Cuando uno se pone a escribir en la situación en la que estamos parece que no hay otro tema posible sobre el que decir algo que no sea la guerra y todo lo que la acompaña. Pero, por otro lado, ¿qué se puede decir?

Pensábamos que no era posible una guerra en Europa. Estábamos convencidos de que había cosas que habían quedado atrás. Nos creímos nuestro propio “nunca más”.

Un equilibrio frágil

Dice José Antonio Marina que la ética y los valores humanos son la gran creación de nuestra inteligencia. Y avisa de que es una realidad quebradiza por la que hay que estar luchando constantemente. Estamos en un equilibrio frágil que se puede romper de un momento a otro y podemos ser arrastrados a la barbarie, como ha ocurrido en muchos momentos de la historia.

Ya lo vemos. No hablemos de malos y buenos. Simplemente observemos. Personas que llevaban una vida normal hasta hace pocos días y a las que nunca se les había pasado por la cabeza matar a alguien, están ahora haciéndolo, jóvenes soldados están disparando a personas de otro país obedeciendo órdenes, vemos fotos de gente muerta por las calles mientras intentaban escapar de la guerra, cientos de miles depersonas que vivían hasta hace nada de una forma muy parecida a la nuestra y que ahora son refugiados, etc.

Y todo esto sin hablar de otros conflictos que están teniendo lugar en estos días y que no están apareciendo apenas en los medios de comunicación.

Una lección

Hay una lección que cada persona y cada generación tiene que aprender. Mejor aprenderlo por la historia que por la experiencia propia, pero ya sabemos que nadie escarmienta en cabeza ajena, o casi nadie. Es por tanto una lección que no se aprende de una vez para siempre, y que hay que estar renovando constantemente. Es la lección de que no podemos volvernos demasiado egoístas, de que no podemos dejar de ver a los demás como personas, como iguales a nosotros, de que no podemos utilizar la violencia para conseguir lo que queremos, que no debemos dejarnos llevar por la ambición, que tenemos que tratar bien a los que están a nuestro alrededor. Es la lección, en otras palabras, de que no podemos apartarnos de Dios.

Huyendo de Dios

La guerra no ocurre de un día para otro. Cada una de ellas tiene una larga historia detrás. Una historia que, siendo política y socialmente incorrecto, voy a llamar de pecado. Se trata de considerar al otro distinto e inferior a mí, de ambicionar cosas que no son mías, de ignorar necesidades de otros, de crear falsas imágenes de Dios, de poner conceptos abstractos como nación o raza por encima del de ser humano, etc. Se le puede llamar a todo esto de alguna otra forma, pero yo le voy a dejar ese nombre.
Y, por lo que vemos en la historia o en nuestra propia vida, no es nada difícil ir dejando entrar todo esto en nuestro día a día. La historia de la salvación que nos cuenta la Biblia es una serie interminable de alejamientos de Dios, de rupturas de la alianza por parte del hombre y nuevas llamadas por parte de Dios.

Compasión y seriedad

A mí todo esto me llama a buscar siempre lo mejor, a no dormirme, a no perder la tensión. Sin histerismos ni falsos escrúpulos, pero con seriedad. Nos damos cuenta de cómo somos, de nuestra falibilidad. Eso nos debe hacer comprensivos con nosotros mismos. Pero también tenemos que hacernos conscientes del resultado de nuestras actitudes y formas de actuar. Las guerras, grandes o pequeñas, llegan. Y traen víctimas. Muertos o heridos.

Aterrizando todo esto. Actualmente estoy a régimen. De nuevo. Con la esperanza de que esta vez vaya en serio. Me pregunto cuántas veces a lo largo de mi vida he bajado de un cierto peso y he dicho: “esta es la última vez que tengo que traspasar esta barrera, nunca más volveré a pesar más de esto”. Y resulta que, a los pocos meses, me encuentro en la misma situación. “Esta vez sí que no vuelvo a pasar de este peso…”. Y, ¿qué pasa después? No hace falta que conteste, ¿verdad?

Seamos comprensivos, ¿cuántos gorditos tenemos esta misma lucha infructuosa contra nuestros michelines? Casi podría decir que la caída es nuestra naturaleza, si esto no trajera imprecisiones teológicas y filosóficas. Aunque podemos decirlo así para entendernos. Pero ¡cuidado! Que tengo más posibilidad de tener toda una serie de problemas de salud. Y esto es real aunque creamos que esas cosas siempre le van a pasar a otros, pero no a nosotros. “Lo mío es distinto”. Me pregunto por qué debería ser así.

No sé cuál es la línea que separa el ser comprensivo con uno mismo, con el ser responsable. Hay que saber que cuando uno enferma por haber descuidado su salud, al final, el problema no es solo suyo. Evidentemente es también de sus personas cercanas. Pero también de alguna forma de toda la sociedad que acabará necesitando más dinero para financiar la sanidad. Sí, así es nuestra sociedad. Hay una guerra en Ucrania y sube la gasolina aquí. No estoy comparando las consecuencias para los ucranianos con las molestias que podamos llegar a notar nosotros. Lo que quiero decir es que, al final hacemos el mundo bueno o malo entre todos.

Hay unos mínimos

Cómo decía, no sé cuál es la línea que separa al comprensivo del responsable. Pero sí he aprendido algunas cosas al respecto. Hace tiempo llegue a un compromiso de determinación comprensiva con respecto a mi vida. Esta “determinación comprensiva” consistía en haber tomado una decisión clara de dar mi vida a Dios, pero sin neuras, sabiendo que habría cosas en las que fallaría. Sabía que caería en cosas de siempre, que mi vida seguiría sin ser perfecta, que habría cosas a las que no me atrevería, que habría veces que llevaría un buen ritmo de oración y otras que no, etc.

Cuando se lo conté a mi mujer, me dijo: “no”. Y me enseñó una de las cosas más importantes que he aprendido en mi vida. No recuerdo las palabras exactas, pero vino a decirme que hay cosas que no pueden depender de si salen o no, que tienen que estar ahí, y punto. No sé si pronunció exactamente las palabras “y punto”, pero yo las capte. Fallarás en cosas, tendrás caídas, afirmaba, pero dedicar o no todos los días un tiempo a la oración es una decisión que debes tomar tú, que tú eliges. No se puede ser cristiano sin una relación con Dios.

Sin neuras, como ya he dicho. No voy a juzgar a otros, porque hay personas que tienen situaciones vitales realmente complejas y puede que no les de la vida. Pero ese no es mi caso. Se ora, y punto. Nos agarramos a Dios y no lo soltamos por nada del mundo. Alejarse de Dios trae lo que trae. Lo queramos o no. Y, aun siendo siempre extremadamente flexible, a veces creo que demasiado, voy a añadir algo que es raro escuchar en mí: alejarse de Dios trae lo que trae, y punto.