Hace unas semanas, junto a otros hermanos y ante el obispo de la diócesis de Santander, hice mi compromiso de forma definitiva con la comunidad.
Para mí fue una ceremonia muy especial desde el principio, por como lo viví y por como sentí de una forma muy viva lo que es la comunidad. El poder percibir que era una misma voz, un mismo sentir… Las palabras del Obispo… el escuchar tras de mí a toda la comunidad cantando y orando por nosotros… cada detalle…
El hecho de hacerlos delante del Obispo, personalmente, me hizo sentir más Iglesia, no de una forma teórica, sino de una forma viva y real. Me siento apoyado por la iglesia en esta decisión. Además, le prometimos obediencia a él y sus sucesores, y yo en ese momento sí que fui muy consciente de lo que hacía y me llenaba de alegría el hacerlo, a pesar de mis reparos, porque siempre puede llegar un Obispo que no te caiga bien, que no sea de tu opinión, que te parezca que está equivocado… Pero confío en que Dios es sabio y sabe a quién pone en nuestro camino y, en cualquier caso, Él sabrá recompensar la fidelidad.
Ojalá supiera expresar con mis palabras todo lo que en esos momentos pasaba por mi mente y por mi corazón, pero me resulta complicado. La decisión de comprometerme de por vida con la comunidad no sabría decir cuando fue tomada, yo creo que ha sido la consecuencia final de lo que he ido viviendo a lo largo de mi vida de fe.
He estado muchos años comprometiéndome año a año, sin plantearme siquiera el que Dios pudiera estar pidiéndomelo. Hasta que llegó un día, en el que, escuchando una predicación sobre las decisiones, sobre todas aquellas decisiones que tomamos a lo largo de nuestra vida (aquellas que no tomamos y que otros toman por nosotros y aquellas otras que no tomamos y al no tomarlas ya es una decisión en sí misma) me hizo plantearme que quizás debía decidirme de una vez y para siempre. La predicación estaba inspirada en Josué 24, la renovación de las promesas del pueblo de Israel en el pozo de Siquem, donde Josué les pide que se decidan por seguir al Señor o a los dioses paganos, y que lo decidan en ese momento y para siempre. Esta lectura me ha acompañado desde que entré en una oración hace casi 20 años (como pasa el tiempo, parece que fue hace cuatro días cuando soñando con el futuro yo me conformaba con seguir siendo fiel a los 10 años… ¡y ya van 20!).
Precisamente por ello, esa predicación provocó en mí el volver la mirada hacia atrás y ver todas las cosas grandes que Dios ha hecho en mi vida, todo el camino recorrido juntos, las promesas cumplidas. A esto se unía el momento tan duro que estaba viviendo, después de una situación muy traumática que me hacía sentir que no estaba donde quería estar, y que no sabía dónde Dios me quería… pero a pesar de todo ese dolor, del no entender, del no ver, yo me sentía muy amado por Él y me sentía con mucha paz… ese día lloré mucho… Dios no dejó de mostrarme su amor a lo largo de todo el día.
Ese día fui consciente de que la decisión de quedarme en esta comunidad (y no en otra) ya estaba tomada. Yo no me planteaba el poder ir a otra, porque esta es mi casa. En los dos años que han pasado desde ese día hasta hacer mi compromiso, ha habido de todo, momentos en que lo veía claro, momentos en que lo veía negro, momentos en los que me veía indigno de hacerlo… pero al final siempre llegaba a la misma conclusión: esta es mi casa.
Cuando comencé mi vida de fe, yo apenas conocía a nadie del grupo de oración en el que caí, y nadie me acogió especialmente (mi carácter tampoco ayudaba) pero al poco tiempo me sentí en casa…
He conocido otras comunidades y realidades de la Iglesia y, aunque he visto en ellas cosas que me han gustado mucho, incluso cosas que he echado y echo de menos en mi comunidad, sé que no son mi casa, sé que no es el lugar que Dios me tenía preparado, porque él me ha llamado a esta comunidad. La puso en mi camino y me ha estado preparando para ella…
Sé que no es la comunidad perfecta, espero que ella sepa perdonar mis imperfecciones. Sé que habrá momentos difíciles, pero esos son los que nos hacen crecer. Sé que habrá momentos en los que no esté de acuerdo en cómo se hacen las cosas, pero otro día le tocará a otro no entenderme a mí.
En las semanas previas a hacer el compromiso me asaltaban las mismas dudas que me asaltaron las semanas previas a casarme, me sentía otra vez con las mismas incertidumbres… y me hacía pensar que al fin y al cabo lo que iba a hacer es casarme de nuevo, esta vez con la comunidad. Y es que en definitiva para mí es un poco lo mismo: por un lado haces público algo que tú ya tienes claro hace tiempo; por otro haces testigos a los demás de ese compromiso y de esa decisión; y por último lo haces ante Dios y la Iglesia, por que sin ellos no tiene sentido ese compromiso, porque necesitamos de su intercesión y de su guía.
Iván Ruíz
Deja tu comentario