Así llegué a Alpha el primer día, sin saber realmente a lo que iba, llena de escepticismo, pero con curiosidad. Y la verdad es que no me gustó. Sinceramente pensé que aquello no me podía aportar nada, y yo no estaba para perder mi tiempo. Para cuando llegó el momento de marcharnos tenía claro que no iba a volver. Pero me ofrecieron la posibilidad de cambiar de mesa para el próximo día. Y una vez más, en contra de la lógica y de la decisión que ya había tomado, dije “sí”. Allí me senté, a ver cómo los demás cenaban mientras yo intentaba apagar el “incendio” de mi estómago con un vaso de agua.
Para mi sorpresa, este segundo día sí me gustó. El debate era interesante y todo el mundo opinaba lo que le parecía sobre temas que no forman parte de nuestra conversación cotidiana, pero de los que necesitamos hablar. Pensé que tal vez estaría bien volver. Volví, y con el transcurso de las charlas empecé a encontrarme cada vez más a gusto. Al final no falté ni un solo día, pese al agotamiento y al estrés, pese a la distancia y lo tarde que llegaba a casa. Me di cuenta de que por muy cansada que estuviera, siempre volvía de Alpha mucho mejor de lo que había salido de casa.
Además empecé a darme cuenta de algo increíble. Yo había estudiado toda la vida en colegios de monjas y pensaba que lo sabía todo sobre el cristianismo. Estaba segura de que no tenía nada que aportarme. De hecho ya habéis visto mi empeño en mantener a mi hijo alejado de la Iglesia, de la que tenía una opinión abiertamente negativa. Cuando busqué respuestas a las preguntas que empezaron a inquietarme, ni se me ocurrió leer la Biblia ni acudir a ningún libro que estuviera relacionado con el cristianismo: ya “sabía” que allí no iba a encontrar respuestas. Pero en Alpha me di cuenta de que en realidad, por increíble que pareciese, sabía sobre el cristianismo mucho menos de lo que pensaba.
Aprendí algo que puede parecer evidente pero que yo no sabía, y es que la Biblia es la Palabra de Dios para mí. No es un libro más para eruditos y teólogos, sino que es el manual de instrucciones que Dios nos ha dado a todos y cada uno de nosotros para nuestra vida. Nunca me había planteado acercarme a la Biblia desde esa perspectiva. No pensé que pudiera tener soluciones para mi vida en el siglo XXI. Empecé a leer por las mañanas el Evangelio del día, y en seguida me di cuenta de que era cierto: aquellos textos escritos hacía miles de años me hablaban con una claridad alucinante, y me daban respuestas. ¿Por qué ni se me había pasado por la imaginación acercarme a ellos en mi proceso de búsqueda?
Pero para mí, la gran aportación de Alpha fue el encuentro con el Espíritu Santo, que cambió mi vida para siempre. Después de catorce años estudiando en colegios religiosos, no tenía ni idea de lo que era el Espíritu Santo. ¿Una paloma? De verdad, ni idea. Es increíble, pero nadie me había explicado nunca lo que es el Espíritu Santo. ¿Y así cómo iba a entender el cristianismo? Imposible. Verdaderamente no tenía ni idea de nada. Y yo que pensaba que venía de vuelta del cristianismo…
En Alpha hay un día de convivencia y puedes llevarte a quien quieras. Esperaba ese día con ilusión porque pensaba llevar a mi marido, para que se convenciese de que Alpha no era nada raro, sino más bien un lugar de encuentro realmente interesante. Pero se negó a acompañarme. Y no sólo eso. Se negó a que llevara a nuestro hijo, y tuvimos una de las peores broncas de toda nuestra vida. Así que el día no pudo empezar peor.
Ese día se imparten varias charlas, y por la tarde hay una efusión del Espíritu Santo. Esto suena rarísimo. No sabía en qué consistiría esa efusión, y tenía serias reticencias. Además mi ánimo, después de la bronca de la mañana no era el más adecuado. Pero confié, y aluciné. Aparentemente no pasó nada espectacular. Nadie habló en lenguas, ni ocurrió ningún hecho extraordinario. Simplemente sentí una paz desconocida para mí. Una pasada. Aquel día le abrí una rendija de la puerta a Cristo y lo dejé entrar en mi vida, y eso iba a cambiarlo todo. Recuerdo que llegué a casa entusiasmada, feliz. Mi marido, como era previsible, tenía un enfado importante. Llegué ya de noche, después de haber pasado todo el día con “los de la secta”, pero yo estaba tan exultante que al final, su enfado acabó desapareciendo.
Hubo otro momento en Alpha que fue clave para mí. Uno de los días, de buenas a primeras, en el salón de la casa en la que nos reuníamos, el sacerdote organizó en un momento un altar improvisado, y celebró una misa. Aquello me descolocó por completo. Yo había ido a cientos de misas en mi vida, siempre por obligación, o en el mejor de los casos por inercia, y para mi, ésta fue la primera misa de mi vida en la que vislumbré lo que realmente estaba pasando. Ya os he contado cómo me emocioné el día de la primera comunión de mi hijo, y este día en Alpha, empecé a entender porqué.
Para terminar de contaros mi experiencia en Alpha, tengo que hablaros de lo que pasó el día en el que el tema era la sanación. Todos sabemos que los evangelios relatan las numerosas curaciones que Jesús realizó a lo largo de sus años de vida pública, pero nunca pensé que eso pudiera ir conmigo aquí y ahora. Eso es lo bueno de Alpha: te hace ver que la Biblia no es un libro más, sino que es la Palabra de Dios, que puede hacerse presente en tu vida, si tu quieres, claro. Y para mi asombro, se montó en el mismo salón en el que podía pasar cualquier cosa, una sesión de sanación. Mi escepticismo aún resistía. Aquello era demasiado. Unas personas se dispusieron para recibir a aquellos que quisieran ser sanados. Lo lógico hubiera sido salir corriendo, pero a aquellas alturas de Alpha, mi mente estaba bastante más abierta, y pensé que no tenía nada que perder, aunque me costó muchísimo acercarme.
Ya os he contado cómo estaba mi estómago por aquel entonces. Recuerdo que aquel día el “incendio” era especialmente intenso. Seguramente si no hubiera sido así, no me hubiera acercado. Lo que os puedo decir, es que el terrible ardor de estómago que llevaba conmigo, con mayor o menor intensidad, de forma permanente durante meses, remitió por completo. Desapareció. ¿Casualidad? Yo sólo puedo contar lo que pasó. Aquello me dejó tan descolocada, que no quería ni hablar del tema. Cuando se lo conté a mi marido, me dijo que eso se debía a la sugestión, y sencillamente no se lo creyó. Lo entiendo, porque si antes de Alpha a mi me hubiesen contado algo así, yo tampoco me lo hubiera creído. Pero es lo que pasó.
Mónica (Villanueva de la Cañada)
Ya únicamente queda la última parte…
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