivo. Y descubro que ya desde entonces la letra escrita era una forma de escape y de transmitir aquello que no podía de forma oral. En el hecho de tenerlo todo guardado, pero no haber vuelto a leer casi nada, también descubro constantes de mi forma de ser. Soy ese que va guardando y dejando cosas para después.
También mis años de profesor me hablan sobre trabajo atrasado y poca eficiencia. Sobre construcción de sueños que, por poco realistas, no son más que huidas de la realidad. “Mis pajaritos” los suelo llamar. Mi labor docente me habla también de evitación de conflictos y problemas. Otra vez el miedo. Y también veo encariñamiento hacia los alumnos. Y capacidad para ponerme en su lugar.
Mi paternidad me descubre mi genio y mis enfados, aunque aparente otra cosa e incluso me lo crea. También cariño y cercanía, claro.
Mi relación con Dios me muestra inconstancia, pecado, repetidas vueltas al camino, cierta perseverancia en medio del desorden, cierta obediencia en medio de caídas.
Transparentando
Es decir, descubro un corazón complejo, como todos. Pero con características claras. Solo hay que pararse a observar nuestro tránsito por la vida. Afirma Ortega y Gasset en un fragmento de su obra que para saber lo que hoy es el hombre basta con saber lo que fue ayer.
Basta con eso, y aparece, transparece, lo que hoy estamos haciendo
Ortega y Gasset, “Sobre la razón histórica”
Yo me reconozco con esas características que saco de mi pasado. Me veo aparecer, transparecer, en esas vivencias. Cualquiera puede descubrir mucho con una mirada apropiada al pasado.
Y Dios, ¿qué?
Y, qué decir del corazón de Dios. Qué he conocido de lo que hay en él. Puedo atestiguar (digo “atestiguar” porque hablo como testigo) que es un corazón que espera, permanece, acoge, acompaña, exige, seduce, propone, promete y cumple sus promesas, que me hizo de una forma determinada y con una misión, y que me ama como soy, que es fiel, constante…
En el libro “La Cabaña” (del que se hizo también una película) el personaje de Dios, cada vez que habla de alguna persona, comenta: “le tengo un cariño muy especial”. Cuando el protagonista del libro (escenificado por Sam Worthington en la película) le pregunta por la afirmación, Dios le contesta que le tiene un cariño muy especial a todo el mundo.
Se podría describir el corazón de Dios de muchas formas y con muchos adjetivos. Creo que se le puede atribuir todo lo que dice la carta primera a los Corintios sobre el amor:
El amor es paciente, es benigno; el amor no tiene envidia, no presume, no se engríe; no es indecoroso ni egoísta; no se irrita; no lleva cuentas del mal; no se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad. Todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor no pasa nunca.
1 Cor 13, 4-8
El pasado que viene
Solo una observación más. El pasado nos muestra cómo somos realmente. Va más allá de lo que nos gustaría ser o de lo que pensamos que somos o que deberíamos ser, y nos muestra nuestra verdad. Pero el pasado es eso, pasado. Fijo, inamovible, pero también una base sólida sobre la que construir. El futuro es abierto. Me pregunto qué descubriré de mi corazón cuando vuelva la vista atrás dentro de otros cuarenta años.
[…] el anterior artículo que escribí en el blog comenté cómo el transito por la vida nos ayudaba a conocernos a nosotros mismos y también a […]
[…] el anterior artículo que escribí en el blog comenté cómo el transito por la vida nos ayudaba a conocernos a nosotros mismos y también a […]