Hace unos meses participé en un proyecto pastoral de evangelización organizado en una parroquia en el cual lo que se esperaba de mí era que fuese el coordinador. Resultó algo extraño ya que yo no pertenecía al equipo organizador, ni siquiera a esa parroquia, pero, al parecer, no había nadie que hiciese esa labor que aunase compromiso, dedicación y una cierta capacidad para tomar decisiones. O, al menos, no había nadie disponible. Me sorprendió porque es una parroquia más o menos activa y con bastante movimiento, en la que se mezcla gente mayor con matrimonios. Dentro del equipo había personas dispuestas a ayudar en los temas logísticos, a preocuparse por la gente que fuese asistiendo… aunque parece ser que nadie dispuesto a coordinar y ejercer una labor de más responsabilidad sobre el equipo. Me consta que varias de las personas que formaban parte de la organización desempeñan trabajos en los que sí adquieren ese tipo de responsabilidad y lo cierto es que lo vivido en algunas situaciones me llamó mucho la atención.

Me sorprendió que, ante cualquier decisión que hubiese que tomar, todas las miradas se volviesen hacia el sacerdote. Tal vez una de las razones de mi sorpresa fue que el sacerdote en cuestión es una persona que no rehúye el trabajo en equipo; es un tipo dialogante y que no destaca por ser alguien especialmente impositivo. Supongo que por eso, este tipo de situaciones me descolocaron aún más, ya que la imagen que yo tenía de esa parroquia y de ese grupo de personas no me cuadraba con la manera de funcionar en equipo.

¿Cuál fue mi conclusión? Pues que en la Iglesia Católica, en muchas parroquias al menos, hay una especie de muro visible o invisible (según el lugar) que bloquea el acceso de los laicos a la toma de decisiones de responsabilidad. No me parece un problema de los “parroquianos” y, en muchas ocasiones, tampoco de los sacerdotes. Como la gente de la que he hablado antes, supongo que durante años y años esas personas han formado parte de la comunidad parroquial, pero en ningún momento han sentido que se esperase de ellos que diesen un paso al frente asumiendo responsabilidades dentro del organigrama de la parroquia y, a pesar de que durante esos años su servicio ha sido fiel y entregado, siempre se han limitado a obedecer y seguir las indicaciones que les llegaban de los responsables.

¿Tenemos algún plan?

Con todo esto, estamos en una situación en la que escasean no solo los sacerdotes, sino también los cristianos comprometidos con sus parroquias, mientras que los objetivos pastorales se mantienen o incluso aumentan porque las necesidades verdaderamente así lo requieren. Además, las personas que podrían aportar su experiencia y sus capacidades en los diferentes ámbitos de liderazgo de las parroquias sienten que es un terreno ajeno a ellas y que no tienen la validación institucional (podríamos decir) para hacerlo. Por no hablar de la falta de modelos o de programas que animen e incentiven ese paso al frente que ayude a romper los muros que bloquean el desarrollo de los laicos en las funciones de responsabilidad dentro de las parroquias, y que tan necesarias son hoy en día y mucho más en los años venideros.

Sea como sea, el tiempo apremia. Cambiar esa dinámica llevará tiempo y habrá que trabajar con los sacerdotes y con los propios laicos, pero, aunque hay alguna iniciativa “particular” que ya ha comenzado a trabajar en ese sentido, no sé si a nivel institucional dentro de la Iglesia se ha planteado esta problemática y si hay previsto algún plan para cambiar esta situación. Me encantaría que así fuese.