“Cuando nos preguntamos honestamente, qué personas significan algo en nuestras vidas, encontramos que no son las que nos dan consejos ni curaciones, sino las que han elegido compartir algo de nuestro dolor con nosotros, y nos tocan nuestras heridas con sus manos calientes y blandas”.
Estas palabras de Henri Nowen me ayudan a expresar lo que quiero compartir con vosotros. Creo que está bien utilizar las palabras de alguien que es más experto que tú, ya que yo tengo poco experiencia sobre este tema. Hace muy poco que doy las gracias a Dios, tanto por ser acompañada, como por acompañar. Reconozco, por otra parte, que a lo largo de tu vida te encuentras con muchas personas con las que compartes tu vida, tus dificultades, tus alegrías y también, claro está, tu vida de fe. En muchos casos se trata de buenos amigos pero el acompañamiento es algo más especial.
La acogida del acompañante supone la diferencia con cualquier otro tipo de relación. No es una elección por amistad, simpatía o igualdad de intereses; en el acompañamiento, sólo se puede comenzar con un descubrimiento liberador, el acompañante se ofrece para escuchar y ayudar.
Puede parecer raro que confiando tu vida a otra persona tus problemas, defectos, dudas, falta de fe,… el acompañamiento pueda ser el lugar para encontrar la paz y la respuesta, para saber que estás en el camino correcto sin sentirte preso de los deseos de otro. El acompañamiento es ayuda para el camino, el acompañante nos da pistas para encontrar las respuestas. Nos ayuda a “dibujar el mapa”, nuestro itinerario hacia el encuentro con Dios y su voluntad.
Está claro que el fin del acompañamiento no es ser como el acompañante, sino caminar hacia Jesús, quien nos acoge como somos y nos devuelve la esperanza.
Hay momentos complicados en nuestra vida, en los que las heridas están en carne viva, nos resulta difícil mostrar nuestra debilidad. Quizás en lo más ambiguo de nuestro ser, de nuestra realidad, dónde no hacemos pie, y en ocasiones parezca que nos hundimos, aparece la llamada de Dios, que nos anima a la transparencia y no al secreto. Guardar nuestras cosas, nos encierra en nosotros y no nos ayuda a crecer. El acompañante como mediador, nos ayuda y anima a recibir la misericordia del Padre.
Durante el pequeño taller sobre el acompañamiento que realizamos, nos dimos cuenta de la necesidad de estar cerca de los hermanos. Considero que prepararnos en este tema es crucial. Hay muchas personas necesitadas de consejo, pero sobre todo necesitadas de consuelo. Jesús estuvo siempre dispuesto a la escucha. Debemos estar vigilantes ante las necesidades del otro, aunque no seamos acompañantes. No sabemos quién puede necesitar que le ayudemos a curar sus heridas, o a encontrar el camino.
Vicky González Díaz
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