Después de unos meses completamente absorbida por los estudios y el trabajo, una responsable de la comunidad me invitó asistir a un retiro en Siquem, la casa que tiene la comunidad en Cantabria. En un primer momento me emocioné, pues tenía muchas ganas de pasar tiempo con los hermanos a los que hacía tanto que no veía. La cosa empezó a cambiar cuando me enteré de que en dicho retiro se iba a tratar el tema del liderazgo. Enseguida empecé a cuestionarme qué hacía alguien como yo en un encuentro como ese. Yo, que nunca me había considerado una líder ni creía tener capacidad para serlo. Aun así, me dejé guiar y me lo tomé como unos días de aprendizaje en los que le pediría al Señor que me hablase a través de los ponentes y de las situaciones que se fuesen dando.
Desde la primera charla estuvimos analizando el problema que tiene la Iglesia hoy en día. Una Iglesia en la que la gente quiere ser jefe, pero no líder. Quiere mandar, pero no comprometerse ni asumir responsabilidades. En la Iglesia actual, muy pocas son las personas que se implican para sacar adelante los proyectos del Señor. Y, de esas personas, los laicos son un número casi inexistente. Esto lleva a que las cosas que se hagan sean insuficientes y muchas veces se hagan mal. Y se hacen mal porque tampoco hay un interés en apostar por la calidad. Nos conformamos con lo que podemos dar en nuestro tiempo libre y no nos esforzamos por ofrecer lo mejor. Pero Dios nunca nos deja solos, Jesús nos dejó su Espíritu Santo para que nos iluminase. Y, poco a poco, los cristianos nos hemos dado cuenta de que las cosas tienen que cambiar. Que las cosas que valían hace siglos no valen ahora. Que el Señor pide líderes. Líderes que se la jueguen, que estén dispuestos a darse a los demás, que quieran formarse y explotar sus dones. Líderes que se comprometan, que den su tiempo y sus esfuerzos para que otros se encuentren con Él. Líderes que quieran tener responsabilidades y autoridad, pero que no teman al fracaso. Que confíen en que Dios está a nuestro lado todos los días. Que no les importe qué piense o diga la gente. Gracias a Bruce Clewett, Rob Clarke y su esposa Anne hemos ido analizando y desarrollando el modelo de líder cristiano de hoy. Nos han dado pautas sobre como liderar, qué aptitudes debe tener un líder, señales de que el liderazgo no se está llevando a cabo de la manera adecuada, cómo fomentar que los jóvenes quieran ser líderes en el mañana y formarlos para dicha tarea. Han sido unos días muy intensos de mucho aprendizaje y crecimiento.
Y, volviendo al principio, cuando pensaba en qué podía aportar yo como líder, sin duda me quedo unas palabras que dijo Bruce y que creo que me acompañarán toda mi vida: el sentirse indigno de ser líder solo es una tentación. Y no hay que olvidarse de que Dios hace grandes cosas con gente imperfecta para que solo suya sea la Gloria. Esas palabras me ayudaron mucho y entendí que, si nos apoyamos en nuestra relación con el Señor, en la oración, los sacramentos, la comunidad y todo aquello en lo que nos queramos entregar, Dios hará grandes obras en nosotros para después hacer grandes obras con nosotros.
Sofía.
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