Se comenta que las cosas se tienen que vivir cada día de nuestra vida y que no hace falta dedicarles un día para vivirlas. Pues bien, nos encontramos un poco ante una situación parecida; la oración, ¿hay que dedicarle un día especial o hay que vivirla cada día? 

El motivo de este escrito no es crear debate ni llegar a conclusión, el motivo de este artículo es recordar que este año el Papa Francisco ha lanzado la siguiente propuesta: 

Me alegra pensar que el año 2024, que precede al acontecimiento del Jubileo, pueda dedicarse a una gran “sinfonía” de oración; ante todo, para recuperar el deseo de estar en la presencia del Señor, de escucharlo y adorarlo. 

Es, pues, este año 2024 el Año de la Oración, un buen motivo para revisar y valorar cómo llevamos el tema de la oración y aprovecharlo para seguir experimentando con ella, intensificarla y compartirla.

Como en muchos otros aspectos de la vida, la oración se comienza a aprender conforme se pone en práctica. Se pueden tener muchos conocimientos, formación, herramientas… pero si no se ponen en marcha pierden su sentido.

Es una oportunidad, si todavía no la tenemos, para encontrar nuestra forma personal de relacionarnos con Dios. Reconocer y valorar los momentos en los que entramos en la presencia del Señor, el diálogo que establecemos con Él, el silencio…. tantas cosas, pero todas ellas significan relación, así que pongamos nuestra atención en qué formas utilizo, que palabras y qué tiempo dedico a esta relación.

Dios siempre ha estado y continúa estando, deseando entrar en este diálogo con nosotros, por eso la oración también requiere de implicación por nuestra parte y para ello no estamos solos, Dios nos ha enviado el Espíritu Santo para que le abramos nuestro corazón y nuestra mente y pueda actuar.

¿Y cuál es una buena forma para orar? Pues la que uno vaya creando, lo importante es que cada uno de nosotros vaya profundizando en el conocimiento de Jesús, que vayamos descubriendo su paz, su amor, su misericordia, su perdón… A la vez, la oración nos tiene que ayudar a conocer mejor nuestras fortalezas y así poderlas poner al servicio de los demás. También tiene que  poner luz en nuestras debilidades, para poderlas trabajar, superar y/o integrar.

De alguna forma la oración repercute en todo lo que nos rodea y en todas las relaciones que entablamos con las personas que nos vamos encontrando en nuestro día a día. La oración es la base para buscar la voluntad de Dios para con nosotros y convertirnos en sus  siervos inútiles

Así también vosotros, cuando hayáis hecho todo lo que os ha sido ordenado, decid: Siervos inútiles somos, pues lo que debíamos hacer, hicimos.

Lc 17, 10

Esto implica que cada vez que nos presentamos ante Dios lo tenemos que hacer tal y como somos, con transparencia y sinceridad. Él, que nos ha pensado y creado, ya nos conoce y, como hijos suyos que somos, necesita que nos reconozcamos como tales para que así Él pueda hacer su obra en nosotros. Si no somos conscientes de lo que estamos viviendo no podremos tampoco reconocer que Dios puede actuar y actúa.

 Y al orar no uséis vanas repeticiones, como los gentiles, que piensan que por su palabrería serán oídos. No os hagáis, pues, semejantes a ellos, porque vuestro Padre sabe de qué cosas tenéis necesidad antes que vosotros le pidáis.

Mt 6, 7-8

En este itinerario de búsqueda de la buena forma de relacionarnos con Dios, y dependiendo de lo que estemos viviendo, nos podemos encontrar con la Adoración (reconocer la grandeza de Dios y nuestra dependencia de Él), la Alabanza (expresar nuestra alegría y agradecimiento a Dios), la Intercesión (rezar por los demás) y con la Petición (presentar a Dios nuestras necesidades y preocupaciones). Son diferentes formas de dirigirnos a Dios y darles espacio a cada una de ellas nos puede ayudar a estructurar nuestra oración personal. 

Un aspecto importante para nuestra fe puede ser descubrir la oración comunitaria. Reunirnos con otros para orar nos ayuda a dar testimonio de nuestra fe, que es lo que fundamenta y alimenta la misión y el servicio hacia los demás.

La fe es un acto personal: la respuesta libre del hombre a la iniciativa de Dios que se revela. Pero la fe no es un acto aislado. Nadie puede creer solo, como nadie puede vivir solo. Nadie se ha dado la fe a sí mismo, como nadie se ha dado la vida a sí mismo. El creyente ha recibido la fe de otro, debe transmitirla a otro. Nuestro amor a Jesús y a los hombres nos impulsa a hablar a otros de nuestra fe. Cada creyente es como un eslabón en la gran cadena de los creyentes. Yo no puedo creer sin ser sostenido por la fe de los otros, y por mi fe yo contribuyo a sostener la fe de los otros.

166 CCE

¿Y cuánto tiempo necesito dedicarle a la oración? En los inicios se tiene que crear el hábito y es bueno para ello perseverar en el tiempo que se le dedica, después vas cogiendo conciencia de la importancia que tiene para ti esa oración y del tiempo que tú le quieres dedicar a responder a la llamada de la fe, donde la relación con Jesús pasa a ser una necesidad. Y aunque toda vida tiene que ser oración y la oración nos acompaña en nuestra vida, es vital que encontremos tiempos y espacios de intimidad con Aquel que nos da vida, paz, esperanza y perdón, imitando de alguna manera lo que Jesús nos enseñó.  

Pero su fama se extendía más y más; y se reunía mucha gente para oírle, y para que les sanase de sus enfermedades. Mas él se apartaba a lugares desiertos, y oraba.

Lc 5, 15-16

Porque Dios no necesita que nosotros oremos pero nosotros sí que necesitamos estar con Él para que este espacio personal e íntimo pueda convertir nuestra oración en “oración afectiva”, oración que nos afecta, que nos transforma; afecta y transforma nuestra relación con el entorno y los demás y por tanto acaba transformando todo lo que hay a nuestro alrededor. 

Así que aprovechemos este 2024 para recuperar ese deseo de estar en la presencia del Señor y, si no lo hemos perdido, compartámoslo.