Llega el sábado por la tarde. Como siempre cargamos el coche con todos los amplificadores, instrumentos, pantalla y un montón de cables y trastos. Amigos y hermanos en la fe de la Diócesis de San Sebastián nos han pedido colaboración para echarles una mano con la música, celebran una vigilia de evangelización que durará tres horas, de nueve a doce de la noche.
Según nos cuentan la iglesia del puerto en el centro de la ciudad, junto a la playa de La Concha, abrirá sus puertas durante ese tiempo para acoger a todo el que se acerque, invitado por un equipo de gente que se lanzará a las calles a decirle a todo el que se encuentre que Dios está vivo y que se quiere relacionar con él.
Encantados de poder estar en misión, un pequeño equipo del ministerio de música de Fe y Vida nos vamos para allá. Nuestro único cometido es estar tres horas tocando y alabando, creando el ambiente necesario para que todos los asistentes puedan pasar un rato orando delante del Santísimo. Al mismo tiempo hay dos sacerdotes confesando sin parar y otros misioneros hablando en voz baja con desconocidos que han encontrado en las calles de la ciudad, o que se acercan al oír la música.
Desde donde estamos no apreciamos muy bien que está pasando, el trasiego de gente sucede sobre todo en la parte trasera del templo. Pero al terminar charlamos con los misioneros y nos cuentan que ha pasado mucha gente por ahí y que ha habido “momentos de gracia” especiales para algunas personas.
De vuelta a casa, por la noche, y confesando que me sentía un poco escéptico cuando me dijeron eso de que iban a evangelizar por las calles, soltándole a la gente a bocajarro un “¿Sabes que Dios te ama?”, recordé algo que había leído hace poco y que me hizo reflexionar de otra manera:
La oración de los cinco dedos.
1. El pulgar es el más cercano a ti. Así que empieza orando por quienes están más cerca de ti. Son las personas más fáciles de recordar. Orar por nuestros seres queridos es “una dulce obligación”
2. El siguiente dedo es el índice. Ora por quienes enseñan, instruyen y sanan. Esto incluye a los maestros, profesores, médicos y sacerdotes. Ellos necesitan apoyo y sabiduría para indicar la dirección correcta a los demás. Tenlos siempre presentes en tus oraciones.
3. El siguiente dedo es el más alto. Nos recuerda a nuestros líderes. Ora por el presidente, los políticos, los empresarios, y los gerentes. Estas personas dirigen los destinos de nuestro país y guían a la opinión pública. Necesitan la guía de Dios.
4. El cuarto dedo es nuestro dedo anular. Aunque a muchos les sorprenda, es nuestro dedo más débil, como te lo puede decir cualquier profesor de piano. Debe recordarnos orar por los más débiles, con muchos problemas o postrados por las enfermedades. Necesitan tus oraciones de día y de noche. Nunca será demasiado lo que ores por ellos. También debe invitarnos a orar por los matrimonios.
5. Y por último está nuestro dedo meñique, el más pequeño de todos los dedos, que es como debemos vernos ante Dios y los demás. Como dice la Biblia “los últimos serán los primeros”. Tu meñique debe recordarte orar por tí. Cuando ya hayas orado por los otros cuatro grupos verás tus propias necesidades en la perspectiva correcta, y podrás orar mejor por las tuyas.
Dice esta oración que después de haber orado por todos los demás estarás preparado para pedir por tus cosas, te verás a ti mismo desde el punto de vista correcto y podrás orar mejor por tus necesidades.
A partir de aquí solo se puede hablar de un cambio de circunstancia que pondrá tu mirada fuera de tu ombligo y colocará este allá, más lejos, en el punto de fuga de una perspectiva cónica y tu mirada en el plano horizontal.
Si somos conscientes de haber recibido el tesoro de la buena noticia. Si nos han dicho y hemos experimentado alguna vez que somos únicos para Dios, preciosos a sus ojos y que nos ama como si realmente fuéramos únicos. No debiéramos de poder callarlo. Pero la mayoría de las veces lo hacemos. Si tu eres como yo, uno de esos cristianos que en sus ambientes de trabajo, con sus amigos, incluso con su familia, eres capaz de pasarte horas escuchando los problemas y las ‘penas’ de otro, pero nunca has sabido como decirle: ¡hey! ¿Sabes que Jesús murió por todo esto y puedes vivir tu vida y todo lo que te pasa desde la certeza de ser el hijo más querido de un Dios de Amor? Si esto te ha pasado alguna vez, ¿nunca te preguntaste por qué?
Seguro que las razones son muchas y no hay una respuesta adecuada para todos, pero puedo empezar por cambiar mi mirada de sitio, comenzar por hacer la oración de los 5 dedos todos los días e ir viendo cómo va cambiando poco a poco la manera en la que veo a los demás. Cómo mi punto de vista pasa al plano horizontal y yo me sitúo en el punto de fuga, más pequeño, menos definido. Veo la vida de los que están a mi alrededor con más detalle, más cerca de como Dios los ve.
Quizás desde ahí sea más fácil pedirle a Él que ponga ese celo apostólico en mi corazón que me impulsará a decirle a otros que hay un tesoro al alcance de su mano y que puede ir a buscarlo ahora mismo. Quizás pueda ver al otro como Dios “lo-ve” con sus ojos de misericordia. Quizás desde ahí pueda reunir el valor para responder a una orden clara y concisa: “Dadles vosotros de comer. Quizás pueda, desde ese punto de vista en el que se situará mi corazón, tomar la resolución de echar una mano en el camino a alguien para que pueda volver a casa y ver como el Padre le da la bienvenida.
Muchas veces he pensado que eso de la evangelización queda para estrategias conjuntas, misiones o complejos métodos pastorales y comunitarios y que se queda fuera de conversaciones cotidianas y de cervezas entre amigos en horas tardías. Que solo voy a experimentar el rechazo o la sorna si a alguien le digo: ¡Oye!, ¡Dios te ama a tí!. Y a veces será así, pero muchas otras No.
Y lo que ese sábado por la noche pudimos ver en pleno centro de San Sebastián, en medio de los pubs con su actividad nocturna en pleno apogeo y grupos de botellón en las calles, fue precisamente que siempre hay una persona esperando, sin saberlo, a que alguien le de una Buena Noticia y que solamente ese gesto puede cambiar sus vidas para siempre.
Empeñémonos en ponernos delante del Señor, en aprender con Él como ser verdaderos discípulos de Jesucristo. Creemos espacios donde otros puedan ser acogidos y crecer en su fe y salgamos a la calle a decirle a esa persona que puede volver a casa, y que su Padre le estará esperando para darle un abrazo y celebrar una fiesta que nunca acaba.
Luis Herrera
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