Recuerdo que mi primer contacto con la comunidad fue cuando me invitaron a formar parte de un grupo de jóvenes que se estaba preparando para la Confirmación. Esto fue hace unos cuantos años ya, pero la mujer que se encargaba de nosotros sigue siendo a día de hoy como mi segunda madre.
Yo llegué a la comunidad a comienzos de la adolescencia, con una familia poco afectiva y prácticamente inexistentes habilidades sociales. Decidí que ir a las asambleas comunitarias sería, por mi timidez, el sacrificio definitivo para demostrarle al Señor que iba enserio con Él y porque lo que resonaba en mi cabeza necesitaba ser expuesto en la vida real. Por eso, cuando sea posible volvernos a juntar presencialmente en nuestros eventos comunitarios y vea una cara joven desconocida no podré evitar pensar: ¡Estás aquí! Primer reto superado, valió la pena…
Siendo aún bastante joven yo misma me permito decir que se está muy solo, incluso aunque estés rodeado de gente y tengas mil planes. Hay un nivel de profundidad que el mundo no te da. Y lo que te ofrece lo único que te deja es más vacío si cabe y miedo a futuras ocasiones de abrirte a los demás. Los jóvenes están muy solos y si acaban en nuestros locales cristianos es porque se están quedando sin sitios en los que buscar esa profundidad.
No dudo de que Dios tiene la última palabra en cuanto a dónde, cómo y cuando se convierte una persona, pero es todo un honor y una responsabilidad que tenemos los cristianos poder ayudarles a recorrer ese camino de sus vidas. Digo también responsabilidad porque creo que los jóvenes tienen (tenemos) una forma muy complicada de entender el mundo y los que se relacionen frecuentemente con jóvenes sabrán lo difícil que es comprenderlos. Pueden llegar a ser estresantes, enrevesados, desagradecidos y doblemente estresantes pero, a pesar de todo, son una de las mejores inversiones de tu tiempo.
Si al acabar mis primeras asambleas un grupo de personas no se hubieran acercado a conocerme y hacerme sentir a gusto allí quizás no hubiera acabado en la comunidad. Quizás hubiera pensado que las cosas del Señor no eran para mi o quizás hubiera tardado años y años en convertirme. En resumen, yo quiero ser parte de la acogida, de las primeras caras que ves cuando llegas a esta comunidad para que más jóvenes puedan tener una oportunidad como la mía de crecer en la fe en un lugar donde eres escuchado, aceptado y doblemente querido. No me preocupa no ser la persona más “acogedora” del mundo porque donde yo no llego el Señor llega dos veces.
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