Desde el pasado mes de noviembre se ha instaurado (no oficialmente) en Siquem la bonita y entretenida actividad de hacer puzles. Desde el más pequeño de la casa hasta las personas adultas que ahí convivimos nos dejamos caer por el comedor a unir piezas una detrás de otra. Al ser puzles de más de mil piezas nos lleva horas y horas terminar la gran obra maestra y, durante todo ese tiempo, una tiene la oportunidad de observar y pensar en una metáfora con la que quizá más de uno se sienta identificado. ¿A qué me estoy refiriendo? Ya lo adelanto en el título: al puzle y a la vida. Aparentemente son dos cosas que poco se podrían comparar, pero una vez te adentras en cada una de ellas vas viendo que tienen muchas similitudes. Quiero plasmar en palabras cada una de ellas desde el plano de la fe. Y, concretamente, hablando del discipulado.

Muchas posibilidades, una decisión

Cuando abres la caja del puzle te encuentras con una bolsa de plástico con todas las piezas dentro, revueltas, unas boca arriba y otras boca abajo. Una vez puestas sobre la mesa ves miles de piezas por unir, por encajar, por encontrar su lugar. De primeras puedes sentir pesadumbre y dejas salir un suspiro al pensar en todo lo que queda por construir, o puedes abrir los ojos de par en par viendo la variedad de piezas, ilusionado por la aventura que estás a punto de vivir. Con la vida de cada uno sucede un tanto de lo mismo: hay tantos proyectos, misiones, anhelos e inquietudes a los que dar cabida, que resolver, que encontrar su razón de ser… Vemos un mar de posibilidades según qué decisiones tomar, qué camino elegir o cómo emplear nuestros talentos. Al inicio del discipulado te encuentras con la misma sensación de saber que queda un largo camino por recorrer y, a la vez, tienes ilusión por hacer ese salto en tu vida y llegar a ser de verdad un discípulo de Jesús con todo lo que ello te lleve a vivir.

Pero, también, cuando vemos todas las piezas revueltas y sin unir, podemos sentir o tener cierto miedo al no saber muy bien por dónde empezar, qué hacer: si ordenarlas por colores, por borde, por formas… Decidirse, si haces tú solo el puzle lleva más tiempo, pero si estamos unos cuantos metidos en ello es fácil que uno lleve la voz cantante y proponga cómo proceder. Ahí respiramos tranquilos. Al ver todas las posibilidades que nos brinda la vida, las cosas que podemos hacer, vivir, probar y con la cantidad de estilos de vida que se nos presentan es muy probable que nos entre ansiedad y miedo de no acertar con nuestra elección, de no saber qué primer paso dar. Y en el discipulado ocurre lo mismo aun teniendo solo un camino que recorrer, nos vemos sin reconocer qué es prioritario, a qué cosas hacer caso, qué áreas confrontar, a quién acudir, cómo empezar a construir carácter cristiano…

Conocimiento personal y apuesta comunitaria

Al principio, cuando miraba todas las piezas esparcidas sobre la mesa del comedor mientras desayunaba, pensaba que ese puzle estaba esperando a ser construido. Y esperaba pacientemente, con los tiempos de cada uno, sabiendo que un día será atendido un par de horas, otro por varias personas y, así yendo y viniendo sobre él casi sin una estrategia, sin un orden, solo visto y hecho caso en los tiempos muertos entre una espera de algo más importante. Aunque lo más relevante es saber que esas piezas no son piezas sin un fin, aisladas, sin un propósito. Están ahí para ser puestas sobre una base sólida y empezar a reproducir el dibujo que esconden. La vida también tiene un propósito. Se nos regala para construir a través de ella nuestras personas, relaciones personales, proyectos, comunidades… En nuestro camino de discipulado es necesario poner todas las áreas de nuestra vida a la vista. Presentarnos a los hermanos y a nuestro acompañante con todo lo que la conforma y así poder construir una base sólida desde lo que somos y tenemos. La motivación de un discípulo es saber que su vida puede ser (re)construida.

Casi sin darnos cuenta el puzle va cogiendo forma a través de las piezas que colocamos y al final nos mostrarán una imagen completa. Sabemos, seguro, que se puede lograr a pesar de ese primer sentimiento de desasosiego que apareció al abrir la caja, pero dentro de nosotros nos mueve la esperanza de saber que esas piezas juntas dan lugar a una obra concreta. Lo sabemos, pero para ello necesitamos un conocimiento específico: saber cómo juntar cada pieza, tener en cuenta los bordes, los colores, la forma, cualquier pequeño detalle, dónde va cada una según el dibujo, etc. En la vida no todos nos movemos con la esperanza de saber que al final lograremos ver el sentido de cuánto hemos vivido y realizado. Nos toca lidiar con nuestras emociones, nuestra personalidad, nuestros talentos o incapacidades… Y tenemos que saber convivir con ciertas circunstancias o sucesos que envuelven nuestro día a día. En el salto de ser niños espirituales a cristianos maduros, es decir, discípulos, también necesitamos un conocimiento concreto que se aterriza en unos hábitos de comportamiento, ética y moral, tiempo dedicado a Dios y a ocuparse de otros. Todo ello se va a aprendiendo entre misión y misión, tiempo compartido con hermanos, dejando que entren en nuestra vida. De esta manera iremos visualizando nuestra vocación y misión, esa imagen completa del para qué estamos aquí.

Acoger un camino y dejarse hacer

Cuando el puzle lo hace uno solo, poco hace: avanza lentamente, se le hace cuesta arriba, no le motiva. En cambio, cuando ves a otras personas que se acercan al puzle y empiezan a coger una pieza y otra montándolo con tanta sencillez que comienzas a ver más de la imagen te interpela, te llama e incita a unirte. Dejas lo que estabas haciendo y te metes de lleno en el puzle junto a ellas. La vida desde nuestro egoísmo no nos permite ver, ni preguntarnos, ni crecer. Solos llegamos a aburrirnos y nos cansamos antes. En la vida lo de que el ejemplo de otra persona arrastre pasa poco, pero pasa. Pasó con Jesús y los discípulos. En nuestra vida si alguien nos interpela fuertemente puede hacernos cambiar de vida o animarnos a realizar pequeños cambios. Cuando vemos a una persona que aprovecha su vida encontrando el modo de vivirla nos atrae y anima a hacer un tanto de lo mismo. Si empezamos el camino del discipulado solos va contra su definición pues necesitamos un maestro que nos enseñe y muestre en qué consiste la vida, y que nos señale lo que no funciona en nuestro carácter, forma de relacionarnos y de enfocar las cosas. Cuando lo encontramos, todo lo que ese discipulado viene a poner orden se acoge con facilidad y el caminar es ligero, todo va encajando con sencillez ¡y tenemos visión para nuestra vida!

Entre muchos se construye el puzle. Se construye nuestra vida.