Siempre que vuelvo a casa después de haber estado con una persona me encuentro con una sonrisa no solo dibujada en mi rostro sino también en mi corazón, aunque suene un poco cursi. ¡Si el corazón pudiera sonreír! Al mismo tiempo siento gratitud por el momento compartido y todo lo que en él ha habido: una conversación de tú a tú. Algo ha sucedido y nace en mí una ilusión por comunicarlo.

Empecé a disfrutar de las conversaciones entre amigos, conocidos y familiares un par de años antes de estrenar la mayoría de edad. Recuerdo escuchar y escuchar sin cansarme y no atreverme a dar mi opinión al darme cuenta de que no la tenía bien argumentada o no estaba tan segura para abrir la boca. Poco a poco iría dándome a conocer al mismo tiempo que dejaba entrar a los demás en mi vida. Porque de eso se trata al entablar un diálogo: conocer y conocerse. Fui viendo la importancia de esto en cuanto me tomé en serio mi vida cristiana y, en definitiva, mi vida entera. ¡Y desde entonces no he dejado de buscar y provocar el encuentro allí donde he ido! Esas conversaciones dan vida a mi vida, me enfocan en lo importante y me ayudan a madurar.

En ese madurar he puesto siempre mi mirada. Sabía que no quería vivir superficialmente y que para ello tenía que bucear dentro de mí primero. Conocerme para poder darme a conocer después. Y de alguna forma he ido buscando en los demás esto mismo: conocer lo que hay dentro de ellos, escuchar sobre sus vidas, preocupaciones y perspectivas de vida. Buscaba un punto de encuentro, un inicio común, algo que conectara nuestras vidas o, todo lo contrario, buscaba conocer algo diferente, inspirador. Algo que desafiara mis opiniones, me pusiera contra mis límites o me empujara a conocer otra forma de vivir, de enfocar un problema o la vida misma. Nunca sabes adónde te va a llevar una conversación, qué mundos vas a explorar o cuán profundo vas a bucear.

Lo importante aquí es la actitud de apertura que tengamos, no solo de nuestra mente para acoger al otro, sino de nuestra persona, porque este juego es de dos. No sería justo para la otra persona que nos reserváramos nuestro yo auténtico. Junto con la actitud de apertura pensaba que era importante querer abrir nuestro corazón, destapar aquello más profundo de nosotros si se diera la ocasión, si estamos en un espacio seguro y si necesitamos hacerlo. Abrir nuestro corazón es dejar entrar a la otra persona en nuestra vida. Suena fuerte, ¿verdad? Pero, ¿no es eso lo que anhelamos? Es algo que sucede en cuanto la confianza se hace fuerte en la relación, ya sea de amistad, de acompañamiento, de ayuda, de noviazgo o familiar.

Siempre que he percibido que la otra persona podría acogerme o he notado que el vínculo que tenía era de confianza, he optado por dar el paso y dejar que la persona entre en mi vida. ¿Y qué significa esto, en qué lo he notado? He permitido que esa persona me pueda decir lo que piensa de mí o me haga notar algo de mi persona que no anda bien. Significa que la he dotado de autoridad sobre mí, la tengo como referente y guía. Sus palabras tienen efecto o influencia sobre mis actos y forma de pensar. En fin, ya no voy por libre, ya no funciono por mis propias fuerzas y no hago y deshago a mi parecer. Necesitamos testigos de nuestra lucha y batallas personales. La experiencia que he tenido a lo largo de los últimos años cuando he dejado entrar a los demás en mi vida es que puedo aprender, conocer y descubrir mucho de mí y de la vida en cuanto establezco un diálogo con ellos.

¿Cómo se puede llegar a tener esa confianza y dejar que los demás entren en nuestra vida? A mí me ha bastado pasar tiempo con esas personas. Si he de resaltar concretamente qué me ha servido para conocer y dejarme conocer destacaré varios momentos: los tiempos de sobremesa al terminar una comida o cena con hermanos de comunidad. Son tiempos especiales, muy familiares y naturales Los tiempos dedicados a las células de formación o de compartir sobre Audacia. Son tiempos de escuchar y acoger opiniones y puntos de vista acordes o dispares y de compartir lo propio sin miedo Los tiempos de viajes en coche a Burgos o a cualquier punto de Cantabria. Son tiempos de estrechar lazos, de reír y de conocer a los hermanos en otro ámbito Los tiempos del acompañamiento. Son tiempos especialmente dedicados a ese abrirse y experimentar que eres importante y digno. Los tiempos de oración personal. Son tiempos de escuchar lo que silenciamos y de reflexionar sobre lo que es importante o no en nuestras vidas. Los tiempos de formación. Son tiempos en los que abrir horizontes, posibilidades y ser consciente de lo que se ha interiorizado o todavía no. Los tiempos de las conversaciones espontáneas. Son tiempos en los que recibes luces nuevas o indicaciones que te vienen como anillo al dedo.

El tema de las relaciones personales, del tú a tú, de vivir el encuentro es apasionante. Hace poco leía estas palabras “Descentrándose de sí mismo, yendo al encuentro de los demás, es como va construyendo su personalidad. Cuanto más capacidad logre de estar-en-los-otros tanto más estará-en-sí-mismo, se hará persona y crecerá en él el hombre interior”. Iba saboreando y asintiendo por dentro cada una de estas palabras. Es justamente lo que he vivido durante este tiempo de relación con hermanos de comunidad y con otras personas amigas: conectar conmigo misma conectando con los demás. Estar en relación provoca un avivamiento interior que se desborda en querer compartir más con esas personas y de ese compartir pueden nacer proyectos, misiones, ayudas… En fin, cosas maravillosas.