Con estas líneas, no pretendemos hacer una disertación sociológica de la realidad eclesial de Estados Unidos, ni podemos, ni somos expertos en la materia. Más bien, compartir humildemente cuál ha sido nuestra vivencia de Iglesia en estos tres últimos años, solo podemos hablar de “lo que hemos visto y oído” (1Jn 1, 3).
Nuestra primera aproximación a la parroquia más cercana fue cálida y acogedora. Aún recordamos con cariño las palabras de bienvenida a todos los feligreses por parte del sacerdote celebrante, especialmente dirigidas a los que visitaban la parroquia por primera vez, práctica muy extendida en toda la Iglesia Católica local, al igual que la despedida y saludo personal del celebrante, con invitación general a toda la asamblea a tomar algo tras la Eucaristía. Hemos aprendido que estos gestos sencillos y cercanos pueden llegar a marcar una diferencia y pueden construir puentes en las relaciones personales entre los miembros de la comunidad parroquial. Otro gesto que nos gustaba mucho era el del llamado de los niños y jóvenes al altar al finalizar la Eucaristía dominical: el sacerdote, junto a la asamblea, con los brazos extendidos, oraba por los niños y jóvenes, presentándolos semanalmente ante el Señor.
Vimos que este tipo de gestos recorrían las distintas parroquias por las que nosotros comenzábamos nuestra andadura y búsqueda a la vez. San Antonio es la séptima ciudad más grande de Estados Unidos y su área metropolitana tiene algo más de dos millones de habitantes, por lo tanto la riqueza y variedad de parroquias que hemos podido conocer ha sido muy grande.
En San Antonio hay parroquias de estilo bastante tradicional, algunas con un aire mejicano y otras, como en la que nosotros estuvimos participando asiduamente, con un estilo algo más moderno y carismático. En cualquiera de los casos, hemos experimentado un profundo respeto, decoro y amor hacia las cosas de Dios en cada una de ellas.
Dios no solo se nos ha hecho palpable en el templo, nuestra mayor alegría ha sido la de encontrarlo en la sociedad y en la cultura en general; en la calle, personas que oraban sin temor en cualquier restaurante, gente de a pie que oraba por ti un momento en una gasolinera mientras llenabas el depósito del coche, bandas de moteros que te anunciaban a Cristo sin temor, etc. De esta y de mil maneras más, hemos podido vivir esa alegría de estar rodeados por un ambiente lleno de Dios.
Nos gustaría hacer una breve mención acerca de la riqueza de la música cristiana contemporánea que existe en Estados Unidos. Es sorprendente lo integrada que está en la porción de sociedad americana que hemos conocido. Puedes escuchar este tipo de música en cualquier parte, desde bares y cafeterías hasta en las reuniones del claustro en una escuela pública y, por supuesto, la puedes escuchar en cada coche a través de dos grandes emisoras de radio (Klove y Air1) que se encargan de promocionar a los artistas y bandas más influyentes cuyas canciones suenan en las iglesias más importantes del país. Hemos podido asistir, además, a numerosos conciertos de alabanza y adoración: Chris Tomlin, Bethel, Jesus Culture, Rend Collective, Elevation Worship, Toby Mac, Mandissa, Danny Gokey, Zach Williams, For King & Country, Mercyme, Newsboys y Casting Crowns entre otros. Hemos podido ver cómo algunas de sus canciones forman parte incluso del cancionero litúrgico de la Iglesia Católica estadounidense y, de hecho, se cantaban los domingos en nuestra parroquia sin ningún problema. Ha sido algo muy enriquecedor y nos ha hecho darnos cuenta de que lo que realmente importa es el corazón, que alaba, que adora y que busca amar al Señor a través de la música, sin importar tanto la procedencia católica o no de las canciones.
En nuestra parroquia (St. Mary Magdalen Catholic Church), ubicada en una zona con una población muy humilde, la gente compartía su dinero, sintiendo a la Iglesia verdaderamente como algo suyo. La colecta dominical oscilaba entre los 17.000 y 20.000 dólares semanales. Esto hacía posible que hubiera ocho personas liberadas, laicos, para el trabajo pastoral y parroquial a tiempo completo, además de los numerosos proyectos de ayuda a la comunidad que se llevaban a cabo gracias a todas las donaciones.
Damos gracias a Dios por cada iglesia que hemos conocido y, especialmente, por todas las personas con las que hemos podido compartir porque, en cada una de ellas, hemos podido experimentar cuán precioso es el cuerpo de Cristo en cada uno de sus miembros, aún a pesar de las diferencias.
Y, para terminar, tras todo lo vivido somos ahora más conscientes del gran propósito de nuestra comunidad de Fe y Vida y todo lo que Señor ha puesto en ella para aportar a nuestra querida Iglesia.
Antonio y Teresa
Su reseña ha sido a la vez hermosa y alentadora. Gracias por compartirla.
Saludos hermanos.
Vamos conociendo fe y vida, somos de Monterrey, Nuevo León, México.
Con familiares en San Antonio, Austin, Houston, TX
Queremos conocer más de la comunidad y aprender de ustedes.