Como ya he comentado en otro artículo, durante gran parte de mi vida he mantenido una relación estrecha con el fuego. Tanto a nivel laboral, como peón manguerista en las campañas contra incendios forestales (donde el agua también estaba presente) como a nivel personal, ya que he tenido chimenea y caldera de leña para la calefacción de mi casa.

Echando un vistazo a mi vida laboral, es curioso comprobar cómo la mayoría de mis empleos han tenido que ver con el agua:

  • Actualmente trabajo como repartidor de botellones para las fuentes dispensadoras de agua que se pueden encontrar en multitud de oficinas, talleres y fábricas.
  • También he trabajado como jardinero, obvia decir la importancia del agua en ese ámbito.
  • Trabajé varios años para el servicio de aguas municipal de Burgos, principalmente en la sección de abastecimiento (a grandes rasgos es la sección encargada del mantenimiento de las conducciones que discurren entre la potabilizadora y los depósitos que abastecen de agua potable a la ciudad, estos incluidos). En ese trabajo tuve un compañero que se llamaba Amando, un tío muy “salao” que casi siempre hablaba a voces. El día que lo conocí y se me presentó me dijo, casi gritando: “Hola, yo soy Amando. No Armando ni Amado ni Amador. ¡¡A-man-do, gerundio!!

El otro día, mientras hacía el reparto de Aranda de Duero, tuve que cruzar el río. Al mirar un río siempre pienso que cada gota de ese agua que está pasando por ahí justo en ese momento y que se acerca, pasa por delante de mí y se aleja siguiendo la corriente para nunca más a volver a pasar. Siempre me ha parecido una preciosa alegoría de la vida, en el sentido en que cada momento en la vida es único y pasa sólo una vez.

Para que un río sea un río, el agua debe estar en movimiento, debe estar fluyendo. Si no es así será otra cosa: un cauce seco, un charco, un lago, un embalse… Un río, para que sea un río, debe ser gerundio.

Con el fuego pasa parecido: si no está ardiendo, no es fuego. Será otra cosa: Serán cenizas, rescoldos, brasas, pero si no lo alimentas constantemente , el fuego se apaga y deja de ser fuego. Puedo decir, entonces, que el fuego también es gerundio.

Todo esto me ayudó a entender que con el amor pasa igual. Ya lo expresó Lope de Vega con su título: “Obras son amores y no buenas razones”. El amor, para ser amor, debe ser gerundio. En ese aspecto se parece al fuego. Si no está ardiendo no es fuego. Si no te estoy amando de una forma concreta, con hechos, no es real. Si no me estoy consumiendo ni desgastando al amar, no es amor de verdad.

Necesito tener continuamente presente a Dios en mi vida porque el amor se trata de un presente continuo como el río fluyendo o el fuego ardiendo.

Es un reto para mí mantener una relación continua con Dios para poder seguir amando a todos los demás, para que yo no estorbe y permitir que siga fluyendo su amor, como fluye el agua en el río. Es un reto para mí dejar el corazón abierto al Espíritu Santo para que siga alimentándome, que permanezca ardiendo él en mí y yo sea capaz de amar a la persona que en ese momento pasa junto a mí, que puede que se aleje y no vuelva más como la gota de agua que describía antes.

Como conclusión, me he dado cuenta de que el Amor de verdad es como mi compañero Amando: Si no es gerundio, es que no es ÉL.