De mi libro de recetas personales…
Toda buena receta tiene una historia detrás y, en mi caso, no podía ser de otra manera. En el año 1993 dos sacerdotes, Jesús Garmilla y Amable, junto con jóvenes de su parroquia, comienzan a trabajar con niños con diversos problemas familiares o de exclusión. En septiembre de 1993 Se pone en marcha, después de un largo verano de obras, la casa de acogida en Liencres. De este principio nace CUIN.
Los cuines son seres de la mitología cántabra. Pequeños enanitos que vagan por los bosques y actúan por parejas haciendo el bien, especialmente a los niños, a quienes divierten con sus piruetas, muecas y gracioso gañir de cerditos recién nacidos… Visten una capucha encarnada y botines como la nieve…
La Fundación Cuin lleva muchos años realizando importantes programas educativos y de convivencia tutelada con jóvenes en Cantabria. Sus actividades se insertan en el Servicio de Protección del Menor de la Dirección General de Servicios Sociales, prestando unos servicios vinculados con la atención residencial. La mayor parte de sus acciones las pone en práctica con jóvenes que conviven en grupo educativo-familiar. Y aquí, en medio de esto me encuentro yo, un cocinero de vocación que, a lo largo de la vida, se ha convertido en educador social.
Esta receta, es lo que me hace ser como soy, y realizar el trabajo que hago. Lo principal en toda cocina, es tener un buen Chef, y, en mi cocina, tengo al mejor Chef, a Dios. El es quién dirige y organiza las partidas, provee de género y da fuego y calor a los fogones…
Los dos primeros ingredientes que necesito son la humildad y la aceptación. Sin ellos no podría saber cuan poca cosa soy, cuáles son mis limitaciones y mis defectos, mis pecados y miserias… Cuando llego al trabajo cada lunes, cada día, y me encuentro con los chicos de mi centro, no les veo con ojos de juez, con aire crítico, como un número más en un expediente. Veo personas que tienen problemas, que están solos, que no tienen a nadie a quién dirigir su mirada o su palabra. Que en el silencio de sus actuaciones gritan pidiendo ayuda. Quiero verlos con la mirada de Cristo. Como Él me mira: con ojos apasionados llenos de amor. Estos dos ingredientes, son los que me hacen aceptar a las personas por lo que son. Como hermanos con necesidades afectivas, físicas, con falta de normas que ordenen su vida.
Una vez amasado esto, añadimos el Servicio. Es el don que Dios me ha dado a través del Espíritu Santo. Soy instrumento de Dios para lo que Él quiera, allí en donde me encuentre. Sé que estoy llamado a servir, y a ofrecerme como medio de salvación para los demás. Los adolescentes son complicados, y si tienen cargas de violencia intrafamiliar, consumo de sustancias adictivas, inadaptación social… lo complica aún más todavía. Se creen autosuficientes, o no tienen referentes de adultos como guía positiva en su caminar por la vida. Es difícil hacerles comprender que les quieres ayudar, que ese es tu trabajo: velar por ellos, ayudarles, cuidarles, protegerles, defenderles, consolarles.
Añadimos un buen chorrito de Sinceridad. No podemos hacer falsas promesas y contar verdades a medias. Ya están escarmentados de que se les mienta, oculte o deforme la información. La mentira es algo que tienen interiorizado, como grabado a fuego, sin la cual no son capaces de sobrevivir, ya que la usan de forma egocéntrica, para conseguir sus fines. La verdad les duele, les sorprende y les descoloca. Cuando hablo con ellos, y me preguntan, siempre les digo: “puede que no os cuente todo, porque crea que no tenéis que saberlo, o en estos momentos no lo veo necesario, pero no os mentiré nunca. Mi respuesta siempre será con la verdad. No con falsedades, mentiras a medias, falsas mentiras o mentiras piadosas. No os respetaría ni me haría respetar si no podéis confiar en mí y en mi palabra”.
Lo mezclamos todo, y vamos amasando con cariño, en cada pequeño acto a lo largo del día. En cada palabra que les dirigimos, cuando les llevamos al instituto, en el apretón de manos cuando están en la consulta del médico, en el reconocimiento de sus pequeños logros, incluso cuando les reprendemos de sus errores.
Se prepara el horno con la temperatura que sólo el Espíritu Santo puede alcanzar, y se deja cocer a fuego muy lento. En mi oración les encomiendo a Dios, y le pido para que esta receta no se me olvide ningún día. Es una gran receta, pero lo mejor es que siempre puedes añadir ingredientes nuevos: la compasión, la ternura, el orden, el perdón… Realzan su sabor, potencian su resultado.
Mi trabajo en un centro residencial Socioeducativo para jóvenes. Mi pasión por la cocina. Disfrutar poniendo la mesa y compartirla. Pensar en un plato especial, para cada persona que invito a mi mesa, son un regalo que Dios me ha dado, que lo acepto con gusto, y que pongo a su servicio. Cuando la gente me pregunta por qué no me he dedicado a la hostelería de forma profesional siempre respondo:”me encanta cocinar para mi familia, para misamigos y para Dios…”.
By Enrique Peña
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