Según la RAE, el verbo arder tiene varios significados:

  1. Sufrir la acción del fuego
  2. Experimentar una sensación de calor muy intenso en una parte del cuerpo.
  3. Dicho de una cosa: Estar muy caliente, despedir mucho calor.
  4. Experimentar una pasión o un sentimiento muy intensos.
  5. Sufrir una gran agitación.

Desde siempre me ha fascinado el fuego. Uno de los recuerdos más bonitos de mi niñez era cuando mi hermano, un amiguete y yo nos íbamos de acampada con mi padre y un amigo suyo; buscábamos leña seca, preparábamos un improvisado hogar con pedruscos grandes y mi padre encendía un fuego con cuatro papeles y unas ramitas. Al poco rato teníamos una fogata, alrededor de la cual nos sentábamos a cenar, no recuerdo exactamente qué. Lo que sí tengo grabado “a fuego” es el final de la noche de después de cenar, mientras mi padre y su amigo compartían unas cervezas charlando y nosotros los niños, nos quedábamos adormilados alrededor de la hoguera mirando las llamas. Era casi hipnótico: El movimiento rápido y siempre diferente de las llamas, su color naranja, el rojo de las ascuas, el calorcito en la cara y las manos, el sonido del crepitar, las voces de fondo…

Años después el fuego siguió formando parte de mi vida aunque de otra forma: trabajé como bombero forestal varias temporadas en las campañas contra incendios en mi provincia. Hasta entonces el fuego había sido casi una herramienta, ya fuera para dar calidez en la chimenea del salón, hacer una barbacoa o para cocinar y que funcionase la calefacción de casa de mis padres, que cuando nos fuimos a vivir permanentemente al pueblo dependía de una cocina “económica”.

Sólo comentaré un par de cosillas acerca de los incendios. Existe lo que se conoce como el “triángulo del fuego”. Son los tres elementos necesarios para que se produzca fuego: combustible (material que arde, por ejemplo la madera), comburente (lo que permite que el fuego arda, por ejemplo el oxígeno) y calor (lo que hace que el fuego comience). Eliminando uno de ellos, se apaga el fuego.

Cuando estás en “punta de lanza” en un incendio, es decir, que estás con la manguera a escasos metros de llamas que a veces son de varios metros de alto te cambia la perspectiva de lo que es el fuego.

A veces parece que el fuego está vivo, porque cambia de trayectoria y velocidad según la dirección y velocidad del viento, y por momentos parece que reacciona a las acciones de los operarios. Parece que se “defiende”, que no quiere ser extinguido…
Es curioso comprobar cómo de un momento a otro te confías un poco y de repente cambia el viento, o el calor forma un pequeño remolino de fuego que levanta unas pavesas, que caen despacito unos metros por detrás de ti y pasas de tenerlo todo bajo control, a estar rodeado por el fuego… por suerte nunca estás solo con la manguera, hay un grupo de personas que te ayudan y que vigilan tu espalda.

Una cosa curiosa es que una vez dado el incendio por extinguido, a veces hay que seguir yendo varios días a refrescar la zona porque quedan tocones (la base del árbol con sus raíces) y árboles caídos de gran diámetro que aún siguen muy calientes. Aunque suelen encontrarse dentro de la zona quemada y no presentan un gran peligro conviene enfriarlos para reducir el riesgo. Puedes verter sobre ellos decenas de litros de agua y aun así siguen muy calientes en su interior, algunos como verdaderas ascuas, y sorprende porque apenas sueltan humo. Tú sólo ves un tronco ennegrecido y no eres consciente de lo caliente que está hasta que no viertes agua encima y comienza a salir vapor.

Hace años que no trabajo de manguerista, pero he seguido teniendo relación con el fuego, aunque en esta ocasión nadie me preparó para lo que iba a vivir.

Ahora tengo fuego dentro de mí. No echa humo, pero te aseguro que arde.

Dios ha puesto el fuego de su amor en mi corazón y en el tuyo. En realidad en todos y cada uno de nosotros. Puede que no lo parezca, quizás pienses que tu corazón está ennegrecido por fuera porque una vez ardió pero ya no hay fuego, aunque te parezca que está frío, en el fondo no se ha apagado. NADA puede apagarlo.

Puede que estés pensando ¿Cómo puedo avivar esa pequeña ascua? Pues a ciencia cierta no lo sé, la verdad. Lo que sí voy a haceres compartir varias ideas que practico y que puede que te ayuden:

La primera: pregunta a quien puso ese fuego en ti. Yo le pregunto a Dios (le llamo, le busco, hago oración, leo su Palabra…) me relaciono con Él.

La segunda: avivar un fuego o que surjan llamas de un ascua es tan sencillo como soplar. En mi experiencia te diré (la calefacción de mi casa funciona con leña) que funciona mejor una corriente de aire suave y constante que ráfagas cortas y fuertes. Dios, que puso el fuego, nos dejó también una brisa suave para avivarlo. Su Espíritu Santo. Yo intento tenerlo presente todo lo posible, pedir su ayuda, su guía, su fuerza… Porque por mí mismo no puedo hacer nada por mantener la llama encendida.

La tercera: es sabido que un ascua lejos de la hoguera, enseguida se enfría y se apaga, pero si la juntas a otras ascuas es más fácil mantener la llama. Por eso doy tanto las gracias a Dios por haberme regalado una comunidad, porque al mantenernos juntos, los hermanos nos contagiamos unos de otros, el calor de unos ayuda a avivar el fuego de los otros.

Como conclusión, me he dado cuenta de que existe un “triángulo del fuego” también en mi vida cristiana que me permite mantener encendido el fuego de mi corazón: la relación con Dios, permitir que el Espíritu Santo actúe en mi vida y la relación con los hermanos.

También quiero decirte que no sé cómo te encuentras, no sé si sientes o no ese fuego pero el caso es que no se trata de si lo sientes o no. Se trata, una vez más de DECIDIR querer mantener el fuego encendido, ese fuego que está aunque no lo sientas, que es REAL aunque no lo creas. Y sé que está porque ese fuego es el AMOR que te tiene Dios, un amor que no se extingue NUNCA, por más que lo enfriemos con nuestras dudas, con nuestra debilidad, con nuestros pecados.

Lamento mucho decírtelo pero, por mucho que te empeñes, ese fuego no lo puedes apagar porque lo ha encendido Dios, no tú. Y sólo El puede apagarlo. Pero, ¿sabes lo mejor de todo? Que no lo va a apagar. No quiere apagarlo porque Dios, pase lo que pase, hagas lo que hagas, no va a dejar de amarte JAMAS. Porque no quiere. Porque te quiere.