Todavía estoy conociendo Fe y Vida y la Pascua de Valencia iba a ser mi primer evento comunitario. Iba a ser también la primera vez que viviera la Semana Santa conviviendo durante cuatro días, pues hasta ahora solo conocía la experiencia de la parroquia. Traía mucha ilusión por aprender y por dejarme sorprender.

Y las sorpresas no tardaron en llegar, desde el diseño del cartel hasta la ambientación y el estilo de las oraciones o la calidad de la alabanza.

Este último ha sido sin duda uno de los puntos fuertes. No estoy acostumbrada a rezar así (soy más bien de silencio) y me cuesta concentrarme y actuar con naturalidad. El sábado nos dieron a elegir entre dos talleres, el noviazgo cristiano y la alabanza; elegí el segundo. Alejandro nos explicó los distintos tipos de oración y nos obligó a rezar con los brazos en alto y a improvisar alabanzas. Aunque quiero ser natural, forzarme en ese momento me ayudó a entenderla y a atreverme a participar en ella.

Después, Marta, Claudia, Alejandro y Luis dirigieron otro taller sobre la Iglesia del futuro: el realismo sobre la Iglesia y la sociedad, la autocrítica… y la importancia de los laicos, de todos nosotros, para construir una Iglesia más pequeña, menos clerical y desvinculada del poder. Una Iglesia honesta, más pendiente de las necesidades de las personas y menos de su propia relevancia. ¿Demasiado romántico? Puede ser. Pero ¡cómo reconforta compartir ideas así!

Me llevo buenos recuerdos de muchos momentos: la Hora Santa del jueves en la que se podía rezar desde el suelo y de muchos modos diferentes, la intimidad de los turnos de vela de madrugada o la predicación de Dolos el viernes, en la que nos animó a levantar la vista de la lista de pecados y a esforzarnos por amar más a Dios.

La Vigilia Pascual fue un espectáculo emocionante: Enrique cantó el pregón del Camino Neocatecumenal y a partir de ahí todo fue una auténtica celebración, desde los salmos (“echó a la mar / los carros del faraón…”) hasta la explosión final: bailamos, saltamos, nos abrazamos y acabamos de fiesta en una sala que nos dejaron. No se me olvida la impresión de ver una Biblia en la mesa mientras bailábamos canciones seculares: el recuerdo gráfico de que la fe y la fiesta no son partes separadas de nuestras vidas. El acontecimiento de esta noche es el motivo por el que somos cristianos.

Con todo, lo que más me ha gustado de la Pascua han sido las personas. Para mí, que he vivido mi fe casi en solitario, fue un regalo encontrarme con gente joven que tiene una relación madura con el Señor. Comer cada día en una mesa diferente, pasear por los jardines en el Emaús (saludos a Mariachi) y en el tiempo libre, y que en cualquier momento pudiera surgir una conversación sobre Dios, sobre la Iglesia o sobrela historia de cada uno. Personas que te ayudan con su experiencia, a las que esperas poder ayudar con la tuya y que te hacen cuestionar tu propia vida.

La comunidad.