Hace unas semanas nos inundó la noticia de que un pequeño submarino con 5 personas a bordo desaparecía en aguas del Atlántico Norte durante una expedición para visitar los restos del Titanic. En su búsqueda se movilizaron medios estadounidenses, canadienses y franceses, utilizando tres aviones del ejército, un dron acuático e incluso un robot submarino. Unos días antes se hundía en el Mediterráneo un pequeño barco pesquero con más de 500 personas a bordo entre ellos más de 100 niños. Eran migrantes que intentaban llegar a Italia. Los supervivientes explicaron que los niños y las mujeres estaban en las bodegas del barco debido al mal estado del mar. Mientras que los cinco pasajeros del Titan murieron en apenas un segundo debido a la implosión del submarino, los migrantes ahogados fueron conscientes en todo momento de que su vida se iba a quedar en la bodega de ese barco y en el fondo del mar Mediterráneo. Siento mucha rabia al pensar que la vida de las personas tiene diferente valor dependiendo del lugar en el que vivas o simplemente del dinero que tengas.

Frustración

Actualmente además de la invasión rusa en Ucrania existen otros conflictos armados en el mundo. Siria, Etiopía, República Democrática del Congo, Afganistán, Yemen son quizá algunos de los más “conocidos”. Lugares en los que los días transcurren entre operaciones militares especiales, conflictos armados, violaciones de los derechos humanos (puedes utilizar el eufemismo que prefieras). En definitiva, la guerra, la violencia y la muerte son compañeros habituales de la vida de personas como tú o como yo, pero con menos suerte a la hora de “elegir” donde nacer. Y me frustra mucho no saber si yo puedo hacer algo para evitarlo.

A menor escala me encuentro con injusticias entre iguales en las que unos se aprovechan de otros por su posición, por su falta de escrúpulos o simplemente porque saben que nadie se va a atrever a replicarles ni a entrar en el juego sucio que están planteando. Se creen listos y superiores simplemente porque otros son más prudentes y respetuosos y saben que una respuesta daría lugar a una escalada de tensión que lejos de solucionar las cosas las empeoraría aún más.

Impotencia

Y es que desde nuestra posición todo se ve diferente. Nos sentamos en nuestro sillón y a través de nuestro teléfono nos asomamos a la realidad de nuestro planeta, o al menos a la que nos dejan ver, y nos sentimos un poco ajenos a todo eso que ocurre.

Y mientras nosotros cambiamos de teléfono móvil y desechamos tecnología simplemente porque hay un modelo con más prestaciones, en África crecen las montañas de basura tecnológica. Islas de plástico van colonizando los océanos con datos que abruman a cualquiera: en el Pácifico ya existe una isla de desechos de plásticos que triplica la superficie de España. Y esos plásticos también salen también de nuestras casas a pesar de que nos esforcemos en separar o en reciclar. Porque en realidad estamos “secuestrados” en esta sociedad en la que, si no hay consumo, el sistema se viene abajo. Qué impotencia cada vez que pienso que en realidad no soy tan libre como me creo.

“Me invade la ira cuando veo mi Iglesia”, estas palabras con las que comienza la novela Vaticano 2035 con frecuencia se hacen realidad en mí. Sí, a mí también me invade la ira cuando veo que en la Iglesia nos preocupamos más por la doctrina, por la moral o por las tradiciones que por el sufrimiento de gente que no conoce a ese Dios del que yo me enamoré. Esa Iglesia en la que también existen guerras internas, luchas de poder por hacer prevalecer una forma de entender la fe por encima de otras. Esa Iglesia en la que se abusa y se ensucia el sacrificio y la entrega de millones de personas a lo largo de los siglos. Los propios discípulos caminando junto a Jesús ya discutían por quién era el más importante entre ellos y sí, Jesús también se enfadaba cuando escuchaba esas conversaciones. Siempre preocupados por el poder y no por el servicio.

Por supuesto, también me enfado cuando me miro a mí mismo y veo miedo, silencio, inmovilidad. Cuando siento que desperdicio oportunidades de ser justo y de hacer la vida un poco más agradable a la gente que tengo cerca. Cuando veo el egoísmo y el orgullo que tantas veces me separan de lo que me gustaría ser. Con los años me voy haciendo consciente de que a pesar de las pequeñas mejoras no voy a conseguir alcanzar los objetivos a los que me gustaría llegar. Y una mezcla de tristeza y rabia se adueña de mí por temporadas.

Ira

La ira es uno de los siete pecados capitales y hay tantas cosas a mi alrededor y en mi interior que me llenan de ira. Soy tan consciente de ello como de que no lo puedo evitar. Mi consuelo es que Jesús también se enfadó, y se enfadó mucho. En el templo de Jerusalén lo puso todo patas arriba. A los fariseos los reprendió con energía en muchas ocasiones. A Pedro y a otros apóstoles les echó en cara no comprender lo que estaban viviendo. Por lo que se desprende del Evangelio, en estos episodios Jesús no actuaba con mansedumbre y delicadeza. Sus palabras y sus actos son duros e impulsivos como lo serían los de cualquiera de nosotros. No digo que Jesús pecara, ni mucho menos, pero él también sentía rabia ante las injusticias y la hipocresía de la sociedad de su época. Se enfadaba cuando veía aflorar el orgullo y la ambición entre sus amigos.

Esperanza

Quiero pensar que esa rabia que muchas veces aflora en mí también contiene una carga de deseo de justicia y de paz. Una búsqueda de una realidad más amable con las personas y con el medio ambiente. Un anhelo de cielo aquí en la tierra. Un poco de rebeldía ante un sistema en el que lo primero no son las personas. Y lucho para que esa rabia se pueda transformar en energía que colabore en hacer un mundo mejor, más justo, más equilibrado, más respetuoso. Un mundo en el que la dignidad y la solidaridad sean valores reales que le den sentido a nuestras acciones.