PodaA Jesucristo le encantaban las parábolas y como la suya era una sociedad agraria, no eran pocas las que hablaban de vides, aparceros y plantas que crecen.

Por eso me he propuesto habla un poco de jardinería, aunque sea profano en la materia, y de ésta en relación con la Iglesia. Todos sabemos que si la semilla no muere, no da fruto, que el sarmiento tiene que estar unido a la vid y que Dios es el que germina y hace crecer.

También hemos oído acerca del sembrador y de cómo hay que esparcir la semilla a diestro y siniestro, esperando que caiga en tierra buena. Ahora parece que es tiempo de sembrar pues vivimos la llamada a la Nueva Evangelización.

Pero todo buen agricultor sabe que antes de sembrar hace falta roturar la tierra, descansarla,  dejar que se enriquezca abonándola  y esperar a la temporada adecuada para que la semilla caída en tierra dé su fruto después de que aparezca la lluvia del cielo.

Y una cosa es el fruto de un año, una cosecha, y otra muy distinta es el fruto de una vida como puede ser un árbol frutal, o el fruto de una década como puede ser una viña. En estos casos no sólo hace falta una tierra buena, una semilla plantada a tiempo y la lluvia que alimenta todo.

Hace falta hacer de jardinero; para eso hay que acompañar a la planta mientras crece convirtiéndose en árbol, dirigirla en su crecimiento, y lo más importante podarla en la época adecuada.

La poda es parte indispensable del proceso de crecimiento si se quiere crecer en la dirección correcta y multiplicar el fruto.

Oyendo el otro día un podcast sobre crecimiento de iglesia me di cuenta de que la Iglesia y la jardinería son tal para cual.

Si queremos hacer una Nueva Evangelización y no estamos dispuestos a hacer la poda necesaria, nos encontraremos con serios impedimentos para crecer.

Nos guste o no nuestra realidad eclesial y humana es la consecuencia de muchos años de falta de poda, en los que las cosas han crecido de cualquier manera. Indefectiblemente el parón llega un día, pasado un tiempo se empieza a caminar hacia atrás, y para cuando se quiere reaccionar se encuentra uno con una maraña de ramas, hojarasca y planta mala  que han ocupado todo impidiendo que crezca nada.

No quisiera entrar a juzgar las razones por las que esto ha pasado. A veces es por cortedad, otras por dejación, muchas por un buenismo y una caridad mal entendidas. En el fondo es una falta de gobierno y liderazgo desde el punto de vista organizacional. Pasa a muchos niveles, pasa en los grupos, pasa en las parroquias, pasa en las diócesis.

Es algo humano aunque hay que decir que en esto el mundo da sopas con onda a la Iglesia, porque la falta de poda no ocurre en las organizaciones pujantes y las empresas donde hay que rendir cuentas a un consejo de accionistas.

Gracias a Dios en la Iglesia también hay gobierno y un excelente ejemplo es la cantidad de orden que Benedicto XVI puso a lo largo de su pontificado, forzando la dimisión de prelados que no estaban a la altura de las circunstancias en un momento de crisis de la Iglesia como el que le tocó vivir.

Pero eso es el “macro” de la Iglesia, con sus luces y sombras, sus servidumbres y su santidad entrelazadas en medio de las cuales el Espíritu Santo sabe hacerse oír.

Lo que a mí me preocupa es el “micro” porque es con lo que trabajamos todos los días, y lo que está más a pie de calle de la gente.

A veces me pregunto si nuestra Iglesia tendrá el síndrome de Diógenes. Se acumulan canciones, devociones, modos, tics, lenguajes…y lo que es peor a veces se sacralizan como si Dios estuviera en la manera en la que pongo un cuadro en mi grupo o en el estilo musical en el que canto.

Más allá de las cosas, pasa con las personas. Catequistas que llevan demasiados años en el puesto sin generar recambio, líderes patológicos que no saben hacer otra cosa que estar al frente, pseudo-revolucionarios antisistema que no se dan cuenta de que se les ha pasado la edad de jubilación…

Y porque no se poda crecen las personalidades desequilibradas, inadecuadas o simplemente desentonadas…

Pero no pasa nada, hasta que un día decides que es hora de ponerte a hacer Nueva Evangelización y te das cuenta de que cuentas con lo que has sembrado. O lo que es peor, con lo que otro sembró hace cuatro décadas y se ha quedado instalado en tu propio salón con derechos históricos de por vida…

Por eso es hora de reivindicar la poda la cual se hace cuando están saliendo los brotes inadecuados, no cuando las ramas son vetustas y están tan arraigadas que provocarán una hemorragia en el cuerpo de la planta si se quitan.

Podar no es arramblar con lo que hay, sino preservar lo que tiene posibilidades de crecer.

No se poda lo malo o lo seco, sino lo que está creciendo, lo cual conlleva que haber hay un fruto, aunque precisamente no el adecuado o el que más proyección de futuro tiene.Para podar hay que hacerlo a tiempo, con los instrumentos adecuados y en la época adecuada.

Y el milagro de la naturaleza es que si se hace bien, la planta saldrá reforzada y dará mucho fruto.

Por eso para la Nueva Evangelización, ahora que la Iglesia todavía está reflexionando (recordemos que tras el Sínodo de Nueva Evangelización ha de salir una exhortación apostólica) creo que debemos todos plantearnos de qué manera vamos a poner orden en nuestro jardín.

Lo contrario es lanzarnos a sembrar sobre un terreno que no ha descansado, no ha sido roturado y no ha sido limpiado, por lo que las posibilidades de crecimiento son casi nulas…

No sé si esto que digo sonará un poco críptico, así que dicho en Román paladino: ¿de qué nos sirven los métodos para la Nueva Evangelización si primero no cultivamos el espacio adecuado para que éstos se desarrollen y den fruto?

Parecerá teoría, pero es la realidad con la que más frecuente nos encontramos a la hora de proponer métodos de Primer Anuncio por toda España y confieso que es un quebradero de cabeza, pues a nadie le gusta trabajar en balde ni invertir en algo que no tiene posibilidades de crecer si no se pone en la perspectiva adecuada.

José Alberto Tote Barrera (ReL)