“Señor, pon en mi la palabra exacta”. Durante muchos años esta ha sido una oración recurrente para mí cada vez que me veía en una situación en la que tenía la oportunidad de dar a conocer a Jesús a otra persona. Y en los últimos meses esta oración ha vuelto a adueñarse de mí como una de esas frases que se queda como pegada en tu interior y sabes que hay algo importante que vas a aprender. En esta ocasión ha sido a través del encuentro de Jesús con Natanael y la decisión de este último de seguirle (Jn 1, 45-50).

“Me fijé en ti cuando estabas bajo la higuera, antes que Felipe te llamara. Entonces Natanael respondió: Maestro, ¡tú eres el Hijo de Dios y el Rey de Israel!”. De qué manera, aparentemente más tonta, consigue Jesús conquistar el corazón de este hombre y lo convierte en discípulo suyo. Quién sabe lo que estaba haciendo allí Natanael, si estaba pidiéndole una señal a Dios o si simplemente el hecho de sentir que alguien se había fijado en él hizo que tomase la decisión de que su vida diese un vuelco y que quedase prendado de la figura de Jesús.

Este pasaje ha suscitado en mí algunas ideas que creo que pueden ser útiles a la hora de entablar un diálogo con alguien que esté necesitando la irrupción de Dios en su vida.

La importancia de escuchar a la otra persona

De fijarse en ella e intentar comprender cuál es su realidad y cuáles son sus necesidades. Hacer que sienta que su vida tiene una importancia real para mí y que mi preocupación es sincera. A los cristianos nos encanta hablar y esperamos deseosos la oportunidad de soltar nuestro discurso, aunque esta oportunidad muchas veces no sea real ni oportuna, valga la redundancia. Lo importante es el otro. Fijémonos en él y concedámosle la importancia que merece.

La necesidad de cultivar nuestros sentidos y alinearlos con los de Dios

De tal manera que crezca en nosotros la sensibilidad para detectar qué es lo que esa persona necesita y ser capaces de dar una respuesta oportuna a esa necesidad. El objetivo es que podamos ver a esa persona de la forma en la que Dios la ve. Eso supondrá que dejemos de lado los juicios y las comparaciones y que simplemente veamos al hijo amado que Dios ve en cada uno de nosotros. Y esto se consigue con una vida centrada en Dios por medio de la oración, la lectura de la Palabra, la relación con los hermanos…

Hablar o actuar con mucho respeto, pero sin miedo

Abrir nuestras respuestas a la originalidad de los encuentros de Jesús con la gente de su tiempo. Encuentros en los que siempre huyó de los formalismos religiosos y que estaban cargados de originalidad y de libertad. Olvidemos las palabras vacías y resobadas que desde hace décadas utilizamos para intentar transmitir la verdadera buena noticia que es Dios para cualquier hombre y encontremos canales y lenguajes accesibles y comprensibles para la persona a la que nos estamos dirigiendo.

Seguramente a cada uno le surgirán ideas o matices diferentes en esto que os he compartido, pero las mías son estas. Para mí ha sido importante durante estas últimas semanas comprender que, si mi vida está verdaderamente centrada en Dios, cualquiera de mis palabras o de mis actos pueden suponer una rendija por la que el Espíritu Santo se cuele en la vida de las personas que me rodean. Y esto para mí es una llamada de atención que me impulsa a cuidar mi relación con Dios y a fijarme con más sensibilidad en las personas que tengo a mi alrededor, pues estoy segura de que Dios siempre tiene algo que decirles.