“… Él le dijo: Sal fuera, y ponte en el monte delante de Yahvé. Y he aquí Yahvé que pasaba y un grande y poderoso viento que rompía los montes, y quebraba las peñas delante de Yahvé; pero Yahvé no estaba en el viento. Y tras el viento un terremoto; pero Yahvé no estaba en el terremoto. Y tras el terremoto un fuego; pero Yahvé no estaba en el fuego. Y tras el fuego una brisa suave y delicada….
No sé si a vosotros también os pasa, pero yo, cuando echo a volar la imaginación y dibujo los sueños de mi corazón, me imagino también como debieran de suceder las cosas. Durante mucho tiempo hemos soñado juntos con que en un futuro no muy lejano y en este país, el Señor se iba a hacer presente. Que veríamos a miles de personas arrodilladas, entregándole su vida. Que el Reino se instalaría cada vez más claramente entre nosotros. Pero Dios sorprende. Sus caminos no suelen ser nuestros caminos, aunque, eso sí, siempre cumple sus promesas
Ese sábado de octubre llegamos a Madrid, invitados por la comunidad amiga de Koinonia Giovanni Batista. Asistíamos al congreso que celebraban con ocasión de sus 10 años de andadura por España. Se trata de gente maravillosa, con un entusiasmo envidiable y contagioso por las “cosas de Dios”, por seguir el camino del evangelio haciendo de este convulso mundo un lugar un poquito mejor. Su objetivo es ir creando por todo el planeta “Oasis” – como ellos los denominan-. Son pequeños reductos de una vida diferente, enfocada en una dirección distinta a la de esta sociedad, que intentan (¡y lo consiguen!) irradiar espíritu y paz.
Cuando uno participa en el Congreso Nacional de una comunidad instalada en bastantes países y con muchos años de experiencia, quizás esperas encontrarte con un montón de gente, escuchar una serie de ponencias o actos oficiales y tal vez la posibilidad de tomar notas y apuntes sobre ideas “geniales” y “puntos de vista que no habías oído nunca”. Cosas que siempre enriquecen, sí, pero que, desafortunadamente, no en todas las ocasiones calan tan hondo como para ser capaz de pasarlas de la teoría a la práctica en la vida cotidiana.
En cambio ese fin de semana, pudimos ver, simplemente, a un pequeño grupo de personas. Hombres y mujeres que, aún teniendo muchos años de camino en la fe, mantienen la frescura que da la alegría de ser testigos de la Buena Noticia en primera línea. Gente que no percibe como algo importante ser pocos o muchos, o constituir incluso el único representante de la comunidad en su provincia. Un pueblo viviendo su historia de amor con el Señor como lo hace un niño pequeño, que crece bajo los cuidados de su padre, que se asombra por todas las cosas nuevas, que descubre y se fortalece cada día a la sombra de su Dios.
Ese mismo Dios que alimenta nuestra esperanza y nuestros sueños, que hace despertar por todas partes pequeñas almas sedientas de su amor. Almas anhelantes de que las cosas cambien, de que Él pueda entrar en las casas de sus vecinos y les cambie la vida a mejor, y para siempre.
Por alguna razón no he aprendido todavía que el Señor se hizo pobre, que se hizo niño, que era la única manera de traer una auténtica Buena Noticia, que lo demás hubiesen sido sólo las promesas de un rey a su pueblo. Sin embargo nuestro Rey vino con nosotros y se alegró y sufrió como nosotros. Es un Dios de bienaventuranzas, de gente sencilla y humilde.
Ese fin de semana el Señor nos regaló otra vez la posibilidad de ver que está presente, que está actuando en este país. Puede que no lo esté haciendo como yo hubiera supuesto. Quizás mi idea preconcebida de cómo iba a tener lugar el “avivamiento” en España ni siquiera se parece a la realidad que Él está obrando. Ante esto se me queda una media sonrisa en la cara mientras me maravillo con su originalidad y creatividad, porque (por supuesto y como siempre) es muchísimo mejor de lo que jamás podría haber imaginado.
Puede que, quizás una vez más, Dios no esté en el terremoto en el fuego, o en el huracán, si no en el suave susurro de la brisa.
Luis.
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