Termino ahora de acostar a mis hijos. Después de escuchar sus aventuras del día, sus expectativas y preocupaciones de mañana y alguna que otra pelea me quedé observándoles después de apagar la luz mientras se preparaban para el sueño. No he podido evitar pensar en ellos dentro de unos años. Cómo será su vida, su relación conmigo, si tendrán hijos o no, en qué trabajarán, qué tipo de personas serán… muchas incertidumbres que como padre me gustaría tener controladas, pero que asumo como un imposible. El futuro es impredecible y cuando hablamos de personas mucho más.

La Iglesia del Futuro

Hace unas semanas, durante la Pascua, tuve la ocasión de compartir con otros hermanos un tiempo en el que hablamos de cómo sería la Iglesia del futuro. Salieron muchas ideas y opiniones. Algunas más objetivas y otras más cargadas de ilusión. Fue un momento muy interesante en el que dimos  rienda suelta a nuestra condición de analistas y futurólogos.

Salieron cuestiones relativas al tamaño que dentro de unas décadas tendría la Iglesia, a su capacidad de influencia en la sociedad y de cómo se relacionaría con ésta, sí sería más o menos dialogante. Hablamos de cómo pensábamos que sería el tipo de cristiano, su formación, sus intereses y motivaciones… y de qué manera se organizarían ¿comunidades, parroquias…?. Cuestiones todas ellas importantes e interesantes que marcarán el devenir del cristianismo en los próximos siglos.

Cada uno tenemos nuestras ideas y nuestras ilusiones. Sabemos cómo nos gustaría que fuese la Iglesia proyectando en ella la nuestra idea de Dios y su relación con nosotros. Pero lo cierto es que todo son elucubraciones. Es imposible saber cómo será esa Iglesia, cuáles serán sus características y su desarrollo. La propia Iglesia primitiva que creció después de la resurrección de Jesús fue un milagro y todo lo que venga de aquí en adelante puede que se escape también a nuestra lógica ¿Quién lo sabe?

Nadie lo sabe ¿Y qué importa? Preocuparnos en exceso por el futuro o por lo que pueda pasar nos distrae del presente, de lo que verdaderamente importa. No sabemos cómo será el mañana, de hecho ni siquiera sabemos si habrá mañana. Focaliza tu atención en lo que tienes que hacer en cada momento. Es cierto que en ocasiones eso puede conllevar la necesidad de planificar para lo que pueda suceder después, pero no permitas que la incertidumbre de lo que pueda pasar te secuestre. Si te sientes llamado a emprender algo o a dar un nuevo paso en tu vida no lo pospongas con razonamientos del tipo “esto lo haré cuando tenga un trabajo estable”, “cuando mi vida esté más asentada” o “cuando mis hijos crezcan…” Evalúa, consulta y decide, pero no esperes a que se den unas condiciones perfectas en tu vida para tomar decisiones.

¿Podemos ser “influencers”?

Lo cierto es que cuando miro a mis hijos siento una impotencia brutal a la hora de intentar controlar su vida y su futuro y me doy cuenta de que lo único que puedo hacer es invertir en el presente, dedicándoles tiempo y trabajando aquellos aspectos de su personalidad que creo que les pueden ser útiles en el futuro. De la misma forma, cuando pienso en la Iglesia y veo su tamaño, su deriva, la infinidad de variantes que pueden influir en su devenir futuro, lo único que siento que puedo hacer es invertir en el presente, en mi presente como bautizado y confiar en el uso que Dios pueda hacer de mi vida en relación a la totalidad de la Iglesia.

Creo que la forma de hacer realidad el futuro que sueño para la Iglesia, aquel que en mi humilde opinión es también el que más se acerca a la voluntad de Dios para todos nosotros, es vivir como si ese futuro ya estuviese aquí. Vivir una Iglesia más dialogante, menos jerárquica, más centrada en el amor y menos en la “ley”. Intentar que mi opción por Dios sea sincera y coherente, poner al servicio de mi comunidad y de la Iglesia mis dones, dedicar tiempo y esfuerzo al crecimiento del Reino de Dios y colaborar en que mis hermanos crezcan y maduren como cristianos según la medida a la que cada uno ha sido llamado.

El verdadero miedo debería estar en hipotecar nuestra vida por un futuro que no podemos controlar. Un futuro que no sabemos si llegará o no y en el que nuestra capacidad de influencia es limitada. Sin embargo sí que somos dueños de nuestra vida. Tenemos la oportunidad de tomar opciones que nos encaminen a nosotros mismos y a la Iglesia, hacia lo que nos gustaría ser. No sabemos hasta dónde llegaremos, pero en este caso el camino es también parte de la meta.

El futuro es incierto, pero el presente no lo es tanto. Tal vez debamos confiar en que somos la base y el motor de nuestras aspiraciones como padres, esposos, amigos, hermanos o cristianos y  “todo lo demás se nos dará por añadidura”.