20130824125714022Sábado, 28 de Agosto. Son las 8 de la mañana y me encuentro en el parking esperando a que lleguen Luis, Guada y Amador para emprender camino a San Sebastián. Esta mañana no me ha costado especialmente levantarme, y el motivo es bien claro: toca fin de semana de misión, con otros hermanos y amigos del ministerio de música de la Comunidad. Nuestro cometido: alabar al Señor con nuestros cantos, ayudar a otros a descubrir su Amor y facilitar un encuentro con Él. ¡Como para no levantarse ilusionado y deseando ponerme manos a la obra!

Os preguntaréis ¿por qué San Sebastián? Bueno, pues hace unos meses conocimos a Julia y Miguel, madrileños, en el entrenamiento Alpha al que asistimos en Leire. En ese encuentro, al oírnos tocar, pensaron que podíamos echarles una mano con el festival Anuncio que se iba a celebrar en San Sebastián.

Se trata de una iniciativa de nueva evangelización, que reúne cada verano a varios cientos de jóvenes (entre 18 y 35 años) con el objeto de buscar un encuentro con personas alejadas de la Iglesia y dialogar con ellas acerca de Dios y de su mensaje de Salvación. En primer lugar tienen unos días de formación y preparación, todos juntos en Marsella, y luego son enviados por grupos a distintas ciudades de Francia y España, donde van a desarrollar su misión. El festival termina en Paris, donde se reúnen de nuevo todos los jóvenes enviados para continuar con vigilias de evangelización, conciertos y diversas actividades.

San Sebastián era el destino de misión de uno de los grupos de jóvenes, con nuestros amigos Julia y Miguel, más Alberto y Raúl, sacerdote y diácono que les acompañaban. Nuestra función era llevar la música de las alabanzas, misas y vigilias de evangelización. Y la verdad es, que nada más llegar y apenas conocerlos, nos dimos cuenta de que valía la pena estar allí, merecían lo mejor de nosotros, lo poco o mucho que pudiéramos ofrecerles: nuestro esfuerzo, nuestra oración, nuestros dones, para que esos jóvenes encontraran aliento y fuerza en el Señor.

A nuestra llegada, estaban comenzando la jornada con un rato de alabanza y el rezo de Laudes. Luego, Alberto dio una breve enseñanza, y siguió un rato de oración personal (hasta el momento de la eucaristía) para, después de ésta, comenzar un rato en grupo para compartir. Todo iba en sintonía con el propósito que nos reunía esos días, las lecturas del día “Ven y lo verás” (Jn 1, 45-51), y de los Laudes “Por él también vosotros os vais integrando en la construcción, para ser morada de Dios por el Espíritu.” (Ef 2, 19-22). A estas alturas y todavía me sorprendo, el Señor cuida todos los detalles.

Durante la comida aprovechamos para conocernos: la mayoría de los jóvenes venían de Madrid, casi todos ellos del grupo de oración de Miguel (Congregación Mariana de la Asunción), pero también gente que había coincidido en las vigilias de evangelización “Una luz en la noche” que organizan periódicamente en la iglesia de San Ildefonso, en plena zona de marcha madrileña, así como jóvenes de otras parroquias de la capital y de Valladolid. Compartimos testimonios, inquietudes, y sobre todo ilusiones, ¡con que gusto escuchaba a estos chavales! ¡menuda inyección de ánimo y de fuerza me han dado!

Por la tarde tuvimos la vigilia de evangelización en San Pedro del Puerto, en plena zona de botellón, al lado del casco viejo de San Sebastián. La iglesia se decoró para la ocasión, con telas y velas en altar para adornar la Exposición de Santísimo, y se pusieron un par de
cestos, uno donde depositar peticiones y otro para coger palabras de Biblia. Mientras, nosotros montamos todo el equipo: acústica, teclado y batería. La vigilia consistía en un rato de alabanza y adoración en común, después una formación, orientada al envío que se iba a realizar para hacer el anuncio, con pequeñas pautas para entablar el diálogo con las personas a las que se iban a encontrar. Luego hicimos el acto delCAM00141 envío, donde, por parejas, iban recibiendo la bendición del Santísimo para, acto seguido, salir a las calles a proclamar la Buena Nueva. En ese momento, la iglesia estaba abierta para todos, y, mientras unos acogían a la gente que se acercaba, otros oraban, y nosotros llevábamos la música de este tiempo de oración.

Mientras rezábamos y cantábamos, vimos gente acercarse a los pies del altar a dejar sus peticiones, o a buscar una palabra, o simplemente entraban por curiosidad para ver que se estaba haciendo por allí, o se sentaban en un banco y estaban un rato en silencio, observándolo todo. Incluso alguno parecía estar disfrutando de ese momento. Otros charlaban un rato con los jóvenes que estaban en la entrada para acogerles. Yo
no podía dejar de fijarme en esos detalles, orando y preguntándome qué querría Dios de toda esa gente, pidiéndole que les tocara el corazón y les diera un poco de su Amor, que llevará su Paz a cada una de esas personas.

Terminamos la noche con un rato de alabanza, y agradecidos al Señor por permitirnos ser instrumentos suyos. ¡Qué ganas de cenar y escuchar las experiencias de los misioneros! Hubo de todo: compartíeron los miedos que tenían de acercarse a otros, de lo que pensaran de ellos, el sentirse rechazados por algunas personas, pero también el diálogo que entablaron con mucha de la gente con la que se encontraron aquella noche: jóvenes que no creían en la Iglesia (“pero si en Jesús”), adultos que se sentían heridos por la misma Iglesia, personas de otras confesiones… Gente a pie de calle que tenía la oportunidad de ver otro rostro de la Iglesia, un rostro joven, amable, receptivo, dialogante, muy distinto del retrato que presentan los medios de comunicación (y, por qué no decirlo también, del que se da desde determinados ambientes eclesiales).

Y es que, de eso trata el Festival Anuncio, como pudimos comprobar a la mañana siguiente Luis y yo. Resulta que íbamos con Alberto y Raúl, de camino al colegio donde se quedaba el grupo de jóvenes y un poco perdidos tratando de encontrar el camino, cuando un gitano nos saludó con un “¡Los que viven en la calle saludan a la Iglesia!”. Nuestros compañeros se acercaron a él y estuvieron preguntándole y escuchándole. En un momento Raúl y Tano (así se llamaba el buen hombre) estaban abrazados, y las lágrimas caían por el rostro de Tano. Había salido de prisión hacia una semana y estaba, efectivamente, viviendo en la calle. Sí que tenía algún familiar, pero en realidad estaba solo. La imagen de ese abrazo, de padre a hijo, de hermano a hermano, me acompaña desde ese día, y no dejo de preguntarme si seré capaz de abrazar así algún día.

El resto del día transcurrió como el anterior, rezando juntos, compartiendo, charlando y con muchos abrazos para Tano y Josu (un compañero de la calle de Tano). Fue una gozada ver el recibimiento que les dieron los chicos. Al menos algo de cariño, trato humano y comida consiguieron ese día.

¿Qué me traigo de estas jornadas? Pues, además de ese abrazo, la energía y las ganas de los jóvenes que hemos conocido, esas risas que nos hemos echado (¡esas están bien guardadas! ).Espero que nuestras vidas se crucen muchas más veces. Me traigo la pasión por la cosas del Señor de Miguel, Julia, Alberto y Raúl, verles en acción con los chavales, con nosotros, con los “alejados” (mira que no me acaba de gustar esta palabra). Me traigo toda la alegría y sorpresa que despertó en ellos nuestra forma de cantar al Señor, de alabarle: estaban tan ilusionados y agradecidos con nosotros, que me confirmaron un poco más en la visión que estamos intentando desarrollar en el ministerio de música de Fe y Vida. Me traigo un sentimiento de misión en unidad, de envío desde la Comunidad, con hermanos de la misma y junto a otros de distintas realidades, para dar servicio a esta Iglesia nuestra. Cada uno poniendo de su parte lo que el Señor le ha llamado a hacer. Siendo todos uno, para dar fruto, y que este país pueda ver Su Gloría.

Luis Montes