“The invisible man” es uno de los temas más populares de Queen (con, por cierto, una genial línea de bajo). El videoclip es un ejemplo perfecto de lo que era el mundo de los 80 por la música, los efectos de sonido que se aplican a las voces, los sintetizadores, la estética en la ropa, las gafas, los efectos especiales en las imágenes, la decoración de la casa que aparece, los videojuegos… Recuerdo haberlo visto en la televisión cuando era niño. Hace pocas semanas recordé la canción y volví a ver el videoclip en YouTube. Te pido por favor que si no la has escuchado o no la recuerdas, dejes de leer y lo hagas ahora para que captes mejor la esencia de lo que te quiero decir.

Dicha canción me vino a la memoria mientras trabajaba repartiendo botellones de agua. En ocasiones uso un carro en el que llevo hasta cinco botellones a la vez. Si llevo todos llenos, son unos 100 kg los que llevo en el carro.

A veces tengo que llevar agua a una oficina de notarios, abogados, asesores etc… que están en edificios del centro de la ciudad. Ahí voy yo, poco a poco empujando el carro entre la gente y ¡oh, sorpresa! resulta que en esos momentos me vuelvo invisible.

¿Que voy a cruzar por un paso de cebra y viene una señora y su perrito de frente? No pasa nada, yo maniobro con los 100 kg para no atropellarlos (canturreando “I am the invisible man”).

¿Que voy a entrar en un portal y a unos metros por delante entra una persona? Entiendo que, aunque mire en mi dirección, no me sujete la puerta porque, como ya he dicho, cuando llevo el carro lleno debe ser que me vuelvo invisible (tarareo la línea de bajo y pienso “I am the invisible man”).

Suele pasar también que mucha gente sale a fumar a la calle y sin querer se quedan fumando en el medio, hablando entre ellos. Debe ser que el humo no los deja ver que me acerco y que no me dejan pasar (incredible how you can… see right trough me!).

Me ha pasado, incluso, la situación de estar una persona dentro del portal mirándome mientras hago malabares para llamar al timbre, maniobrando el carro con una sola mano mientras con la otra intento abrir la puerta de cristal (que se abre hacia mí) y la sujeto con el pie para que no se cierre antes de tiempo y se golpee contra el carro de metal antes de que pueda entrar del todo… y esa persona no mueve un dedo para ayudarme (I am the invisible man).

Y en las fábricas también me pasa. Subir por una escalera con un botellón en cada mano y un paquete de vasos bajo el brazo, llegar a la puerta del laboratorio, dejar un botellón en el suelo para poder abrir la puerta (que también se abre hacia mí), coger el botellón de nuevo mientras sujeto la puerta con el pie… para ver cómo el operario que subía detrás de mí con una carpetilla en la mano entra antes que yo mientras me dice “gracias, buenos días”.

Por lo menos fue educado. Espera… si me ha saludado ¡es que no soy invisible!

Hasta ahora lo único que he hecho ha sido quejarme en tono de humor y con un poquito de ironía pero te aseguro que tanto las situaciones como que canturreo la canción son verdad.

Y también es verdad que todo esto me coloca a mí en el centro. ¿Es que no me ven? ¿No se dan cuenta del peso que llevo (yo)? ¿Ya que no me ayudan por qué no se apartan y por lo menos dejan de estorbarme?

Me descubro a mí mismo ocupando todavía un sitio que he decidido conscientemente que le corresponde solo a Dios.

Además, gracias a la oración, el Espíritu Santo me hizo caer en la cuenta de que, a veces, muchas veces, casi todas las veces, soy yo el que no ve al que tengo a mi lado. No veo su sufrimiento, sus circunstancias, su dolor, su soledad, su necesidad de sentirse amado, considerado, su necesidad de saberse escuchado o tenido en cuenta. Y no solo de las personas con situaciones duras, sino incluso de las aquellas que están a mi lado en el día a día: son muchas, demasiadas las veces que no veo las necesidades de mis niñas, de mi esposa, de mis padres… porque estoy pensando en mí mismo. Mi tendencia sigue siendo la dieta del SOLOMILLO: SOLO MI YO.

A veces pienso que es la costumbre, es lo que he estado haciendo toda mi vida: pensar en mí el primero. O quizás es debilidad, o la imperiosa necesidad de sentirme amado… O una mezcla de todo.

Y una vez más, en oración, mientras reflexionaba acerca de cómo iba a terminar este artículo recordé la “banda sonora” de mi primer encuentro con el Señor: fue la canción “La niña de tus ojos” de Daniel Calveti y su primer verso dice: “Me viste a mí cuando nadie me vio, me amaste a mí cuando nadie me amó…”. Él me amó primero, ya entonces, incluso desde mucho tiempo antes de que yo lo conociese, Él me vio (desde un tiempo infinito, desde un lugar sin nombre). Por cierto, el concepto de “niña de tus ojos” refiere a que en la pupila queda reflejada la imagen de la persona a la que se está mirando de cerca.

Pero a veces parece que no me basta con su amor, porque busco incansablemente el amor de los demás, busco incluso inconscientemente su aprobación. Mi corazón es insaciable, y llenarlo con el amor de los demás es imposible. Tanto como querer llenar con agua un hoyo en la arena de la playa. Entonces, ¿qué puedo hacer?

Yo le pido a Dios que me llene de verdad de su amor, de su Espíritu Santo. Para que eso pueda darse debo dejarle espacio en mi corazón y, aunque es un reto para mí, en el fondo sé que Él es el único que me ama tanto como para llenar el hoyo en la arena de la playa hasta hacer que el agua desborde.

También me he dado cuenta de que cuando estoy pendiente de amar, de ver al otro, me olvido un poco de mí. Cuando me preocupo realmente de la persona que tengo al lado, aunque solo sea el simple hecho de escucharla de verdad, sin querer me desplazo del centro de mi vida, aunque sea por un rato. Y me viene súper bien porque cuando pongo al otro en el centro, estoy poniendo a Jesús en el centro (Mt 25, 40).

Puede que te parezca una tontería o una obviedad, pero para mí ha sido todo un descubrimiento. Y ser consciente de esto y empezar a ir haciéndolo vida me está ayudando a entender que puede que me sienta invisible para muchas personas y en muchas circunstancias, pero nunca seré invisible para Dios porque soy la niña de sus ojos. Y tú también lo eres.