¿Has pensado alguna vez en qué momento de la historia te hubiese gustado estar presente? Tal vez en el descubrimiento del fuego o en la invención de la rueda, el primer contacto entre la expedición de Colón y los indígenas americanos o quizá ser espectador en la vida de Jesús de Nazaret. Momentos que han marcado un antes y un después en la historia de la humanidad. ¿Te has parado a pensar en el momento actual? Probablemente estemos viviendo uno de los períodos de cambio más brutales en toda la historia. La revolución tecnológica en la que nos vemos envueltos, el desarrollo de los microprocesadores, la inteligencia artificial… y aunque ante alguna noticia nos sentimos sorprendidos, lo cierto es que lo tenemos tan integrado en nuestras vidas que lo vivimos como algo muy normal. No somos conscientes de la importancia de lo que estamos presenciando. Probablemente en un futuro (si es que lo hay je, je) habrá personas que desearían haber vivido en nuestro tiempo.

Esta reflexión me viene muy bien para explicar por qué quiero dedicar estas líneas a hacerme consciente de lo que supone pertenecer a una comunidad y la importancia que esta tiene en la vida de las personas aunque, muchas veces, los que formamos parte de una lo vivamos con tal normalidad que no seamos conscientes de lo que realmente está sucediendo a nuestro alrededor.

A lo largo de estos más de 25 años de historia de Fe y Vida han pasado muchas cosas. Hemos acumulado tantas experiencias como personas formamos parte de ella y seguimos creciendo individual y colectivamente. Como si de una simbiosis se tratase entre todos los que formamos parte de la comunidad nos apoyamos, nos sostenemos y nos reforzamos haciendo que el todo sea mucho más fuerte que las partes. Y esto es gracias a muchas cosas. Y es que este artículo va de agradecer.

Apuestas

Para empezar, agradecer a mis hermanos su apuesta por Dios. Todos en algún momento de su vida han tenido que decidir en qué lugar querían colocar a Dios en ella. Decirle que sí a Dios nunca ha sido fácil; ni ahora ni antes. El sí a Dios siempre implica una parte de renuncia y otra de confianza, y la gente que me acompaña en este viaje lleva mucho tiempo siendo muy valiente. En nuestro caso esta apuesta por Dios se ha traducido en una opción por una comunidad, imperfecta (nadie mejor que nosotros conoce sus imperfecciones), pero que es donde Dios nos ha llamado a encarnar nuestro sí.

Esta apuesta por la comunidad habitualmente se concreta en tiempo. Tiempo que dedicas a otra gente que no eres tú ni tu familia. Tiempo que dedicas a planificar y organizar para que otros puedan aprender y descansar. Tiempo en prepararte a ti mismo para la misión rezando, estudiando, aprendiendo. Tiempo que muchas veces no tiene una gratificación tangible y que incluso te depara disgustos, pero que sabes que tienes que entregar para que Dios se haga más presente en este mundo.

Y sí, ese tiempo también significa perseverancia, porque la vida tiene muchos altibajos y en la mayoría de los casos es bastante larga. No vale con apostar e invertir unos meses o un par de años. Para que un proyecto como Fe y Vida se pueda hacer real es necesario vidas entregadas de principio (al menos desde la conversión) a fin.

Renuncias

Quiero dar gracias también porque he visto a mucha gente hacer grandes renuncias por esa apuesta de la que hablaba antes. He visto a personas renunciar a una carrera laboral de éxito. A amigos cargando con la duda de si no tendrían que haber dedicado más tiempo a su familia en vez de a la comunidad. He visto a gente dejando atrás sueños muy anhelados porque, aunque lícitos, los veían incompatibles con aquello a lo que se sentían llamados por Dios. Renuncias que suenan a muerte, muerte que se convierte en vida como las hojas y los animales que mueren y se convierten en tierra. Tierra de la que brotará la vida de nuevo.

Vivo acompañado de personas muy generosas que comparten su dinero para que otros puedan disfrutar de una vida digna a pesar de que sus circunstancias se empeñen en lo contrario. Hermanos que ponen a disposición del Reino de Dios sus sueldos para que otra gente tenga la oportunidad de conocer ese AMOR que es capaz de transformar vidas. Dinero que sirve para comprar o alquilar locales, para equiparlos y ponerlos bonitos. Lugares donde sea más sencillo encontrarse con Dios y con el hermano. Organizar encuentros, facilitar viajes, apoyar proyectos… Piensa en lo importante que es el dinero en nuestra sociedad y te darás cuenta del valor que tiene compartirlo.

Y quiero agradecer también a toda esta gente su generosidad por darse a sí mismos. Por exponer sus vidas a los demás, mostrarse tal y como son enseñando su interior y compartiéndolo, haciéndose vulnerables al quitarse corazas y máscaras. Probablemente nuestro interior sea nuestro mayor tesoro. El lugar en el que se produce el encuentro de Dios con nosotros. Si quieres que una comunidad sea importante en tu vida y en la de otros es necesario que cada uno comparta ese interior y lo haga también parte de la comunidad.

Recompensas

Y por encima de todo gracias, muchas gracias por vuestro amor a Dios y vuestra pasión. Porque todo esto sin amor no se hace. Porque no se puede estar renunciando constantemente, ni dando dinero, ni exponiéndose, ni apostando por lo intangible si no hay un amor verdadero. Todos estamos aquí porque queremos y lo que damos y hacemos es por propia voluntad, conscientes del precio y de la aparente poca fiabilidad de la apuesta. Pero convencidos de que ese ciento por uno prometido es real y es lo único por lo que merece la pena gastar la vida. Porque, como dice la palabra:

Cristo será glorificado abiertamente en mi cuerpo, sea por mi vida o por mi muerte. Para mí la vida es Cristo

Flp 1, 20

Sí, amigos, es necesario dar gracias porque todo esto de lo que os he hablado es el combustible de una comunidad. Y tened clara una cosa: la comunidad salva al mundo. Me salva a mí y salva al mundo. La única esperanza real que tiene este mundo es comunidades como esta. No partidos políticos, ni gobiernos, ni ONG’s, ni fundaciones. Grupos donde la persona sea lo primero y el mensaje de Dios sea el centro. Lugares donde el objetivo sea conseguir que cada ser humano pueda desarrollar la vida que Dios pensó para él. Pequeños asentamientos del Reino de Dios en la Tierra.